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El brexit, a la espera del ‘frexit’

No parece una negociación sino una timba. Con las apuestas cada vez más altas y el peligro de ruina gravitando sobre los jugadores. Inicialmente, la factura que Bruselas presentó a Londres para liquidar el matrimonio era de 60.000 millones de euros. Cuando Theresa May ha soltado que aquí no se debe nada, se ha encontrado con un nuevo cálculo, éste de 100.000 millones de euros.

Esta forma de negociar une a los europeos, divididos en casi todo, desde el control de la inmigración hasta la idea misma de democracia, salvo en la dureza exhibida frente a Londres. De momento ninguno de los dos jugadores ha dado muestras de debilidad o cobardía, más bien lo contrario. Lo demuestra la carta en la que la señora May solicitaba el divorcio, muy en la línea inaugurada por Donald Trump, en la que no dudó en condicionar la negociación a cuestiones como la seguridad —es decir, la lucha contra el terrorismo— capítulo que la decencia obligaría a dejar exento.

No existe el brexit feliz e indoloro de los tabloides y de los ministros brexiters sino que comportará pérdidas y sufrimientos, tal como ha puntualizado el negociador europeo Michel Barnier. El proyecto maravilloso de un Reino Unido Global, con el que el euroescepticismo ha querido camelar a los votantes como alternativa a la Unión Europea, ni siquiera nacerá si fracasan las negociaciones y será lo que sucederá si Londres pretende que los europeos pierdan derechos y dinero como resultado.

La eventualidad de una reinserción directa de Londres en la globalidad carece de sentido si esta nueva relación con el mundo empieza en Asia y en América y encuentra en cambio las mayores barreras en el propio vecindario europeo.

El brexit es un desastre, pero una ruptura de la negociación es un desastre todavía mayor. La única posibilidad de que triunfe de verdad se juega en Francia. Si Marine Le Pen, con su proyecto de abandonar la Unión Europea y el euro, alcanza la presidencia de la República este domingo por la noche, el brexit tendrá el mérito de constituirse en una mera anticipación de la rápida desagregación del proyecto de unidad europea que nos espera. La timba negociadora con las apuestas al alza de Juncker y May quedará entonces en nada, porque empezará otra partida entre Alemania y Reino Unido, en la que cada uno buscará su papel en el mundo global a costa de los otros europeos, especialmente los más pequeños y débiles.

Todo quedó claro en la desastrosa cena del miércoles pasado en el 10 de Downing Street: “Tenemos que conseguir que el brexit sea un éxito”, dijo May. “El brexit no puede ser un éxito”, le respondió Juncker.

El único camino viable para la inconfesable victoria sería el hundimiento del euro y del proyecto europeo a continuación, para regocijo de los verdaderos euroescépticos, que son nacionalistas eurófobos y fanáticos partidarios del fracaso de los vecinos antes que sacrificados trabajadores en favor del propio éxito. En el brexit no hay sinergias vencedoras para todos, sino exactamente lo contrario, todos van a perder aunque dependa del éxito de esa dudosa negociación que la carga de pérdidas meramente se atenúe o se reparta civilizadamente.