Icono del sitio La Razón

COP21: nueva etapa en la lucha contra el cambio climático

A mi llegada a París, recuerdo los rostros de las mujeres de la aldea en la que crecí en Uganda. Crían vacas, cultivan frutas y verduras… Dependen de la tierra para sobrevivir y están entre los 3.500 millones de personas más pobres del mundo cuya vida diaria está expuesta a los cambios que se producen en el clima.

El cambio climático representa la principal amenaza medioambiental, económica, humanitaria y de seguridad para nuestro mundo. No es “una crisis más” a la que podemos dar mayor o menor prioridad. En Oxfam, además la consideramos una crisis de desigualdad, en la que las personas más pobres y vulnerables (especialmente las mujeres del Sur global) asumen riesgos enormemente desproporcionados.

Es probable que las negociaciones sobre cambio climático de las Naciones Unidas, que hoy día tienen lugar en París, concluyan en un acuerdo global. Pero la principal cuestión es cómo será este acuerdo y si beneficiará únicamente a las élites y los grandes emisores o también a las personas más vulnerables.

Yo soy optimista. Creo que la humanidad tiene la capacidad técnica y política para lograr un mundo más limpio, estable y seguro, y alcanzar los nuevos y ambiciosos Objetivos de Desarrollo Sostenible. Y los países pueden encontrar el dinero para hacerlo posible, como cuando lo encontraron para rescatar a los bancos con 11.000 millones de dólares.

Las perspectivas para París no son tan malas. Libre de las expectativas que contribuyeron a hacer fracasar las negociaciones sobre el clima en Copenhague hace seis años, las de París son consideradas como el comienzo —y no el fin— de una nueva etapa de la lucha contra el cambio climático. Esto incrementa la probabilidad de lograr un acuerdo, aunque también se tiene la certeza de que no será lo suficientemente ambicioso como para mantenernos a salvo. Y es que este acuerdo no será un arreglo transitorio para los próximos 15 años, sino que debe ser el comienzo de algo más grande.

Las energías renovables han crecido de forma espectacular desde 2008. Ya son rentables en numerosos países y se han convertido en la segunda fuente de generación eléctrica en el ámbito mundial. No obstante, aún están por detrás del carbón, cuyo uso continúa creciendo de forma alarmante (como los combustibles fósiles siguen obteniendo nueve veces más financiación de los principales bancos mundiales de lo que consiguen las renovables). París debe ser el principio del fin de esta nociva relación.

Durante los últimos 18 meses hemos visto una voluntad política sin precedentes, desde el acuerdo entre Estados Unidos y China hasta la declaración de los líderes del G7 a favor de poner fin al uso de combustibles fósiles para finales de siglo, y las propuestas de más de 150 países para reducir sus emisiones. De estas propuestas, las más ambiciosas son las de los países en desarrollo.

Por tanto, las posibilidades de que estas negociaciones fracasen son mínimas. Oxfam participará de forma activa para promover la unidad y la asertividad de los bloques del G77, África, los países menos adelantados y la Alianza de Pequeños Estados Insulares: bloques conformados por los países más perjudicados por el cambio climático y quienes, sin embargo, menos han contribuido a provocar.

Desde hace algunos años, Oxfam ha realizado un seguimiento del dinero que, en última instancia, sellará el acuerdo. En Copenhague, los países ricos se comprometieron a proporcionar a los países en desarrollo 100.000 millones de dólares al año para 2020, pero, según nuestros análisis, hasta el momento solo han movilizado en torno a los 20.000 millones de financiación pública, de los cuales apenas 5.000 millones se han destinado a ayudar a las personas pobres a hacer frente a los efectos del cambio climático.

Tristemente, para los 1.500 millones de agricultores a pequeña escala beneficiarios de estos fondos, esta cantidad apenas supone tres dólares al año, lo que en muchos países ricos equivale a una taza de café.

Actualmente, países como Etiopía o Tanzania destinan más fondos de sus propios presupuestos domésticos a tratar de adaptarse a los efectos del cambio climático de lo que reciben de la comunidad internacional para este propósito. Es inaceptable. Oxfam estima que, para mediados de este siglo, los países en desarrollo necesitarán casi 300.000 millones de dólares al año más para adaptar sus economías. Para entonces, de no recibir estos fondos, sus economías podrían reducirse en 1,7 billones de dólares anuales aproximadamente.

Así que, ¿cuáles serán las cuestiones críticas para lograr un acuerdo en París? Primero, el dinero. Se debe establecer un nuevo objetivo para destinar a adaptación 35.000 millones de dólares de financiación pública para 2020, y 50.000 millones de dólares para 2025. Estos fondos no pueden proceder de los presupuestos de ayuda al desarrollo, sino de nuevas fuentes como las tasas a las transacciones financieras o el comercio de los derechos de emisión. Se debe reformar el actual sistema de financiación ad hoc y convertirlo en un sistema estable y predecible. Los países en desarrollo más ricos, como Rusia, Corea,
México, Arabia Saudí y Singapur, entre otros, también deben incrementar sus esfuerzos.

Segundo, es necesario reducir las emisiones. Todos los países deben asumir objetivos de reducción nuevos y más ambiciosos a partir de 2020 y revisarlos, posteriormente, cada cinco años. Pero, sobre todo, el acuerdo de París debe construirse en torno a la equidad. Esto significa que los países más ricos deben ser los más rápidos en “descarbonizar” sus economías y proporcionar fondos para ayudar a los países más pobres a hacer lo mismo.

En última instancia, la prueba final en París será comprobar si el acuerdo supone un verdadero cambio para las personas más damnificadas por los efectos del cambio climático. Para que el acuerdo realmente les beneficie, sus voces deben escucharse claramente y ser tenidas en cuenta.