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Telarañas

Dicen que las revoluciones del siglo XXI no serán televisadas. Puede ser. En los telediarios, más bien (tengan o no las imágenes), se agendaría la contrarrevolución. Como sea, lo evidente es que las revueltas ya son contadas con celeridad en Twitter y, al mismo tiempo, ampliamente comentadas en Facebook. Las redes sociales y otras navegaciones, comunidad virtual, cotizantes en bolsa, llegaron para quedarse.

Pero más allá de que las nuevas batallas (reales) tengan más o menos activa presencia/cobertura noticiosa (virtual), una cuestión relevante para los andamios de la comunicación e información tiene que ver con la red como escenario, ora declarado, ora encubierto, de disputa política y de movilización social. ¿Cómo impulsar acciones colectivas, que no solo afinidad/divergencia, desde los medios interactivos?

Hay amplio análisis sobre el papel de las nuevas tecnologías en movimientos de protesta, en especial como eficaz instrumento de articulación y de convocatoria. Así se constató con la Primavera Árabe y otras revueltas de indignación global. Salvando distancias, Bolivia no es la excepción. Algunos estudios muestran que las redes sociales se han convertido en robustos, a veces virulentos, espacios de (des)encuentro. Y enhorabuena.

Pero habremos de convenir, libres de ingenuidad, en que una cosa es utilizar las redes para hacer activismo y otra, asaz distinta, aprovechar el espacio virtual, muchas veces desde el anonimato, para la difusión sistemática de agresiones. La reciente lapidación virtual de una miss es una muestra de ello. ¿Será evidente acaso, como asegura Umberto Eco —nada menos—, que “el drama de internet es que ha promovido al tonto del pueblo como el portador de la verdad”?

¿Qué hacer? ¿Se puede siquiera imaginar la regulación y control de contenidos en las redes sociales virtuales? Para nada. Es técnicamente imposible, resulta democráticamente deplorable y es claramente inútil. Sospecho que en estos territorios, además del estratégico desdén, la única respuesta de veras fructífera es “más comunicación, mejor debate”. Lo demás, desde siempre, es silencio.