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Nuevo protagonismo de Bolivia en Naciones Unidas

En la II Conferencia Mundial de Pueblos sobre el Cambio Climático y Defensa de la Vida, que tuvo lugar en Tiquipaya, Cochabamba, entre el 10 y 12 de octubre, no dejó de llamar la atención que en primer lugar participaran de la misma el secretario general de la Organización de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, y el ministro de Relaciones Exteriores de Francia, Laurent Fabius; además del canciller de Cuba, Bruno Rodríguez, el alcalde de Bogotá (Colombia), Gustavo Petro, y el jurista internacional español Baltasar Garzón. Como se sabe, los presidentes de Venezuela, Nicolás Maduro, y de Ecuador, Rafael Correa, más bien estuvieron para la clausura.

Además de la máxima autoridad de la ONU, para el caso lo más significativo sin duda fue la presencia del canciller francés, una vez que él será el presidente de la próxima XXI Conferencia de las Partes de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2015, más conocida como “COP 21, París 2015”, que tendrá lugar en la capital francesa entre el 30 de noviembre y el 11 de diciembre. Una cita de dimensiones, pues debe desembocar en un nuevo acuerdo internacional sobre el clima aplicable a todos los países (que por eso es una “convención”, de aplicación obligatoria), que busca mantener el calentamiento global del planeta por debajo de los 2 grados centígrados.

Al margen del resultado de la Conferencia de Tiquipaya, de la mayor o menor profundidad en cuanto a sus análisis y propuestas, un hecho queda en pie: el protagonismo que adquirió Bolivia en el tema.

A propósito de la presencia en Tiquipaya de Ban Ki-moon y de Laurent Fabius, el representante de Bolivia en la ONU, Sacha Llorenti, ve en el hecho incluso una estrategia: “Mi evaluación es que Naciones Unidas a través del secretario general se apoya fundamentalmente en dos líderes mundiales en este camino hacia la COP 21 de París, uno es el Papa y otro, Evo Morales. No es casual que hayan venido a Tiquipaya, él y el canciller francés, que es el presidente de la COP; esas son señales muy poderosas en términos diplomáticos”.

Ciertamente, dicho protagonismo viene precedido de varias acciones e iniciativas que Bolivia tuvo en la ONU: la promoción desde 2009 de la Declaración Universal de los Derechos de la Madre Tierra; el acceso al agua y al saneamiento básico como derecho humano (2010); la aprobación del principio andino ama sua (no seas ladrón), ama llulla (no seas mentiroso) y ama qilla (no seas flojo) en 2015, entre otros. 

Y es que para Llorenti si hay un núcleo discursivo que caracteriza a la política exterior boliviana, y no solo en el ámbito ambiental, es el Vivir Bien; por eso llama a prestar atención, para poner un ejemplo, al título de la Declaración de Santa Cruz del G 77: “Por un nuevo orden mundial para Vivir Bien”.

El Vivir Bien, que vino a entroncar con tendencias ya presentes en la ONU (como el “desarrollo sostenible” o que el desarrollo tiene límites) para Llorenti sobre todo es “un nuevo paradigma de desarrollo y de convivencia, que plantea una alternativa real, concreta, al capitalismo; y que ha calado mucho”.

ANTIIMPERIALISMO. Así, destaca el diplomático, el discurso del Vivir Bien no se queda reducido al ambientalismo porque se completa con una clara posición política de izquierda del presidente Evo Morales, que además es indígena. Se puede decir, afirma, que esta es la “década dorada” de la diplomacia boliviana, con el “factor Evo” como centro: y “no solo por ser un presidente indígena, sino también por ser antiimperialista, anticolonialista y anticapitalista”. 

Debido a la relativa independencia de acción que tiene Bolivia con respecto a los organismos internacionales, como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial, por su relativa fortaleza económica; en el sistema de Naciones Unidas, el país ha podido implementar la lógica, dice el representante diplomático, del “socios, no patrones”; el énfasis en poner a la soberanía como condición de cualquier relación.

En septiembre reciente, la Asamblea General de la ONU aprobó (por 136 votos a favor, 6 en contra y 41 abstenciones) los principios de reestructuración de la deuda soberana (“soberana” porque es adquirida por el Estado), una forma de combatir los denominados “fondos buitre”; el hecho es que fue Bolivia la que presidió el comité que elaboró la propuesta de resolución. Aquí hay otro liderazgo boliviano, señala Llorenti: la independencia o la distancia del Estado boliviano con respecto a los grandes organismos financieros: “Esa soberanía, por ejemplo, permite asumir responsabilidades como la del comité de deuda. Otro país, subordinado al FMI o con una economía débil, vulnerable a estos ataques, imposible que hubiera podido concluir un trabajo de esa naturaleza”.

