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‘Trabajo no clásico’, informal:  el de la explotación sofisticada

A principios de mayo estuvo en el país uno de los referentes internacionales en la sociología del trabajo, el mexicano Enrique de la Garza Toledo. Vino a exponer un tema que estudia hace muchos años: el “trabajo no clásico”, el concepto que propone para estudiar a los trabajadores informales, marginales, cuentapropistas, ambulantes, taxistas, modernos subempleados en tecnología, entre muchos otros; todos aquellos que no están en el escenario clásico obrero-capitalista, asalariado dependiente de un patrón. Su reflexión, dice, viene desde hace mucho tiempo, “pero del ‘trabajo no clásico’ desde hace 10 años”. El origen de este concepto, reconoce, proviene del propio Carlos Marx (1818-1883), cuando éste en uno de sus memorables borradores de El Capital (los Grundrisse o Elementos fundamentales para la crítica de la economía política) reflexiona sobre la “mercancía inmaterial”, aquella que, por ejemplo, produce un actor de teatro, el espectáculo: hecho intangible, que no se puede almacenar y que se consume en el mismo acto de producirse, donde el comprador, el espectador, juega un rol; cuando hay un consumo más bien subjetivo, mental…

— El punto es cuánto de ese concepto le ha servido para comprender otro tipo de trabajos, informales, atípicos, etc.

— Muchísimo, porque yo empecé acuñando el concepto de “trabajo no clásico” para los servicios modernos, bancos, telecomunicaciones, hospitales, escuelas; el profesor frente a los estudiantes está haciendo un trabajo y generando un producto, que es la enseñanza y que está siendo inmediatamente consumido por los estudiantes. Entonces me pregunté, ¿qué sucede con la parte informal del trabajo? Hice una investigación de los que venden en la calle, los ambulantes, trabajadoras sexuales, sobre todo me interesaban los informales que no eran asalariados; en ese camino llegué a la conclusión de que, por supuesto, eran trabajadores, pero con características semejantes a lo que Marx llamaba de producciones inmateriales.

— Ahora, ¿cómo es la explotación en este tipo de trabajos? ¿O no la hay?

— Lo más interesante es cómo la explotación capitalista va expandiéndose hacia más actividades de los hombres. Por ejemplo, la explotación capitalista del trabajo sexual; es decir, puede haber una suerte de compañías ilegales que tengan grupos de mujeres y que las exploten; y entonces ahí se aplica lo del “trabajo no clásico”. ¿Cuál es el trabajo de la trabajadora sexual? Es un trabajo que incluye emociones, coqueteos, cuestiones estéticas, la minifalda, cuestiones cognitivas, hasta la cuestión moral; de tal manera que es un tipo de interacción muy compleja, es más compleja que la que realizan los robots en las plantas automotrices más modernas.

— ¿Se puede decir que la explotación se ha sofisticado?

— Sí, se ha sofisticado. Una de las investigaciones recientes que hicimos es de los que elaboran software y de los que participan en los videojuegos; ahí uno se pregunta: y dónde está la ganancia, cuál es el producto; ahí se puede aplicar perfectamente lo de “trabajo no clásico”. Allí donde parece que no hay explotación, se puede demostrar que sí la hay; eso en los trabajos modernos, pero también en los tradicionales, cada vez más los tradicionales son subordinados a la producción capitalista, de manera directa o indirecta; por ejemplo, mucho vendedor ambulante es distribuidor de compañías capitalistas.

— Un punto en que usted insiste mucho es la participación del cliente en el proceso de trabajo.

— Sí, un tema que surge con el “trabajo no clásico” es la participación del cliente. Es fascinante. En las fábricas capitalistas tradicionales el cliente no entra. Pero el espectador en el teatro, por ejemplo, participa con su presencia; si abandonan el teatro todos los espectadores, se suspende la obra. Este cliente es indispensable para que se dé ese producto. Ahora, en algunos de estos servicios el cliente también tiene que hacer algún trabajo, como en los supermercados, donde uno tiene que tomar su carrito, ir por los productos, llevarlos a la caja, una serie de actividades sin las cuales no recibe el servicio por el cual paga; es diferente del comercio tradicional, donde uno pide el producto y se lo traen. Lo mismo, muchas cosas hoy día se arreglan por teléfono o por internet, y eso lo tiene que hacer usted, no hay un empleado que venga y se lo haga.

— Esto parece que también ha cambiado la idea del control del trabajo. En algún lugar usted dice que este control ha pasado al cliente.

— Exactamente. En la sociología del trabajo mucho tiempo el concepto central fue el control sobre el proceso de trabajo. Estaba referido a la empresa capitalista: cómo el capital controla realmente al trabajador dentro del proceso de trabajo. Marx dice: el capital para cumplir su función de explotación, para explotar, tiene que controlar al trabajador dentro del proceso de trabajo. Y las formas de control han ido cambiando a través de la historia, desde un control despótico de los supervisores, el control por la vía del equipo, al control mediante la organización, de sus reglas. En el caso del  “trabajo no clásico”, la situación se complica porque si está presente el cliente, éste también puede exigir, de tal manera que la presión que sufre el empleado no solo proviene del representante del capital sino también del usuario. Ahora, la relación con el usuario puede ser más complicada porque a veces puede surgir una simpatía, en la que el empleado se gane al cliente, y el cliente responda e incluso a veces hasta defienda al empleado; esa flexibilidad es posible porque el cliente no es un empleado y no está sujeto a las órdenes del capital. Sin embargo, el cliente, en estos servicios también tiende a ser organizado encubiertamente: en el supermercado, cuando le ponen unos carritos y disponen cierto orden de las cosas, ciertos canales tras los cuales el punto final es la caja. El capital ha sido ahí muy agudo: sin necesidad de materialización del “trabajo no clásico”, comprendió que había que tomar en cuenta al cliente como parte del trabajo que se hace ahí.

