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¿Por qué nos ha ido tan mal en todo?

Sergio Almaraz Paz murió en la sala de operaciones de una clínica paceña a los 39 años. Una úlcera había acabado con su vida. Todas las versiones difieren sobre sus últimas palabras; todas coinciden en que fueron tristes. René Zavaleta Mercado evoca: “Qué nos ha pasado”, atinó a decirme, acezante, en un lenguaje que prefiero respetar en su manera literal. “Por qué somos una nación vencida… Por qué hemos fracasado siempre… Qué nos ha pasado… Somos una raza perdida de Dios”.

Su hijo Alejandro Almaraz refiere: “En la madrugada del 11 de mayo de 1968, en una clínica de la ciudad de La Paz, muere Sergio Almaraz a sus 39 años, […] delirando de dolor, preguntándole a su hermana Margarita: ¿Por qué nos ha ido tan mal en todo?”.

Como en tantas otras escenas de lecho de muerte joven, de tantos otros políticos o intelectuales nacionalistas latinoamericanos, las últimas palabras atribuidas a Sergio Almaraz sirven para acuñar una fórmula de su entero destino. El giro verbal conjuga, en una frase única, el sino (naturalmente terrible) de Bolivia con la suerte (fatalmente desgraciada) de la propia existencia. A causa de la pérdida y fracaso de lo que, en el pensamiento de Almaraz, fue una oportunidad histórica mayor, todo retorno a la fuente prístina de la Revolución de 1952 se volvió imposible. Pero este mismo examen de la frustración llevará a tomar distancia crítica con cualquier nueva movilización revolucionaria de la nación.

Según metáforas reiteradas desde fines del siglo XIX en el ensayismo boliviano e hispanoamericano de interpretación nacional, el tiempo del fin de su vida resultaba para Almaraz el momento de la enfermedad, la persecución y, finalmente, el silencio y la muerte. Tal vez a este vínculo alude Hugo Rodas cuando elige una cita de los Carnets del existencialista franco-argelino Albert Camus —muerto en 1960 en un accidente de auto por exceso de velocidad, y autor favorito de Almaraz— como epígrafe a un ensayo que dedica a nuestro autor: “Una de las maneras de conocer un país es saber cómo se muere en él”.

A Sergio Almaraz le tocó ser expositor y analista del proceso de descomposición de la Revolución de 1952. Descomposición en los hechos: pérdida del poder, arrebatado por enemigos cuya derrota o debilitamiento definitivos habían sido prueba mayor de que la Revolución nacionalista boliviana fue tal. Descomposición en la doctrina: el credo revolucionario se había tornado catecismo partidario e ideología altamente formalizada, dirigida a que la nueva élite del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) retuviera el poder.

El ensayista político Carlos Montenegro o el novelista, periodista, orador y panfletista Augusto el Chueco Céspedes proveyeron al MNR de un atinado y dinámico sistema portátil de ideas y creencias, instrumentos de análisis y principios de acción al servicio de una fe política. A esto se sumó, en la obra y actividad de José Fellman Velarde y de otros intelectuales orgánicos como Jacobo Libermann, la construcción a posteriori de una narrativa continua que prefiguraba, y prenunciaba con perfil nítido desde la Guerra del Chaco, el lugar único en la historia que le esperaba al MNR (como a su líder, Víctor Paz Estenssoro) para torcer el destino y encaminar a Bolivia.

El mismo Zavaleta siempre habría de volver su mirada, como hacia una estrella que brilla desde un cielo cada vez más oscuro, a la encendida gloria de las jornadas revolucionarias de abril. Almaraz también había colocado en el centro de su reflexión política y teórica al proceso triunfante en 1952, pero su aproximación divergía.

Almaraz parece un autor volcado a la contemporaneidad más urgente e inmediata. Desde su perspectiva, el originario heroísmo revolucionario (que solo se conoce a través del relato de los interesados) ha sido suplantado por la traición de los revolucionarios (que se conoce por maciza empiría, y que él explica con rico detalle).

A Almaraz le ha tocado ser el ensayista del “tiempo de las cosas pequeñas”. Las banderas de abril se han encogido, los principios y metas de la revolución se han ido relegando o abandonando: lo que podía haber sido no fue, y ya es difícil que llegue a ser.

En Bolivia, el marco histórico de esta historiografía fue tan peculiar como firmes y nítidos sus rasgos. El nacionalismo se erigió como una doctrina redentora (y después conservadora): la de una revolución que ha triunfado contra “poderes ocultos” (simbolizados en la expresión “la rosca”). El partido de los vencedores, el MNR, se tornó usufructuario, casi sin competencia viable, del ejercicio del poder político. La regla general ha sido, con prescindencia de méritos o relevancias, la de autores en quienes, como en Almaraz, la mirada nacionalista, aun en el concierto de otras perspectivas, aun sin dominar ni organizar necesariamente a todas estas, es también la más pesimista pero a la vez la más concreta.