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14 días del Presidente número 45

Con mayoría republicana en el Congreso, la capacidad de Trump para cumplir promesas de campaña parece ilimitada. Aunque hasta ahora no se ha materializado ni una sola de las consecuencias benéficas que él anticipó; y está por verse si alguna vez algún bienestar, propio o ajeno, llegará de sus políticas.

/ 12 de febrero de 2017 / 04:00

Los semanas cumplidas en el gobierno, ante quejas vistosas e inefectivas de la misma oposición que se quejaba primero de que le fuera bien en los sondeos y después de que ganara las elecciones, demuestran que Donald Trump ha encontrado su estilo personal de gobernar, que es de un presidencialismo expansivo.

Con mayoría republicana en las dos cámaras del Congreso, su capacidad para cumplir promesas de campaña parece ilimitada. Poner freno a la migración económica, levantar un muro de control militar a lo largo de la frontera con México, deportar a los migrantes sin papeles, negar la existencia del cambio climático, rescindir unilateralmente los tratados de libre comercio: todo eso ha hecho o empezado a hacer. Hasta ahora, no se ha materializado ni una sola de las consecuencias benéficas para el pueblo norteamericano que Trump había anticipado para estas políticas, y está por verse si alguna vez algún bienestar, propio o ajeno, llegará de ellas. La superioridad de Trump ha sido intelectual, no de gestión. El presidente 45 ha reconocido el cambio, y ha sabido surfear esa ola.

No es mi presidente. Desde sus vacaciones, el presidente Barack Obama ha tuiteado su emoción ante la defensa de los valores norteamericanos en tantos lugares, tantas comunidades de los 50 Estados de la Unión. Se refiere a los vencidos en las elecciones del 8 de noviembre, que en sus marchas del orgullo se manifiestan y gritan que “Trump no es mi presidente”. Parece irrefutable.

Trump es del de los trabajadores de cuello azul, el proletariado lesionado por la globalización, no el de trabajadores de los servicios, progresistas de cuello blanco que viven en entornos suburbanos con jardines o en entornos urbanos arquitectónicamente reciclados. En términos paceños, el núcleo de los opositores a Trump formaría una suerte de “Partido de Sopocachi”.

A sangre y fuego contra el neoliberalismo. Trump ataca con una furia verbal comparable, si sus orígenes no fueran otros, a la de la izquierda sudamericana de la última década y media, al libre comercio y a la globalización. Estos principios neoliberales, esta apertura de los mercados mundiales, o esta transformación del mundo en un solo, único mercado, regido por leyes y alternancias de una oferta y una demanda planetaria, son la fuente de los sufrimientos y penurias del proletariado blanco norteamericano, cuyo nivel de vida y horizontes de expectativa mutaron a condiciones que ellos encuentran intolerables.

Un presidente nacional, popular y revolucionario. Indetenible, la ola del cambio colocó en la Casa Blanca a un empresario multimillonario y especulador, actor y protagonista sostenidamente aplaudido de suculentos talk-shows y tele realities. Fue votado por la ciudadanía que repudia a las élites, que ha sufrido la inequidad del sistema, que ha quedado fuera de los elogiados beneficios de las bodas de la democracia y el capitalismo, y que descree de lo que le dicen los medios y el sistema de educación nacional, a cuyas instituciones superiores por otra parte no puede, y en algunos casos ni siquiera quiere, acceder.

Trump atacó a Hillary Clinton como desconfiable, mentirosa, fraudulenta, falsa abogada de provincia, incapaz, corrupta, esposa que capitaliza a su esposo Presidente inmoral corruptor de pasantes en el Salón Oval de la Casa Blanca. Casi todo esto es verdad.