Que la Asamblea General de la ONU haya aprobado los principios de reestructuración de la deuda soberana no es poco, pues tiene consecuencias prácticas, insiste el embajador ante la ONU: “ahora esos principios se están convirtiendo en leyes para los países, ya empezó Argentina y pronto seguirá Bolivia”; además, los nueve principios para negociar el pago de la deuda soberana se están convirtiendo “en un factor imprescindible en la suscripción de cualquier contrato de deuda, en cualquier litigio sobre esto y en cualquier tipo de reestructuración de deuda”.

Algo parecido pasa con la visión del acceso al agua como un derecho humano: “el derecho humano al agua, el agua misma, son parte de los Objetivos de Desarrollo Sostenible”, los sustitutos éstos de los antiguos Objetivos de Desarrollo del Milenio.

En lo relativo a la demanda marítima, sin quitarle el mérito jurídico que mostró el equipo boliviano en La Haya, Llorenti afirma que incluso esta causa no habría sido lo suficientemente visible si no se la hubiera sostenido con el  liderazgo o referencia internacional que hoy ostenta el país. “El protagonismo boliviano en el escenario diplomático ha permitido que nuestra causa (marítima) sea más visible”.

Otro aporte de por sí importante de Bolivia en el sistema de Naciones Unidas, si bien no a nivel de resolución, es la noción de la “plurinacionalidad”. De hecho, según recuerda el embajador, el propio nombre de la representación boliviana mueve a debate: “Estado Plurinacional de Bolivia”.

“La plurinacionalidad ahora es un tema de debate; en España se escucha tranquilamente discutir la plurinacionalidad; Ecuador se reconoce plurinacional”; ese término es muy importante no solo en términos académicos, sino políticos, destaca, porque muchas sociedades, antes que estados, “se están mirando en el espejo de la plurinacionalidad y se ven más identificados en ese espejo que en el espejo que trata de esconder las diferencias”.

APARIENCIA. Para el sociólogo e internacionalista Franco Gamboa, por el contrario, el rol del país en realidad no es para nada “relevante” en el ámbito internacional.  Gamboa basa su afirmación en que una política internacional fuerte, de incidencia real, debe cumplir con tres requisitos: tener el país un expectable peso geopolítico, gozar de fortaleza estatal (institucional) y tener solidez económica. El país a cabalidad no cumple ninguno, señala.

En este sentido, la necesidad de haber un piso mínimo para considerarse influyente en las relaciones internacionales, si bien las resoluciones y declaraciones del organismo internacional tienen su valor más bien “moral”, en los hechos la idea de “Bolivia-referente mundial” no pasa de ser un anhelo. “Esta actitud de mirarse el ombligo y pensar que somos un referente es totalmente equivocado. Se hace aparecer como grandes logros algo que son simplemente hechos de cada día en la ONU, como son las declaraciones de principios”, sentencia.

Para el sociólogo, el G77, por ejemplo, aun siendo el grupo más numeroso dentro de Naciones Unidas, en los hechos no tiene ningún papel preponderante a no ser que venga acompañado por alguna potencia emergente; así, ilustra, no por nada el G77 en realidad se llama “G 77 más China”: el Grupo 77 “no ha significado nada, a más de los pactos estratégicos y las movidas geopolíticas de las economías emergentes, en este caso China; luego vendrá Brasil, India y Rusia”. En este marco, provoca pensar el internacionalista, está el crédito recientemente anunciado de 7.000 millones de dólares de China.

  En lo referente a las resoluciones que Bolivia ha ido promoviendo a lo largo de los últimos años, por ejemplo la de acceso al agua como un derecho humano, Gamboa afirma que esto no es nuevo en Naciones Unidas, bajo otras formas  ya se lo vino discutiendo antes. El moderno debate social y ambiental, destaca, ahora está más en las energías alternativas, en cómo “salirse de la matriz de dependencia del petróleo; aquí, por ejemplo, Bolivia no ha aportado nada”.

En cuanto a los derechos o principios culturales, la “promoción de los saberes ancestrales”, por poner un caso, es una cosa que desde hace mucho tiempo se ve en la ONU y desde diferentes países, los africanos con su concepto y reivindicación de la “negritud”, pone el ejemplo.

