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Blindajes estructurales, financieros y psicológicos

A medida que los precios internacionales y las economías centrales se debilitan, surgen interrogantes en torno al desempeño de una economía capitalista dependiente de la exportación de sus materias primas como la boliviana. Nos referimos a los llamados “blindajes” que se podrían tener para enfrentar una coyuntura que por su propia naturaleza es incierta.

La naturaleza del movimiento de precios de materias primas. El precio internacional de las materias primas (petróleo, gas, estaño, plata, oro, zinc, soya y derivados, plomo y cobre, entre otros) se transa en mercados a los que confluyen gran cantidad de agentes (de los cuales solo un limitado porcentaje son productores e industrias transformadoras). Los grandes actores en estos mercados son financieros. Por tanto, éstos se parecen cada vez más a los mercados bursátiles: altamente volátiles, con tendencias de larga duración, muy sensibles a factores psicológicos, vinculados a la macroeconomía de estados influyentes, y solo parcialmente guiados por sus propios fundamentos.

Esto tiene dos implicaciones, una positiva y otra negativa: la primera es que los precios nominales tienen una tendencia positiva; es decir que tras periodos de crisis usualmente se recupera la senda (a menos que se produzca un cambio estructural que se da en muy contadas ocasiones). La negativa es que la magnitud de la caída de precios y el tiempo en que éstos permanecen bajos son inciertos. A pesar de los grandes avances científicos, no es posible predecir de manera confiable ni siquiera el precio del siguiente mes, ni mucho menos el tiempo de duración de retorno a su nivel inicial. Una lección de esos avances es que probablemente el mejor predictor sea el último precio disponible, lo que obviamente no es de mucha ayuda para el diseño de políticas públicas. Más del 90% de las exportaciones bolivianas enfrentan este tipo de incertidumbres.

Blindajes y su tipología. Las grandes tragedias macroeconómicas en Bolivia están explicadas por shocks externos de larga duración; baste mencionar las crisis de 1956 y 1985. La receta usualmente es crear “blindajes” para reducir la exposición a dichos shocks; estableciendo, por ejemplo, fondos de estabilización o regímenes impositivos contra-cíclicos, entre otros. Estas recomendaciones, sin embargo, están orientadas a crear blindajes financieros, cuando hay otros que también se deben tomar en cuenta: los estructurales y los psicológicos.

Los blindajes financieros se refieren a la cantidad de recursos financieros públicos y privados existentes en el momento previo a la crisis, en comparación con el flujo negativo que sobrevendría luego. Indicadores como las Reservas Internacionales Netas (RIN), depósitos en el sistema bancario, disponibilidad de los fondos de pensiones y de los gobiernos autónomos, y el endeudamiento externo relativo son usualmente utilizados para medir este blindaje. En el caso boliviano —se debe ser muy claro en esto— nunca se estuvo mejor preparado para enfrentar una crisis de este tipo. Las RIN están casi cuatro veces por encima del mínimo requerido, la suma de depósitos, de Administradoras de Fondos de Pensiones y gobiernos autónomos, es mayor al 50% del PIB, y el endeudamiento externo relativo está en su mínimo histórico desde 1970. En pocas palabras, hay un fuerte blindaje que podría ser suficiente para enfrentar una coyuntura negativa de dos años o un poco más.

Los blindajes estructurales son de dos tipos. Los tienen que ver con el grado de inserción externa y aquellos relacionados con la matriz productiva.

Bolivia es una economía que no está inserta en la dinámica financiera global, los movimientos de capital financiero de corto plazo son insignificantes. Estos fondos llegan masivamente con la apreciación de la moneda en tiempos de bonanza y se van ante el primer indicio de crisis o devaluación de la moneda. Esto no sucede en Bolivia y explica en parte por qué siempre se mostró mejores indicadores que nuestros vecinos en tiempos de tormentas financieras mundiales; no solo ahora, sino desde siempre: 1929, 1974, 1999, 2008. El principal mecanismo de transmisión de las crisis bursátiles se da cuando nuestros dos grandes vecinos, Brasil y Argentina, son afectados por dichas crisis. Actualmente, Argentina está al borde del colapso y Brasil está ensayando un ajuste severo para estabilizar su economía. El Gobierno debiera monitorear estas economías con suma urgencia.

La matriz productiva del país representa a la de una economía extractivista (dependiente de la exportación de materias primas). Fue dependiente de la plata, luego del estaño y ahora del gas, y de una canasta de commodities tan inestables como el petróleo. Lastimosamente, la tendencia de estos precios son comunes y, por tanto, la exposición es alta. Hay departamentos cuya suerte está totalmente ligada al sector externo (pese a que casi no tributan): Potosí y Oruro a la minería, Santa Cruz a la soya. La receta es transformar la matriz productiva hacia una menos expuesta a los shocks. Nunca se hizo y obviamente es un contrasentido hacerlo a lo loco en periodos de crisis, invirtiendo en cualquier cosa, casi sin fijarse cuánto y cómo. Por tanto, ahora es tarde para una transformación que aunque se inicie y se haga de manera correcta, no rendirá frutos, sino hasta 2025 o más. Finalmente están los blindajes psicológicos. Hay tres espíritus animales que juegan un rol importante en los shocks externos: la memoria, la credibilidad y la ilusión monetaria.

La memoria en el caso boliviano es un factor en contra. Cada vez que hubo shocks negativos de alta duración, el país colapsó. Pese a que los blindajes financieros son buenos, se debe inducir un reaprendizaje de las expectativas. El Gobierno no está haciendo nada en esto, pero aquí vienen dos consejos: comparar la administración de esta última bonanza con la bonanza en tiempos del banzerato, y comparar el desempeño de Bolivia con los países vecinos en la última crisis de 2008/2009.

La credibilidad no ha sido bien trabajada. Por un lado, la administración macroeconómica ha inducido a un exagerado optimismo en algunos funcionarios, lo que los llevó a decir que “estamos a pleno vapor” mientras que otros reaccionaron con pesimismo al anunciar “que se ajusten los cinturones”. Las contradicciones afectan negativamente a inversores y consumidores por igual; éstas son ignoradas en tiempos normales, pero nunca en tiempos de crisis. Las contradicciones se castigan con menor inversión y con menor empleo.

La ilusión monetaria está siempre detrás de las crisis. Cuando los movimientos son hacia abajo, cunde el desaliento y la deflación se hace presente no solamente por las menores disponibilidades. Las políticas contra-cíclicas son bienvenidas siempre y cuando no vengan acompañadas por factores inhibidores de la producción, como el segundo aguinaldo. Se borra con el codo lo que se hizo con la mano. Una vez más, estas contradicciones podrían terminar siendo nocivas.