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Detrás del Jesús histórico

Casi todo se ha dicho sobre él y su nombre ha sido utilizado como estandarte de todo tipo de causas. El paso de Jesús de Nazaret por la tierra probablemente sea uno de los acontecimientos que más ha transformado a la humanidad y su influencia, no solo en el mundo cristiano, es innegable.

En comparación con cualquiera de los anteriores, en este siglo XXI Jesús está más presente que nunca. Cuando uno camina las calles de cualquier ciudad y cuando se transitan los canales de televisión o las redes sociales se encuentra con él. Pero ¿de qué Jesús hablamos?, ¿del Jesús que nos inspira la exploración espiritual o del que nos asegura con el pago de un diezmo o un compartir en Face-book el enriquecimiento material?, ¿del Jesús de los teleevangelizadores o de los del “pare de sufrir”?

Cuando uno ve pasar la procesión del Viernes Santo, ¿a qué Jesús ve? ¿Al Jesús de las cruzadas medievales, al del Opus Dei, al de uno de los Franciscos: de Asís, de Teoponte o de Bergolio? ¿Al Jesús de Luis Espinal o al Jesús que según George W. Bush le impartió órdenes para invadir a un país del Medio Oriente?

¿Existe un solo Jesús o habrá tantas versiones de él como creyentes o no creyentes? Están claras, tanto la multiplicidad de identidades como la diversidad de interpretaciones de quiénes se dicen cristianos. Cada quien defenderá el sentido de su fe. El hecho concreto es que la figura de Jesús juega un rol protagónico en el mundo del siglo XXI.

Educado por varios años en un colegio católico, las clases de religión no llegaban a satisfacer todas mis preguntas. ¿Quién era realmente Jesús? ¿Qué sabemos a ciencia cierta de él? ¿Hasta dónde es posible despojarnos de las pasiones de nuestra fe o de la fe en nuestras pasiones?

El ejercicio de nuestra libertad nos permite interpretar y adaptar a nuestras vidas los principios y valores, religiosos o no, que creamos pertinentes. Si la figura de Jesús está en nuestras vidas, podemos elegir, por ejemplo, qué versículo preferimos: si Mateo 5:9 (“bienaventurados los que procuran la paz, pues ellos serán llamados hijos de Dios”) o Mateo 10:34 (“no piensen que vine a traer la paz a la Tierra; no vine a traer paz sino espada”).

El libro La vida y los tiempos de Jesús de Nazaret, escrito por el académico Reza Aslan, ubicado en la lista de los mejores vendidos del New York Times, describe al Jesús histórico, indaga y compara centenares de fuentes, trae a la vida la sociedad, las tensiones, la política y las relaciones de dominación en el territorio llamado Palestina en el que vivió Jesús. Hace una distinción, en sus palabras, entre Jesús “el Cristo” de los evangelios y lo contrasta con el Jesús “el hombre” de las fuentes históricas.

LÍDER. Un hombre llamado Jesús. Como el paleontólogo, que sobre la base de un par de vertebras es capaz de acercarse a la reconstrucción del cuerpo entero de un ser que vivió hace millones de años, Aslan reconstruye el retrato de Jesús apoyado en dos hechos históricamente irrefutables: primero, que Jesús era un judío que a principios del siglo primero lideró un movimiento popular religioso en Palestina y, segundo, que como consecuencia de eso fue tratado como “una amenaza al sistema establecido, perseguido, arrestado, torturado y ejecutado”.

La construcción histórica que Aslan realiza de la figura de Jesús también permite acercarse al retrato de su condición de clase. Si bien, se generalizó la idea de que el padre de Jesús y por ende él eran carpinteros, un acercamiento a las estructuras sociales de la época permite sacar otras conclusiones. Lo más probable es que Jesús haya sido un artesano y jornalero, que engrosaba el 97 por ciento de analfabetos de la Palestina de su época. Tal vez la versión actual de alguien que busca trabajo en la calle Yungas o en la plaza Humboldt de la ciudad de
La Paz, una de esas personas que tiene en el viejo maletín un cartel con la palabra “albañil” o “plomero”.

La ocupación militar romana de ese territorio nunca fue sencilla; antes y después de Jesús, los judíos se levantaron muchas veces y varios líderes se autoproclamaron como “el Mesías”; muchos de ellos tuvieron la misma suerte de Jesús en términos de la respuesta de Roma. Aslan menciona a algunos: Judas el Galileo, Hezekiah, Theudas y Athronges. Esa sucesión de nombres de hombres que se levantaron en contra del imperio romano puede bien recordarnos a los líderes indígenas que se sublevaron en contra del imperio español durante el siglo XVIII: Túpac Amaru, Tomás Katari o Julián Apaza.

La identidad étnico-religiosa de Jesús, sumada indisolublemente a su condición social, construyeron el liderazgo de un movimiento religioso-político (en ese orden) que se enfrentó radicalmente contra el Imperio. Por tanto, según recuenta Aslan, el Jesús político era un nacionalista, independentista y revolucionario que tenía como objetivo la liberación de su pueblo y de su tierra, rechazando servir a cualquier fuerza extranjera, así como la instauración de un sistema político con una estricta adhesión a la Torá, el libro de la ley judía.

REBELDE. La cruz: símbolo o trágica realidad. La crucifixión por sí misma, según el autor de El Zelote, revela en gran medida quién fue Jesús. Esta pena se aplicaba exclusivamente para quienes hubieren cometido el delito de sedición, rebelión o traición en contra del Imperio Romano. Jesús se había levantado en contra de Roma, como apuntamos, había puesto en duda su autoridad y buscaba implantar un nuevo orden político y religioso en el territorio ocupado por el imperio más poderoso de esa época. La cruz no era un símbolo de sacrificio personal, era un escarmiento público, severo y mortal.

Un dato curioso, revelado por Aslan, se relaciona a quienes fueron crucificados junto a Jesús. Los evangelios se refieren a ellos utilizando la palabra griega lestai que fue interpretada como ‘ladrones’. Sin embargo, esa palabra quiere decir ‘bandidos’, que era la forma en la que Roma se refería a los rebeldes o insurrectos, a quienes se levantaban en una lucha armada contra el imperio.

HISTORIA. La fe y la historia. El libro aborda muchos temas más sobre las condiciones del surgimiento del cristianismo y el destino que corrieron los seguidores de Jesús. Mientras tanto, más de veinte siglos después, no se avizora una repentina y pronta conciliación de las tensiones entre lo verificable históricamente y los evangelios; entre lo que dice un evangelio en contradicción a otro; o entre los distintos espejos que muestran el rostro de Jesús y que en realidad reflejan nuestras propias convicciones.

La libertad religiosa nos permite tener o no la relación espiritual que consideremos apropiada para nosotros. Además, las connotaciones de un tema tan complejo y abigarrado exceden, por supuesto, los alcances de esta breve reseña. Sin embargo, si bien las clases de religión reforzarán las ya existentes o crearán otras formas de identificarse con Jesús, considero que, dada su magnitud y relevancia,  deberían también tener un lugar privilegiado en las clases de historia.