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Busch en la profundidad de la patria

Germán Busch es uno de los habitantes indiscutidos del panteón boliviano. Niño de la selva y cadete prodigio, estuvo a punto de derrotar, él solo, con el grado de subteniente, la Revolución Constitucionalista de 1930, que depuso a Hernando Siles. Explorador épico del Chaco de la preguerra, recibió el Cóndor de los Andes a los 27 años. Emergió de la Guerra del Chaco como héroe entre héroes; derrocó a tres mandatarios antes de sentarse él mismo en la silla presidencial a los 34 años.

No obstante lo breve de su presidencia —25 meses— dejó su profunda marca en la psique boliviana durante los últimos 80 años. ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Cuál es la alquimia secreta que poseía Germán Busch? ¿Era un elegido por el destino? ¿Un ungido? No es pequeña la semejanza con Aquiles: héroe, invencible, casi invulnerable, muerto tras una vida breve pero gloriosa.

Y a pesar de su presencia central en el imaginario boliviano, en realidad se sabe poco acerca de él. ¿Qué “sabemos” en verdad acerca de Germán Busch? Su muerte prematura a los 36 años causó un verdadero trauma a la nación. Su gobierno, que había encontrado su dirección e identidad propia solo en las últimas 11 semanas, fue objeto de las mayores manifestaciones de apoyo que se hubiera visto en La Paz hasta entonces. Su trágica desaparición causó estupor y frustración sin límites. Busch se fue cuando apenas asomaba el sol prometedor de una nueva época.

Ello provocó un torrente de homenajes escritos, la mayor parte de ellos desmedidos. Loas, poemas, panegíricos. Tantos, tan intensos y duraderos, que sepultaron al ser humano con virtudes y defectos que fue Germán, y lo reemplazaron por un héroe mítico. La memoria colectiva se volvió selectiva: eligió solo los fulgores y olvidó las sombras.

Hoy solemos creer que Busch salió del Chaco como el máximo héroe incontestado y que su presidencia gozó de aprobación universal —salvo por unos pocos antipatrias— hasta el día de su muerte.

Pero la realidad es mucho más compleja. Busch era considerado un héroe, sí. El único que gozaba de una estima comparable era el coronel Bernardino Bilbao Rioja, el héroe de Kilómetro Siete y de la batalla de Villamontes. Pero Bilbao carecía de carisma y su carencia de instinto político lo hizo fácil presa de las maquinaciones de David Toro, que no quería que nadie le pisara la capa. El problema de Busch era que, a pesar de su figura sencilla, sonriente y heroica, se lo veía como el hombre de confianza de Toro. Y Toro era un villano. Todo el mundo lo sabía entonces pero se ha olvidado.

Tuvo que transcurrir la presidencia de Toro para que Germán se diera cuenta de la índole de quien fuera su mentor. Y aun así, los primeros dos años del gobierno de Busch fueron difíciles, pues la gente tenía resistencias al continuismo pseudo socialista de Toro.

Por otro lado, Busch, un hombre sin cultura —ni política ni de ninguna otra naturaleza— había transcurrido su vida en la milicia y carecía de los contactos o el conocimiento necesario para nombrar ministros. ¿A quién nombrar ministro de economía, de obras públicas, de educación, si no se conoce a nadie en esos rubros?
Augusto Céspedes llegó a decir que Busch no tenía ni siquiera criterio antropológico para elegir a sus ministros.

De modo que la mayor parte de su gobierno transcurrió rodeado de hombres que conocían el manejo del país, varios de ellos ligados a la gran minería. Busch tardó en darse cuenta de lo que no quería. Por eso se deshacía rápida y a veces malamente de varios ministros. Pero tardaría todavía más en encontrar lo que sí quería.

Sentía una necesidad desesperada, en sus palabras, de “hacer labor patria”, pero no lo conseguía. Tenía demasiadas resistencias e incomprensiones. Sus ministros lo engañaban. Le hacían firmar decretos que significaban lo contrario de lo que aparentaban.

La Logia Radepa (Razón de Patria) lo apoyó tan intensa como clandestinamente. Pero los radepas exhibieron un apasionamiento nacionalista tan desmedido que provocó su violento descabezamiento —y que será el prolegómeno de cosas peores durante el futuro gobierno de Gualberto Villarroel.

Entonces Busch y Radepa eran nacionalistas, pero todavía no lo sabían. El nacionalismo como doctrina ya existía, pero los bolivianos que buscaban la defensa de los recursos de la patria todavía no daban con la palabra. Busch también contó con el apoyo de los futuros fundadores del MNR (especialmente Montenegro, Céspedes, Paz Estenssoro y Guevara Arze), pero mientras Busch vivió, no hubo un solo documento contemporáneo que mencionara la palabra o el concepto de nacionalismo/nacionalista.

Busch claramente rechazaba el liberalismo y la democracia (ambos pasaban por su peor momento) y a las potencias que los encarnaban (Estados Unidos y Gran Bretaña), pero ni en sus discursos ni en sus conversaciones pronunció ni una sola vez “anti”, ni imperialismo, ni capitalismo.

Lo cual nos lleva a preguntarnos por sus simpatías ideológicas. Germán Busch está más o menos arbitrariamente clasificado en lo que se ha dado en llamar “socialismo militar” —el libro contiene una sorpresa en torno a su génesis— y no está del todo mal esta clasificación, pero sin embargo, su gobierno emitió una de las medidas anticomunistas más duras de su tiempo. Ya sé. Se dirá que el comunismo no es lo mismo que el socialismo, pero entonces hay que preguntarse qué socialismo profesaba Busch.

Y lo cierto es que tras solo una semana después de tomar el poder en 1937 solicitó a la legación del Tercer Reich asesores para el manejo de la economía y el petróleo nacionales. Casi al final de su gobierno y de su vida, le pidió a Hitler incluso asesores para la educación, la economía y todos los sectores de la vida nacional, necesarios para declarar una dictadura nacionalsocialista. Busch se sintió apurado por declararse dictador antes de que los nazis le dieran la respuesta.

Entonces, ¿Busch fue nazi? No. No solo murió antes de que el nazismo cometiera sus peores tropelías (la guerra y el Holocausto de millones de seres humanos por principio biológico), sino que además habilitó a Mauricio Hochschild para traer a Bolivia quizás 9.000 judíos que escaparon así de una muerte segura en Europa.

Busch pudo haber simpatizado con otros principios periféricos del nazismo, pero no comulgaba con su idea fundamental: la absoluta exclusión racial. Lo atestigua no solo la apertura de Bolivia a los refugiados judíos, sino su exigencia taxativa, so pena de muerte, de disolución del racista Partido Orientalista.

Pero su todeswunsch, su irresistible inclinación por el suicidio, lo venció solo 11 semanas después de descubrir el concepto del nacionalismo, que hubiera regido los destinos de Bolivia desde 1939, y no 13 años después, con la llegada de la Revolución Nacional. Es interesante preguntarse qué hubiera sucedido si…