Arriba los de abajo. Los votantes de Trump son más pobres y menos instruidos que los que votaron por la esposa de Bill Clinton. Es cierto. Pero lo de ellos no es primitivismo, nativismo, populismo, aislacionismo. Es fatiga. Proletarios de overol de cuello azul, hartos de escuchar la lección a los desposeídos que día y noche tenían que escuchar de las élites políticas de Washington, de los medios, de Hollywood, de las corporaciones de la educación y la salud. Durante los meses que duró la campaña, fueron rutinariamente tratados de analfabetos, rústicos, racistas, xénofobos, misóginos, homofóbicos, transfóbicos, supremacistas blancos, violentos, irracionales.

La parcialidad de los medios tradicionales ha sido abierta contra Trump. La consecuencia es autolesiva. De ahora en más, todas sus denuncias solo convencerán a los conversos. La mayoría que votó a Trump solo creerá a Fox News y a oscuros pero prósperos websites calculadamente conspiranoicos de la nueva derecha.

El muro a cal y canto. En las crisis, los migrantes cargan culpas. A veces, la xenofobia tiene un móvil racional, por antiético, antipolítico, y, finalmente, antieconómico que sea. Si China, si el sudeste asiático, si la globalización, quitaron trabajo al proletariado porque fabricaban más y más baratos bienes, los migrantes orientales, que califican mejor en los empleos y en la educación, quitan puestos de trabajo en el mercado laboral interno de Estados Unidos. Esto, en la franja superior de la clase media. En la franja inferior, los migrantes mexicanos, centroamericanos, haitianos, africanos, dispuestos a trabajar en negro y por pagas mínimas, también quitan empleos.

En suma, muro, control, búsqueda de antecedentes, expulsión y deportación producen lo que buscan: los barrios están más limpios, los trabajadores ‘auténticos’ tienen despejado, a su favor, el mercado. Las consecuencias a mediano plazo, obviamente, están por verse. El Washington Post, enemigo declarado de Trump, publicó un análisis según el cual el TLC de 1994 generó pobreza (y migrantes) en varios bolsones agropecuarios de México. Sin TLC, ¿menos pobreza mexicana, menos desesperada migración económica? No es en absoluto seguro, pero se verá. También se limitará radicalmente la ‘importación’ de cerebros. No más analistas de sistemas de la India. El Times of India publica: mejor para nosotros.

Nunca más invasiones militares. Trump parece una perversa respuesta a las plegarias de todos cuantos escarnecieron por un siglo la política exterior norteamericana. El ciclo que se inició en 1917 cuando Estados Unidos salió de su aislacionismo americano para intervenir decisivamente en favor de las democracias occidentales en la Primera Guerra Mundial se cierra puntualmente cien años después. La intervención militar, la ‘exportación de la democracia’, la generación por la fuerza de un ‘cambio de régimen’ en países sin sistema electoral multipartidario, que marcaron los dos periodos del último presidente correligionario de Trump, el republicano George W. Bush —que abrió dos frentes bélicos con invasiones en Afganistán y en Irak— llega a su fin. Trump no quiere que Estados Unidos sea el gendarme del mundo.

Esto no significa, por cierto, el final del Estado industrial-militar. Lo que quiere Trump es alquilar los servicios, cobrar por los sistemas de Defensa, vender armas y tecnología y experticia.

Final. En Estados Unidos, las presidenciales se han celebrado sin discontinuidad cada cuatro años desde el siglo XVIII. Desde George Washington, el agricultor que tomó las armas por la independencia, el presidente número 1 de la república federal, el que está en cada billete de 1 dólar. Las próximas son dentro de cuatro años. Muchos esperan que la regularidad se interrumpa, por primera vez en más de dos siglos.

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Chile, hora cero

Boric será el último Presidente con la Constitución pinochetista, y el primero con la Nueva Carta Magna.

