La revalorización de la inversión pública
Durante la gestión del presidente Morales, Bolivia ha incrementado sistemáticamente el coeficiente de inversión con relación al PIB, con la particularidad de que, al ser las empresas estratégicas de propiedad de todos los bolivianos, la inversión estatal medida en un sentido amplio es aún mayor, llegando al 17% en 2015.
El mundo se encuentra hoy en una encrucijada de incertidumbres: la sostenida desaceleración de China, junto con un viraje de su política económica hacia el equilibrio en su mercado interno, ha provocado la caída de la demanda de las principales materias primas; la irrupción del shale oil estadounidense en los últimos años y la contraofensiva saudí para mantener su cuota de mercado, por otro lado, han provocado una sobreoferta en el mundo del petróleo, con un final abierto luego del acuerdo nuclear de Irán y el levantamiento de las sanciones económicas en su contra. Como telón de fondo, tenemos aún activas las réplicas del terremoto financiero de fines de la década pasada, cuyo epicentro fue Estados Unidos y cuyos protagonistas fueron los fondos financieros especulativos y la banca, dos actores que curiosamente fueron los que menos daños sufrieron por el descalabro que provocaron.
En este entorno, las proyecciones económicas para 2016 de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) para Latinoamérica se ven ensombrecidas por el bajo desempeño de Brasil, con un crecimiento negativo equivalente del 2%, mientras que Argentina (0,8%) y Ecuador (0,3%) no llegarán ni a un dígito de crecimiento. La situación de Venezuela (-7%) es complicada. Sudamérica tendrá, entonces, un leve decrecimiento del orden del 0,8%. En este contexto, se espera que Bolivia tenga uno de los desempeños más prometedores de la región (4,5% según la CEPAL y 5% según el Ministerio de Economía y Finanzas).
Dani Rodrik, uno de los más destacados economistas de Harvard y especialista en temas de desarrollo y economía política internacional, ha publicado hace pocos días un artículo en el que resalta el rol de la inversión pública en Bolivia, Etiopía e India, como motor del crecimiento. Rodrik destaca cómo un uso inteligente de la inversión puede ayudar a Bolivia a capear el temporal de los bajos precios de las materias primas, en un entorno regional que —como vimos— se presenta sombrío. Rodrik incluso señala que lo que se hace en este conjunto de países menos desarrollados sería un buen ejemplo para las economías más avanzadas. El artículo se puede leer en el blog de Rodrik alojado en el sitio web www.project-syndicate.org.
Durante la gestión del presidente Evo Morales, Bolivia ha incrementado sistemáticamente el coeficiente de inversión con relación al PIB, con la particularidad de que, al ser las empresas estratégicas de propiedad de todos los bolivianos, la inversión estatal medida en un sentido amplio es aún mayor, llegan al 17% en 2015.
En el futuro, según el Plan de Desarrollo a 2020, se proyecta sostener esta tendencia con una inversión pública de algo más de 48.000 millones de dólares en el quinquenio, reforzando el rol positivo de la inversión en el crecimiento. Por supuesto, no es solo el Estado boliviano el que debe asumir esta titánica tarea por su cuenta, también se requiere de la inversión privada nacional, de la inversión extranjera y de la cooperación.
Al destacar los avances de Bolivia, Rodrik se suma a otros varios economistas de prestigio en el ámbito internacional —incluido al Nobel de Economía Joseph Stiglitz— que destacan las políticas del gobierno de Morales. Pero los avances de Bolivia despiertan interés en el mundo académico más allá del interés de especialistas de renombre, así lo demuestra la elección de Bolivia como sede del último encuentro internacional de la prestigiosa Asociación Latinoamericana y Caribeña de Economía (Lacea) —organizado acertadamente por el centro INEASAD de Bolivia, con el auspicio de la Vicepresidencia.
En dicho encuentro, recuerdo el lamento de un famoso catedrático de economía y exfuncionario del antiguo régimen —un referente para varias generaciones de economistas, incluida la mía—, quien resintió que en tiempos del neoliberalismo el “modelo boliviano” era estudiado por la academia internacional y que eso ya no ocurre hoy. Tal afirmación puede, al menos, generar una sombra de duda en las mentes menos informadas. La afirmación no es del todo exacta.
En efecto, se escribió bastante sobre el “modelo boliviano” en la década de los 80, pero fue debido a que Bolivia era el laboratorio social de las políticas que luego se extendieron hacia el resto de América Latina. En su condición de país pequeño y pionero en las reformas económicas, Bolivia era la punta de lanza de lo que luego se convirtió en un sentido común extendido hacia el resto del continente. En rigor, nadie estaba estudiando el “modelo boliviano”, pues el modelo neoliberal aplicado en Bolivia era cualquier cosa, menos boliviano.
Hay entonces, un notable salto de percepción hoy, cuando los bolivianos llaman la atención del mundo académico gracias a la aplicación de políticas económicas tomadas de manera soberana, y ya no como un país que hace de conejillo de indias para los académicos que piensan para el país soluciones desde afuera.
En gran parte del mundo, lo público sigue siendo un espacio poco valorado. Hoy, Rodrik recuerda que en una época de recesión e incertidumbre económica, es el Estado el que puede ser el puntal de la estabilidad y el crecimiento.
El mundo contemporáneo vive un entorno inestable, de caída de precios de las materias primas de exportación, agravado por la incertidumbre acerca del curso del mercado petrolero y de la situación geopolítica del oriente medio, a lo cual se suma una arquitectura internacional con pilares aún débiles. Los factores de inestabilidad se encuentran casi donde uno pone la mirada.
Es en este entorno en el que se precisa de una respuesta sólida del Estado, haciendo un uso inteligente de la inversión pública como instrumento del crecimiento, para cerrar las brechas de infraestructura, para vertebrarnos como país e integrarnos como continente y para generar condiciones para una mejor participación del sector privado, en la construcción de una economía plural.