Entre urnas y silencios
El libro no es una fotografía que intenta describir la realidad, es más bien una pintura en la que el autor le da más intensidad a ciertos colores, le pone sombras a ciertos protagonistas o dibuja siluetas poco precisas de otros actores fundamentales.

Las encrucijadas que enfrentó y rumbos que tomó Bolivia en el proceso político comprendido entre la recuperación de la democracia y la victoria del Movimiento Al Socialismo (MAS) corresponden a uno de los periodos más analizados de la historia de nuestro país. Carlos Mesa ha publicado recientemente un libro, Bolivia 1982-2006: democracia, en el que presenta su recuento sobre el periodo mencionado.
El libro (Editorial Gisbert, 2017) hace un análisis fundamentalmente político, institucional y económico de las nueve presidencias que transcurrieron en esos años. Sin embargo, la delimitación temporal que se lee en el título puede llevar a confusiones. En realidad, el presidente del que más se habla a lo largo de sus 151 páginas es Evo Morales. Entonces, mientras describe los eventos que marcaron la historia del país, usa éstos de espejo para medir y pesar el proceso que Bolivia vive desde 2006 hasta la fecha.
Las páginas más interesantes se leen en la forma en la que describe los vericuetos de la partidocracia previa a 2006. Los acuerdos, pactos, la repartija de la administración del Estado, el oportunismo y la cooptación. Además, de cómo las relaciones personales de la élite política de entonces, que el autor llegó a conocer de cerca, marcaron las alianzas y traiciones, la intencionalidad de construir un sistema de reproducción del poder en manos de los partidos tradicionales y el intento fallido de la resolución de todas las crisis en el marco de esa partidocracia.
Es sabido que el autor fue también un importante actor de esa etapa histórica. Habrá que reconocerle que en esas páginas admite haber cometido el pecado de timidez frente a las petroleras y haber actuado equivocadamente frente a sus amenazas de arbitrajes internacionales. En su excepcional novela sobre el poder, La silla del águila, Carlos Fuentes ya nos advertía que “No tomar decisiones es peor que cometer errores”.
El libro no es una fotografía que intenta describir la realidad, es más bien una pintura en la que el autor le da más intensidad a ciertos colores, le pone sombras a ciertos protagonistas o dibuja siluetas poco precisas de otros actores fundamentales.
El libro es rico en datos, estadísticas y en recordar los nombres de protagonistas de ese periodo histórico. Pero el listado de personajes aparece teñido por los amores y desamores del autor. Algunos son elevados al altar de las causas nobles y otros se hacen invisibles en muchos de sus logros. Como muestra un par de botones: por un lado, cuando se refiere a Filemón Escóbar no hay tacha y dice que su expulsión del MAS fue injusta y arbitraria. Es bien sabido que su expulsión se debió a sus maniobras para garantizar que el Senado apruebe un proyecto de ley de inmunidad de tropas estadounidenses ante la Corte Penal Internacional.
Sobre el tema, Evo Morales, en su libro Mi vida, de Orinoca al Palacio Quemado, describe el contexto: “Carlos Mesa nos dijo que no había liquidez en el banco, que cuando asumió el gobierno, lo dejaron sin dinero. En octubre apenas había podido pagar los salarios y que para noviembre y diciembre no había dinero para cancelar sueldos y aguinaldos. Nos explicó que había pedido a la Unión Europea un crédito, pero le rechazaron. También había solicitado a la Embajada de Estados Unidos y que aceptó, pero bajo la condición de aprobar el convenio de inmunidad”.
Otro ejemplo, cuando se refiere al proceso de expulsión de Evo Morales del Parlamento, olvida decir que tiempo más tarde, el Tribunal Constitucional determinó que esa expulsión violó derechos constitucionales. Asimismo, cuando menciona a Álvaro García y su paso por la cárcel obvia las torturas que sufrió y la mención de que su excarcelación se debió a la violación de principios constitucionales como el de presunción de inocencia durante su proceso penal.
Por supuesto que es imposible incorporar todos los elementos y datos en un libro sobre un periodo tan rico en acontecimientos, tan convulsionado, vital y dramático, pero llama la atención que no se haya hecho ninguna mención a la masacre de Capasirca y Amayapampa durante el primer gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada o al rol de Fondo Monetario Internacional (FMI) en los sucesos de 12 y 13 de febrero de 2003, o a la quema de recibos de los gastos reservados en la gestión de Mesa. Asimismo, se encuentra una confusión sobre la extensión de un cato de coca que el libro señala correspondería a media hectárea, cuando en realidad es solo 0,16.
También son notorios los silencios relacionados con la presidencia de Eduardo Rodríguez. Se intenta relativizar la coherencia mantenida en la política sobre el mar, y no se hace mención a la promulgación de decenas de decretos que materializaron la puesta en ejecución de la Ley de Hidrocarburos, la creación y funcionamiento del Consejo Nacional Preautonómico y Preconstituyente o su aporte en la titulación de tierras.
Como se dijo, el libro sirve para criticar desde la perspectiva del autor al actual gobierno de Evo Morales. Cabe subrayar que en el contrapunto entre pasado y presente que aparece en todos sus capítulos, muchos temas que son claros éxitos de la gestión iniciada en 2006 no aparecen siquiera mencionados. Por ejemplo: el proceso de industrialización de los recursos naturales; la política de Estado sobre el mar; la exitosa política exterior; las reformas para garantizar la presencia de mujeres en escenarios de decisión; los recursos económicos recuperados en la lucha contra la corrupción; que se haya construido un modelo económico que no solo aproveche el alza en el precio internacional del petróleo, sino que haya podido resistir a los embates de la caída de los mismos, manteniendo un crecimiento económico récord en la región; los extraordinarios avances en la reducción de la desigualdad, etc.