/ 13 de marzo de 2022 / 18:09

SALA DE PRENSA

Con el fin del segundo mandato del centroderechista Sebastián Piñera y su reemplazo en La Moneda por Gabriel Boric, termina la experiencia neoliberal más prolongada y exitosa que podía exhibir Latinoamérica, iniciada por la dictadura en 1973. Elegido por la generación que en 2019 estalló contra un modelo que pagaba cada vez más caro el progreso económico, el presidente más joven de la historia hizo de la equidad social el eje de su programa. Será el último en gobernar por la aún vigente Constitución pinochetista de 1981.

El neoliberalismo, que había arrastrado a Chile al club de los países más ricos del mundo, fue derrotado cuando el electorado, en particular el voto joven, se descubrió la víctima de un fracaso social que duraba, perduraba y aumentaba y que lucía dispuesto a pagar con cuotas de más y más desigualdad dosis de cada vez menos y menos crecimiento económico. Que el Estado subsidiario cobre el protagonismo al que por cinco décadas había declinado y gane la presencia irrenunciable de un Estado de Bienestar, ha anunciado Boric, es el primer horizonte y la primera imagen del futuro hacia donde guiará la acción de la novedosa, radical administración. Sin resignar sin embargo el fijarse objetivos económicos precisos, no por coyunturales menos gravitantes, porque debe enfrentar los efectos de la crisis sanitaria.

Boric gobernará con una coalición de partidos, que giran sobre el eje de una alianza, Apruebo Dignidad, que cuenta con los partidos del Frente Amplio más el Partido Comunista. Sin embargo, liderará el país junto con los viejos partidos de la Concertación (menos la Democracia Cristiana) de centro-izquierda, a los cuales ya se les asignaron importantes ministerios.

Como la que colocó a Allende en La Moneda, la de Boric es una revolución que para actuar solo considera legítimo el respaldo legal del voto democrático en elecciones regulares y competitivas. Aquellos movimientos y partidos políticos, incluyendo al comunista, que lo hicieron candidato en las primarias y le dieron su victoria en primera vuelta, están a la izquierda de la socialista Unidad Popular. Boric llega con un programa más ambicioso: en 1970 Allende siempre declaró su respeto por la Constitución. En cambio, en 2022 el poder constituido trabajará en tándem con el poder constituyente. Ya está en funciones una Convención Constitucional, elegida para decidir qué nueva Constitución remplazará a la pinochetista de 1981, todavía vigente. La izquierda supo ganar en las elecciones constituyentes una amplia mayoría de convencionales, que son quienes están redactando el texto de una moderna Ley Suprema para Chile.

Boric se convertirá así en el último mandatario que asuma el cargo con la Constitución plebiscitada en 1980, a mediados de la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990), y el primero de la Nueva Carta Magna. En deliberación en la Convención, su redacción revisada, prevista para mediados de año, será sometida a referéndum.

Gran parte de la población mantiene sus expectativas por la solución de los padecimientos que la llevó a las calles en octubre de 2019, un ‘estallido social’, un acontecimiento que fecha el origen del proceso revolucionario que favoreció la emergencia de la figura de Boric, y cristalizó la imagen de valiente desafío juvenil a la represiva autoridad de los poderosos de siempre. Sin embargo, gran parte de los actores que protagonizaron ese acontecimiento aun no conoce a ciencia cierta cómo se resolverán sus reclamos focalizados en sentar bases de un Estado más fuerte que garantice derechos sociales en un país donde el 1% de la población posee el 26% de la riqueza.

En el balotaje de diciembre, Boric cosechó el 55,86% de los votos contra el 44,14 % de José Antonio Kast. Su rival había sido un derechista más a la derecha que la centro-derecha chilena que había sido alternativamente oposición y dos veces gobierno (con Piñera) desde 1990. Con tal respaldo, Boric sumó a Chile al grupo de países latinoamericanos que giraron a la izquierda en los últimos años, junto a Argentina, Bolivia, Honduras, México y Perú. Pero también con una reconfiguración de sus contrincantes, porque la derecha hizo también la mejor elección en el Congreso en los últimos 50 años.

