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Por qué revisitar las teorías feministas?

Desde hace ya un buen tiempo que vengo preguntándome por qué el feminismo, en tanto corriente de reflexión, de pensamiento y de análisis eminentemente crítica, no ha logrado situarse en nuestro medio como un referente discursivo ampliamente convocante, que inste a cuestionar las contradicciones e incoherencias no solo de los discursos (y prácticas) de dominio hegemónicos, sino también de aquellos otros que se vinculan a proyectos de resistencia, liberación y transformación social.

De hecho, más que asociar el feminismo con un conjunto de teorías explicativas y analíticas que denuncian la opresión patriarcal y toda modalidad de relación de poder opresiva, con el fin de nutrir las prácticas políticas orientadas a la emancipación social, en la esfera de lo político, de lo social y de lo cotidiano el término, si se lo menciona, genera usualmente cierta suspicacia o sospecha y el subsecuente rechazo que surge del desconocimiento de sus orígenes, de su historia, de sus luchas, de sus marcos interpretativos y explicativos, de fenómenos como la explotación, el poder como dominio y la subordinación.

Existe, por tanto, una distorsión de las percepciones sociales con relación a lo que el feminismo propone, distorsión que ha hecho ver al mismo como algo negativo y que se palpa en conversaciones informales, en declaraciones públicas y/o en debates sociales colectivos en los que se escuchan afirmaciones contundentes que señalan, por ejemplo, que en la reconstrucción de lo social y de lo público no se necesita de feminismo ni de machismo (como si fueran términos equivalentes); que el feminismo como tal divide las luchas sociales y que la liberación de los pueblos solo se concretará a través de la unión de mujeres y hombres; o que hacer bromas machistas no es algo que impida poder autodeclararse como feminista.

Pensar en tales afirmaciones me lleva a plantear que, desde el activismo, la militancia, la academia, la institucionalidad o desde el espacio y lugar donde las feministas queramos situarnos, es urgente reforzar el compromiso ético de romper con preconceptos, reposicionando el lente crítico que el feminismo siempre ha empleado. Pero no con el fin de simplemente aclarar a qué apunta o cuál es su horizonte de llegada, sino también para conocer y reconocer qué herramientas de lucha discursiva nos ha brindado y nos brinda, cuáles son sus límites, y cómo las mismas permiten identificar en nuestro contexto el modo en que los sistemas de explotación se intersectan, favoreciendo prácticas sociales y políticas que desconocen, niegan y limitan derechos, coartan la autonomía y promueven la deshumanización.

Desde mi punto de vista, revisitar las teorías feministas y posicionar sus contenidos es urgente y tiene sentido, porque, hoy más que nunca, sus agudos planteamientos y conceptos desafían a preguntarnos colectivamente en qué medida los caminos de transformación que estamos recorriendo conducen o no a un ejercicio de la política que defina a la misma como actuación conjunta y, en palabras de Hannah Arendt, como relación constructiva y plural.

Y porque también estas teorías, desde sus orígenes y a lo largo de su evolución, han estado abiertas a fomentar debates plurales, interdisciplinarios y heterogéneos en torno al poder, sus contenidos y alcances, debates que muestran que en todo camino de transformación es útil dar cabida a perspectivas diversas, situadas, autocríticas, enfrentadas y complejas.

Es urgente, por tanto, no asumir que los contenidos y alcances del feminismo se sobrentienden ni dejar que sus vindicaciones, reivindicaciones, críticas y conquistas se desdibujen, olviden y deformen para vaciarlo de sentido y potencial de cambio, mostrándolo como algo ajeno, descolocado o descolgado dentro del proceso histórico de descolonización que se aspira a promover, ya que, de hecho, el feminismo ofrece a este proceso elementos clave para ampliar sus análisis del poder, al introducir, por ejemplo, el concepto de patriarcado o al profundizar en la noción de opresión.

Y, al hacerlo, invita a cuestionarnos individualmente y como sociedad en qué medida y pese a que declaramos constantemente que estamos a favor de la igualdad y de la democracia, también reproducimos patrones de violencia, de distinción, de intolerancia, de uso y abuso de privilegios y de rechazo de las relaciones horizontales cuando entra en cuestión el poder y su ejercicio en lo público y en lo privado, en la micropolítica o en los ámbitos no institucionales.
Como vemos, las potencialidades emancipatorias del feminismo son muchas y si bien es tarea de las feministas no permitir que sus sentidos y sus principales categorías de análisis teórico-explicativas de la realidad social y del poder sean cooptadas y, en consecuencia, despolitizadas, es tarea del resto de la sociedad salir de aquellos espacios confortables en los que la desinformación abunda para, a partir de allí, construir opiniones no basadas en prejuicios, pudiendo asumir también posiciones críticas, si se quiere, respecto del feminismo, pero con conocimiento de causa.