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El referéndum como oportunidad de cambiar

Qué se tiene que hacer para que la ventaja con que partió el No se desmorone? Exactamente lo que se hace hoy: permanecer chapoteando en la indignación, propalando la sana y arraigada bronca que se siente ante las arbitrariedades, abusos y rapiñas del Gobierno. Las denuncias y la evidencia que se han ido descubriendo han contribuido a que se acumule la mayoría detectada por las encuestas y sondeos que se muestra adversa a autorizar una tercera reelección. Pero, la reiteración de acusaciones e indicios no garantiza mantener ese predominio y, todavía menos, ampliarlo.

Desde la elección de 2005, cuando se impuso por vez primera el binomio que encabeza al Ejecutivo, cerca del 40% de los electores ha votado en su contra, con relativa constancia, a través de cambiantes opciones. Esa porción de la sociedad busca, acepta y está dispuesta a creer todas, o casi todas, las sindicaciones contra las autoridades centrales, lo que no ocurre con esa mayoría de electores que lo ha respaldado durante una década. Las fronteras entre ambos sectores obedecen a determinaciones históricas, de clase y ubicación social, que involucran vivencias, experiencias y ciertas tradiciones muy profundas de entender y reaccionar ante el mundo; no se trata de percepciones momentáneas y susceptibles de ceder ante la propaganda y las estrategias de comunicación.

Los sondeos realizados para conocer la opinión para legalizar una tercera reelección muestran que la negativa agrupa, por ahora, a la porción consistentemente adversa al Gobierno con una franja de quienes le han sido leales. Esa franja se mantiene atenta y abierta a las denuncias de corrupción, no incondicionalmente, y comparte la sensibilidad, francamente predominante en la sociedad, que recela de la prolongación o perpetuación de los mandatos, que ha obligado a los estrategas electorales oficiales a tratar de diluir el impacto de su plan de prórroga, evitando hablar de reelección y endulzándola como “repostulación”.

INCERTIDUMBRE. Bienes e incertidumbre. La mayoría electoral que sustenta a los gobernantes está cohesionada, principalmente por su experiencia concreta. En un principio, esa experiencia era un condensado de expectativas y símbolos que expresaban su deseo de poner fin al predominio de las élites políticas y económicas que se repartían tradicionalmente el poder público y se alternaban en ejercer su máxima titularidad. El respaldo electoral oficial se fortaleció después con la distribución de diversos beneficios, generalizados y focalizados, que nacieron de la combinación de grandes ingresos con las políticas públicas que identifican al equipo gobernante y lo distinguen de sus antecesores.

La asignación vertical, dirigida y selectiva de privilegios ha ido afirmándose con el transcurso del tiempo, subrayando la tónica corporativista de la gestión, de la que depende su convocatoria y que, también, configura su mayor vulnerabilidad, puesto que necesita de la disponibilidad continua de recursos, lo que hoy atraviesa crecientes dificultades, por el giro recesivo del mercado mundial. Otro motivo que hace del corporativismo un flanco vulnerable es que acelera y vigoriza la propensión a la discrecionalidad, el abuso y la corrupción.

Pero, por lo pronto, la fórmula de la eficacia y durabilidad de la convocatoria electoral oficial que funciona puede resumirse así: beneficios intangibles, o mejor incuantificables, (el ascenso de los de abajo y su reivindicación) más recompensas materiales (ingresos, precios, subsidios, bonos, capacidad adquisitiva, movilidad social y política) y combinación de abundancia con una administración que ostenta un histórico sello distintivo.

La incertidumbre que acompaña el notable bajón de ingresos que recibe el país multiplica las tensiones del conglomerado social que se siente expresado y representado por los gobernantes, pero esa incertidumbre es netamente menor a la que acompañaría un cambio drástico del rumbo de la conducción estatal. El referéndum no determinará ese viraje, pero lo condicionará y de allí que la propaganda oficial trata de amortiguar la incertidumbre, detrás de las consignas de “continuidad y estabilidad”, al mismo tiempo que alienta, sutilmente de momento, el temor por lo desconocido (o el retorno del pasado).

La campaña por el No trata en cambio de aglomerar y estimular el descontento, agitando las quejas. A ese fuelle principal lo único que aportan los partidos opositores es su frustración por la falta de alternabilidad, a la que proclaman como inconmovible principio democrático, pero que tiende a ser entendida por la mayoría de los electores como la reivindicación de un presunto derecho de tomar las riendas del poder por parte de quienes lo reclaman, noción que ciertamente no resulta ni convincente, ni satisfactoria.

MALESTAR. Del malestar a la ruptura. Pero, pese a que para la mayoría de los electores los gobernantes mantienen una considerable ventaja cuando los comparan con sus probables sustitutos, su deseo de eternizarse en la conducción política acarrea una desconfianza que se combina con el malestar que expande la ineficiencia burocrática y las manifestaciones de mengua de recursos disponibles.

Inclusive dentro del tercio aquel que preservará su lealtad al oficialismo, aun cuando se presenten pruebas irrefutables de pillaje y saqueo cometidos por dirigentes y gobernantes del MAS, la duda lo penetra ante la reiteración de claudicaciones y abandono de la ruta de cambios esperados y prometidos, y ante la evidencia de que todos los logros que reivindican los gobernantes alivian muy poco y tienen pocas o ninguna posibilidad de transformar positiva y durablemente la vida de la empobrecida mayoría nacional. Otro motivo fundamental de insatisfacción y recelo es la irrefutable experiencia de que las prácticas de los políticos se mantienen pese a todo.

Ni disidentes, ni opositores aprecian, ni menos dialogan con ese estado de ánimo y no lo harán mientras las críticas al caudillismo, arbitrariedades e ilegalidades terminen canalizadas bajo el supuesto de que todo eso desaparecerá cuando ellos ocupen el lugar de los gobernantes de hoy. Eso solo lo creen y seguirán suponiendo la fracción más dura de aquellos que nunca apoyaron al MAS en las elecciones nacionales, pero por nadie más.

El aporte posible de los partidos para el triunfo del No en el referéndum y para la creación de opciones viables que puedan ganar al oficialismo necesita de pruebas irrefutables, como convertir a la cita del 21 de febrero en un compromiso de renovación serio de las prácticas políticas. La renuncia expresa de los principales dirigentes a presidir sus fórmulas electorales en 2019, promoviendo nuevos cuadros es un mensaje que puede llegar más allá de su audiencia habitual y extenderse a la que les ha sido adversa. ¿Tienen una fórmula mejor para hacerlo?

La campaña por el No, con el tono y orientación que ostenta hoy, puede adiestrar una tanda de prospectos de jóvenes dirigentes, que podrá aparecer en la escena nacional en los próximos 10 años, si es que antes el descontento espontáneo no ha hecho ignición.