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El Che y las mujeres de la Archicofradía

La mujer, de mediana edad, tez blanca y peinado de peluquería, alto y a la moda, solo atinó a santiguarse. A su lado, otra mujer, menos elegante, se mostró igualmente preocupada. Ambas escuchaban un noticiero radial. Corría marzo o abril de 1967. Los recuerdos se tornan brumosos, pero no el escenario: la parroquia de María Auxiliadora, donde aquel niño se preparaba para recibir la primera comunión, junto a otros muchachos de su edad.

En aquel tiempo eran los noticieros de las radios, principalmente Nueva América, Fides y Altiplano, las más sintonizadas por entonces, los que mantenían informada a la población.

Hace 50 años, en Bolivia todavía no se había inaugurado la televisión. De hecho, poner en marcha un canal televisivo estatal era uno de los proyectos más importantes del gobierno de René Barrientos. Por ello, se comprenderá que los noticieros radiales, en especial aquellos dirigidos por Raúl Salmón, José Gramunt o Mario Carrasco, ejercían una enorme influencia sobre las personas.

El informativo que causó la inquietud de las integrantes de la Archicofradía de María Auxiliadora fue un flash extraordinario, que presentó las declaraciones probablemente del ministro de Gobierno, Antonio Arguedas, quien con tono pausado y grave, similar al de un sacerdote, dio cuenta de algo que ese pequeño no entendió en ese momento, pero con solamente ver las expresiones de temor de las dos damas quedó asustado.

— Y ahora, ¿qué vamos a hacer? Si éstos ganan, hasta a estos chicos nos van a quitar y los educarán como ateos.

Palabras más, palabras menos, fue lo que dijo una de las compungidas mujeres, mientras volvía a hacer la señal de la cruz.

Ese niño no recuerda lo que le dijo el catequista, pero pareció tranquilizar a ambas, aunque algunos años después comprendería las razones de aquel temor. El legendario Ernesto Che Guevara combatía en el sudeste nacional y tenía a mal traer a las tropas del Ejército.

En 1967 y hasta inicios de la década de 1980 era una tradición que las familias se reúnan en torno a los radiorreceptores, generalmente que funcionaban a lámparas y eran voluminosos, para escuchar los noticieros y las radionovelas, entre las que en aquellos tiempos se destacan Kalimán o La pasión de Silvia Eugenia.

Sin embargo, hasta octubre de 1967, el tema excluyente eran las guerrillas, los informes de los militares sobre el avance de las escaramuzas del sudeste.
Y cuando los militares presentaron el cuerpo sin vida del comandante, cuyas fotografías fueron publicadas en la primera plana del diario católico Presencia, hubo revuelo y las señoras pudieron sonreír.

Pero cuando ese mismo chiquillo, casi un año después, fue llevado nuevamente a la parroquia de la mano de su madre, hubo otro revuelo. El muchacho no comprendía por qué esas personas hablaban mal del mismo Arguedas, que se expresaba como cura y que aparentemente había desaparecido.

La explicación la tendría con el tiempo. El mismo diario, Presencia, publicaba el diario de campaña de El Che en Bolivia. Su padre compró ese ejemplar, como seguramente algunos miles de lectores y lo dejó en el baño, el lugar ideal para leer sin ser interrumpido.

Allí, ese niño, atraído por alguna noticia deportiva, tomó el periódico y comenzó a leer. Seguramente comprendió muy poco, pero entre los contornos entendió que ese hombre al que su madre y otras mujeres de su entorno anatematizaban, quería que terminen las injusticias y que los que tienen muy poco reciban algo más para satisfacer sus necesidades y las de sus hijos.

Los siguientes meses fueron convulsionados en el país. Un año más tarde se produjo una serie de atracos a mano armada en diferentes puntos de la ciudad de La Paz, por lo que el niño recibió la terminante prohibición de alejarse de su casa. Únicamente podía ir al colegio, en horas de clases.

En otro enfrentamiento, cuyos disparos pudo escuchar desde el patio en el que jugaba con una pelota, murió otro guerrillero, algunos días antes de que una tragedia enlutara a todos: la caída de un avión del Lloyd Aéreo Boliviano, el 26 de septiembre de 1969.

Las señoras volvían a santiguarse y a orar de rodillas en el templo de la avenida 16 de Julio:

— Lo que nos pasa porque estos comunistas satanases vienen a este país.

Una de ellas musitó esa oración, mientras el niño, desesperado e impaciente, solo quería salir de esa capilla y que su madre lo deje jugar.

Así creció una generación de paceños y residentes en la sede de gobierno, entre bombazos, tiroteos, noticias de enfrentamientos y desastres.