Asimismo, está clara la visión de Mesa sobre el primer gobierno de Sánchez de Lozada, sus elogios son elocuentes. Califica su victoria electoral con un 35% como “contundente” y al analizar sus medidas dice: “Participación Popular, Reforma Educativa, Ley INRA, Bonosol producto de la Capitalización, seguros populares, Reforma Constitucional. ¿Neoliberales? Categóricamente no. Capitalización sistema regulatorio, Reforma de Pensiones. ¿Neoliberales? Categóricamente sí.”
Líneas después concluye: “La combinación de unos y otros elementos es lo que permitió la aplicación de un modelo que respondiera de manera pragmática a las demandas históricas del país en ese momento”.
Esas frases resumen en gran medida la visión de Mesa, no solo del gobierno de su luego aliado, sino su concepción del rol, del Estado y de la economía. Es decir, que si en la superestructura se llevan adelante medidas que tiendan a maquillar y paliar la grave situación social, cabe entregar el control de la estructura económica, de los recursos naturales y de las empresas estratégicas a control foráneo. Esa, probablemente, sea una de las más profundas diferencias ideológicas entre la visión neoliberal y la expresada por el proceso iniciado en 2006. El admitir como positivas algunas concesiones sociales a cambio del control de la base material en recursos del Estado, es lo mismo que aceptar que a uno le partan las piernas a cambio de un par de buenas muletas.
Sin embargo, el libro muestra una forma no superada de ver la realidad del país. Es decir, de ver la política esencialmente a través de los partidos políticos, de describir nuestra realidad desde el prisma de los valores occidentales y desde una clasificación histórica eurocéntrica.
En varios puntos del libro, Mesa habla de tres etapas de nuestra historia: “prehispánica, colonial y republicana”. Esa división histórica que se enseñó en escuelas y universidades devela una forma sesgada de leer y entender la realidad. La mayor parte de nuestra historia, es decir, toda la previa a 1825 está determinada en su relación con España, algo comprensible en el periodo colonial, pero no en el periodo previo a la invasión española. Es decir, cuando se usa el término “prehispánico” se asemeja a “prehistórico”. Esa palabra pone en la sombra la multiplicidad de civilizaciones que habitaron lo que ahora es Bolivia antes de la colonia.
La disputa por las palabras es una de las batallas culturales más importantes. Quien nombra, define. Quien nombra, revela o esconde. Es parte de la pugna por el sentido común.
Este no es un tema menor, por el contrario, es el más importante. Si el punto de referencia para describir la historia es lo “hispánico”, el punto de referencia para analizar la política son los partidos políticos.
En ese afán se minimiza el rol de los movimientos sociales. No se intenta siquiera hacer una reconstrucción de la historia de lo que ahora es el Movimiento Al Socialismo. He ahí la grave ausencia en este trabajo. Evo Morales no aparece como dice Mesa “montándose en caballo ajeno” como tampoco en 1997 llega “al Parlamento como parte de una coalición de izquierda que simplemente le sirvió de plataforma. En 2002 apareció presidiendo un partido político con la sigla MAS y con él como candidato presidencial”.
Es necesario recordar que este movimiento político surge en marzo de 1995 producto de una decisión orgánica de tres organizaciones matrices: la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia, la por entonces Federación de Mujeres Campesinas de Bolivia-Bartolina Sisa y la en esa época denominada Confederación de Colonizadores de Bolivia. Estas organizaciones sociales deciden la construcción de un instrumento político para pasar de la lucha sindical a la lucha electoral. Sus intentos de registro en la Corte Nacional Electoral fracasaron debido a presiones políticas internas y externas que pusieron numerosas trabas para que se inscribieran primero como Asamblea Por la Soberanía de los Pueblos (ASP) y luego como Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos (IPSP). Poco después se utilizó la sigla MAS que ya estaba inscrita.
El libro omite este episodio y al no relatarlo carece de uno de los hilos conductores que, por un lado, permitirán entender el levantamiento popular (2000-2005) y, por otro, el inicio y fortaleza de la Revolución Democrática y Cultural.
Del mismo modo, el autor en el intento de rescatar las reformas de la década de los 90 intenta también otra conclusión: decir que Evo Morales es tributario directo de esos cambios. Esa afirmación merece una respuesta.
Evo Morales y el actual proceso de cambio no son tributarios del neoliberalismo, surgen producto de la acumulación histórica de las luchas sociales; de la insatisfacción de necesidades básicas; de un Estado que, como señala Gunder Frank, se basaba en la relación de dependencia y subordinación a las metrópolis de Europa y Estados Unidos; con una clase política incapaz de implementar un proyecto nacional autónomo ni de articular una conciencia propia; interesada en mantenerse en el poder (vía golpe, vía elecciones) garantizando que solo el comercio extranjero saca ventajas de nuestros recursos.
Es muy humano que el análisis histórico tropiece con las pasiones o premuras de la coyuntura. Sin embargo, el compromiso debe ser con la democracia, entendida no solo como el ejercicio del derecho al sufragio una vez cada ciertos años, sino como el sistema que garantice las mejores condiciones de igualdad, justicia social y libertad. Lamentablemente, la historia nos demuestra que ese derrotero no es una acumulación irreversible y determinada, es algo a construir y cuidar individual y colectivamente. Valga la oportunidad para agradecer a quienes lucharon porque recuperásemos la democracia en 1982 y a quienes lucharon por que recuperásemos la soberanía plena en 2006.