En lo relativo a la demanda marítima en La Haya, Gamboa pide prudencia: claro que es un importante avance el haber logrado que la Corte Internacional de Justicia (CIJ) se haya declarado competente para conocer el caso, pero se tiende a sobredimensionar el hecho; es más, advierte contra su electoralización en vista al referéndum de repostulación de los actuales mandatarios.

Sobre la participación del secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, en la II Conferencia climática de Tiquipaya, Gamboa sugiere otra lectura: “Ban Ki-moon nunca va a rechazar ninguna invitación a eventos internacionales, pues trata, también, un poco de lavar la imagen de Naciones Unidas. Ésta ha estado de capa caída y de desprestigio; primero porque no ha sabido impulsar los Objetivos del Milenio y, segundo, por sus fallidas intervenciones humanitarias en Haití, Afganistán, y el pésimo papel para pacificar Irak y el casi nulo en Siria”.

En cuanto al liderazgo internacional del presidente Morales, para Gamboa, el Mandatario más es una “figura mediática que otra cosa, como lo puede ser Cristiano Ronaldo [jugador de fútbol portugués]”.

ESTRUCTURAL. Sin desconocer la importancia, más o menos simbólica, de las resoluciones de la Asamblea General de la ONU promovidas por el Gobierno boliviano, el diplomático y excanciller Agustín Saavedra Weise apunta más bien hacia el hecho estructural de que el sistema de Naciones Unidas aún está sujeto a lo que denomina “la política del poder”; el hecho de que, pese a todo, allí quien manda es el Consejo de Seguridad, sus miembros permanentes.

“Hemos cumplido 70 años de la ONU, desde octubre de 1945; seguimos con la política de los cuatro policías; Estados Unidos y los cuatro policías, los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad”.  Esto no impide, o no debería hacerlo, el que se trate de luchar por un “orden internacional más justo, más acorde con los tiempos que vivimos”; por lo menos en el ámbito de las Naciones Unidas, esto significa aplicar las reformas al sistema que ya se propusieron hace tiempo, pero que por ahora están “en la congeladora”.

En cuanto a los “nuevos” derechos (al agua, de la Madre Tierra, entre otros) que promovió Bolivia, Saavedra Weise no deja de remarcar su importancia o lo interesante de su concepto, en el sentido de promover el debate internacional, pero, al final del día, es necesario pisar tierra.

“Seamos francos, las resoluciones de la Asamblea General tienen poco valor efectivo, tienen más valor declarativo; es por eso que le digo que tenemos que cambiar la actual ‘política del poder’, pues allí lo que vale es el Consejo de Seguridad; la Asamblea General y la relación cada país un voto pasa a ser una cuestión formal, casi declarativa”.

La reforma del sistema de las Naciones Unidas, de las relaciones de poder e influencia, necesariamente deberán tender a su democratización; solo en ese momento, incluso, destaca Saavedra Weise, se podrá hablar de la mentada “diplomacia de los pueblos”.

La misión en París es cumplir con Tiquipaya: Sacha Llorenti, representante de Bolivia ante la ONU.

Tenemos que cumplir el mandato de materializar, en el escenario multilateral, las decisiones de la conferencia de Tiquipaya, trabajar porque esos acuerdos sean debidamente considerados en el escenario multilateral; es una tarea difícil, lenta y complicada, poner de acuerdo a 193 estados, peor cuando el cambio climático toca el modelo económico mismo del actual sistema.

En política exterior hay que ser realistas: Franco Gamboa es sociólogo e internacionalista.

Si hablamos de política exterior tenemos que ser realistas. Cuáles son los intereses geopolíticos de nuestro Estado en el ámbito latinoamericano y global-mundial; en todo caso, somos una víctima en la estrategia geopolítica de las grandes potencias, de las transnacionales, víctimas de la nueva reconfiguración global encabezada por Rusia, India, China y Brasil.

El nudo en la ONU es la ‘política de poder’: Agustín Saavedra Weise, diplomático, excanciller.

El G77 puede tener peso en declaraciones o propuestas, pero nuevamente chocamos con la “política del poder”. Hay que reformar el sistema de las Naciones Unidas; que se incorporen los enormes cambios que han habido en el mundo desde hace 70 años y que permanecen congelados; seguimos la misma política de posguerra, como si estuviéramos en 1946.