La gestión de Boric reconoce en sus albores un trastornado panorama internacional debido a la guerra entre Rusia y Ucrania y una compleja situación nacional donde debe enfrentarse a decisiones tomadas y situaciones registradas pero parcamente enfrentadas por un Piñera que dedicó lo mejor de sus esfuerzos a contener reclamos ciudadanos en tiempos del COVID.

La guerra a la desigualdad de la administración de izquierda se encontrará con un presupuesto que recortó el gasto público en 22,5%, con una economía que las estimaciones coinciden en prever que el dato relevante para 2022 será su desacelaración, y una inflación que en 2021 cerró en 7,2%. Se agregan a la lista de urgencias económicas dos emergencias territoriales: en el norte la incesante llegada de migrantes por la permeable frontera con Perú y Bolivia, y en el sur un histórico conflicto no resuelto con las comunidades mapuches marcado con reiterados hechos de violencia y muerte.

Ante lo que muchos diagnosticaron como una crisis de confianza en las instituciones, Boric y el equipo que ha elegido suponen la irrupción de nuevas formas de hacer política, una mayor pluralidad ideológica y una ruptura del sistema de partidos. Boric, quien sostiene que “un buen presidente no es el que está encima de sus ministros (…) sino el que les permite brillar y desplegar su talento”, eligió un gabinete que supera la paridad de género y cuenta con 14 ministras de los 24 miembros que lo conforman.

Por primera vez, estará al frente del Ministerio del Interior una mujer, Izkia Siches. Luz Vidal Huirique (48), una antigua empleada doméstica y sindicalista de ese gremio, como viceministra de la Mujer y la Equidad de Género. Camila Vallejo y Giorgio Jackson, la vocera del nuevo Ejecutivo y el ministro encargado de las relaciones con el Parlamento, respectivamente, fueron en 2011 los rostros veinteañeros que confrontaron al primer gobierno de Sebastián Piñera para exigir educación gratuita y de calidad, marcan el cambio generacional de la política institucional de Chile.

Maya Fernández —nieta del ex mandatario socialista Salvador Allende— asumirá como ministra de Defensa. Su par de Relaciones Exteriores será Antonia Urrejola, abogada y presidenta saliente de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.

Carlos Montes a cargo de Vivienda y, para Educación, Marco Ávila. Con él será la primera vez que un profesor asuma como ministro de esta cartera. Además, es uno de los primeros ministros que declaran públicamente su vínculo homosexual, como a su par en Deporte, Alexandra Benado.

Mario Marcel acompañará a Boric como ministro de Hacienda. Hasta su renuncia se desempeñaba como presidente del Banco Central. Tendrá en sus manos una difícil tarea ya que le tocará hacer frente a una desaceleración en la economía, junto a la implementación de una reforma tributaria que permita recaudar hasta el 5% del PIB para financiar proyectos sociales. A su vez, para los mercados es una señal de moderación en las reformas económicas que Boric buscará implementar.

El nuevo gobierno entra a Palacio de La Moneda con un gran apoyo, con grandes mayorías populares. Pero la legislación que impulse chocará con escollos en la conformación del Congreso, tanto en la Cámara de Diputados y Diputadas como en el Senado. Apenas 37 bancas en una Cámara Baja de 120, y con 5 de un total de 50 en la Alta, tendrá la nueva alianza oficialista conformada por el Frente Amplio y el Partido Comunista. También sumaría el apoyo del Partido Socialista, pero no le bastará para obtener una mayoría mínima en el Legislativo.

Y a tan solo un día de que el Gobierno tome posesión, la Justicia abrió un proceso judicial que salpica al que sería el futuro ministro de Agricultura, Esteban Valenzuela, acusado de allanamiento de morada. La historia del gobierno de Gabriel Boric ya empezó.

(*)Alfredo Grieco y Bavio es periodista, elDiarioAR.

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