— Se dice que este ‘trabajo no clásico’ en la región siempre es precario, a diferencia de lo que pasa en el primer mundo.

— Aquí lo podemos vincular con la informalidad; en América Latina, el porcentaje de los trabajadores en el sector informal con respecto a la población total ocupada es muy superior a la de los países desarrollados; no quiere decir que en los países desarrollados no existan, sí existen. Los que trabajan en la calle están expuestos a muchas personas y actores que pueden también presionar en el sentido de control; ya no son solo los clientes, sino también los transeúntes, los automovilistas, diferentes tipos de agentes del Gobierno, aunque no sean del Ministerio del Trabajo; uno de tránsito, un inspector de salubridad. Entonces, es un ambiente sumamente complejo donde meten la mano una multiplicidad de actores, y eso hace más difícil el tema del control; hay una gran diversidad de actores que están presionando. Así, cuando se les dijo a los ambulantes: “Bueno, ¿ustedes se sienten muy orgullosos de vender un compact disc, o algo? pues eso parece muy sencillo, cualquiera lo puede hacer”. Ellos respondieron: “No, nos sentimos orgullosos por nuestra capacidad de resistencia, de tantos que nos presionan para echarnos del lugar de trabajo”.

— ¿Cómo tiende a ser este trabajador no clásico? El clásico tiende al sindicato, pelea por sus derechos sociales; en cambio, el no clásico parece disperso, no organizado, individualista.

— Fíjese que no. Nosotros hemos encontrado que tienen muchas organizaciones; pero éstas en muchos países no están amparadas por el código laboral. Hay algunas legislaciones de América Latina que sí permiten que formen sindicato, pero son sindicatos como muy especiales, porque, ¿quién es el patrón? En México, como la ley no permite que formen sindicato, van ante un notario público y forman una asociación civil, categoría no laboralista sino del derecho civil; lo que pasa es que desde una asociación civil usted no puede reclamar derechos laborales.

— ¿Cuánta capacidad de movilización tienen?

— En mi país es el sector más movilizado de trabajadores, más que los sindicatos. Todos los días encuentra usted en los diarios que hubo enfrentamientos, protestas de los ambulantes, de los taxistas, que allá también son informales. En parte debido a que no hay una legislación muy clara de qué hacer con estos que utilizan el espacio público para trabajar, no existe un código donde diga “tienen derecho a ocupar una plaza, o una banqueta”, eso lo van arreglando en el tira y afloja con la autoridad; pero este arreglo no tiene carácter de una ley que puedan reclamar ante un juez.

— Esto lleva a problematizar el derecho al trabajo, la legislación laboral que está más allá de la relación capital-trabajo.

— Sí, lo que planteo es que los códigos del trabajo deben tener un apartado, y no pequeño, para este tipo de trabajadores. Superar el origen del código del trabajo, del contrato colectivo, de la huelga, que es propio de la relación capital-trabajo. No solo quienes están en esta relación capital-trabajo son trabajadores y tienen posibilidad de conflicto; hay éstos que tienen posibilidad de conflicto que los Estados deberían incorporar en los códigos laborales. Como la legislación paraguaya, que incluyó en su código el concepto de “seudopatrón”; es decir, el Gobierno no es su patrón, pero en cierta manera es con el que se enfrentan; entonces, ya se puede plantear: ¿qué derechos tiene el vendedor frente al seudopatrón?

— ¿Políticamente cómo es el trabajador no clásico? El clásico en general se distingue por su horizonte histórico de la sociedad libre de la explotación…

— Eso es muy interesante. Así como entre los trabajadores [clásicos] su primer acto es de defensa de sus condiciones de trabajo, el aumento salarial; los trabajadores no clásicos también asumen la defensa de su espacio donde trabajan, casi siempre frente a la autoridad. Una vía muy frecuente en América Latina ha sido su vínculo con los gobiernos; se han imbricado con la política apoyando a ciertos partidos, teniendo representantes; es cierto que ellos están más limitados en cuanto a hacer una huelga, por ejemplo, pero en los actos públicos están continuamente presentes. Entonces, sus organizaciones están muy vinculadas a los partidos, así como lo han estado los sindicatos; son actores también de la política, pero tienen otros problemas: la democracia dentro de sus organizaciones, por ejemplo; aunque los sindicatos también tienen este problema.

— ¿No tienden mucho al corporativismo, al exclusivismo en sus reivindicaciones?

— Tienden mucho al corporativismo, pero a un corporativismo yo llamaría flexible, porque si cambia la autoridad de la ciudad, por decir, también ellos se mueven; o sea, no permanecen tan fieles como a veces pudieran tener fidelidad los sindicatos de trabajadores formales.

— ¿Qué perspectiva de desarrollo le ve al trabajo no clásico, tradicional y moderno?

— Yo creo que va a crecer. En lo moderno porque los servicios están creciendo y creciendo, y muchos implican la interacción entre el empleado y el cliente; en telecomunicaciones, en los bancos, en restaurantes, en las escuelas, las guarderías. Si el desarrollo capitalista sigue como hasta ahora —espero que no— eso ha provocado que aumente la masa de los informales, donde hay mucho “trabajo no clásico”.

Datos

Nombre: Enrique Modesto de la Garza Toledo

Nació: 31 de enero de 1947, en México

Profesión: Sociólogo, docente universitario

Perfil

De la Garza Toledo es profesor investigador de Tiempo Completo, titular “C” de la Universidad Autónoma Metropolitana Iztapalapa, en México. Es doctor en Sociología por el Colegio de México y tiene posdoctorados en la Universidad de Warwick, Inglaterra, y en Berkeley, California, Estados Unidos.