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La apacheta-historia de Túpac Katari

La primera edición de Historia de la rebelión de Túpac Katari de María Eugenia del Valle, de editorial Don Bosco de 1990, está agotada. Hoy el libro es citado en diferentes ámbitos y sin comentarios críticos de fondo. Suscita la admiración de colegas y de estudiantes y ha servido como referencia útil a intelectuales indígenas para elaborar su propio análisis anticolonial.

Para recapitular, el proyecto para Historia de la rebelión de Túpac Katari, 1781-1782 de María Eugenia del Valle de Siles fue concebido tempranamente, evolucionó durante dos décadas con la recopilación y la edición de fuentes documentales —y con la escritura de textos puntuales sobre diversos elementos de la historia— y se completó al final de su vida. Josep M. Barnadas resumió el esfuerzo “monotemático” de la autora como un caso excepcional de “toda una obra en toda una vida”.

Dos cualidades notables de su obra son la rigurosidad en el uso de las fuentes primarias y su intento por mantener una postura neutral respecto a la historia. Quizás estas cualidades obedecen a la escrupulosidad de la investigadora y a la conciencia que tuvo de los retos e implicaciones de abordar un tema sensible.

 A pesar de las fuertes discusiones en torno a la dominación colonial y la descolonización en Bolivia desde fines del siglo XX hasta nuestros días, la recepción favorable y respetuosa de su libro en distintos ámbitos intelectuales y públicos parece mostrar que logró su propósito de crear una base para explorar perspectivas diferentes sobre la sublevación.

Durante el periodo en el que Del Valle trabajó su obra, el movimiento indígena en Bolivia también fue elaborando, en reuniones y declaraciones sindicales, en radionovelas y afiches, y en textos a veces efímeros y a veces provocativos, una nueva visión de Túpac Katari y de la insurgencia de 1781. Pero la labor y el libro de María Eugenia son prueba de que tal historia importaba no solamente a activistas, intelectuales, dirigentes y comunarios indígenas, sino también a la población urbana y a las élites mestizas y criollas. Al respecto, Silvia Rivera comenta de manera lapidaria: “La pesadilla del asedio indio continúa perturbando el sueño del criollaje boliviano”.

María Eugenia intuyó esa importancia la primera vez que bajó a la ciudad. En su primer libro (1980) percibió la experiencia como una guerra “del campo contra la ciudad”. A diferencia de las visiones kataristas del momento, su formulación inicial pareció minimizar el contenido étnico o racial del conflicto. Sin embargo, en textos posteriores lo reconoció explícitamente: “El alzamiento, que había nacido primordialmente por razones de orden socioeconómico, tomaba también ahora un sesgo racial, expresado en el enfrentamiento del campo contra la ciudad”.

Es posible situar su producción dentro de una tradición historiográfica urbana que enfatiza el escenario del cerco y la experiencia de los citadinos. El epígrafe a su edición del diario del oidor Diez de Medina es: “A la ciudad de Nuestra Señora de La Paz”, aunque su perspectiva sobre la ciudad, vista desde la Ceja de El Alto, abarcaba los espacios tanto de intramuros como de extramuros.

Ella estaba consciente de sus propias limitaciones para entender la sociedad campesina en los Andes, pero su excepcional trabajo con las fuentes constituye un gran avance, porque permitió documentar el proceso histórico en el campo. Además, tenía la actitud admirable de que su trabajo no significaba el punto terminal de la investigación del pasado:

“No pretendo, sin embargo, haber agotado el tema. Mi libro es una obra abierta (…). He construido el andamiaje histórico de los hechos. A ese basamento histórico pueden acudir sociólogos, antropólogos, politólogos y novelistas para hurgar los temas más apasionantes del trabajo”.
Para los viajeros que transitan por el paisaje de la historia, ofrece un punto de vista desde el cual contemplar el pasado y ponerlo en perspectiva.

María Eugenia del Valle no pretendió escribir desde una perspectiva indígena, pero podemos prestarnos una metáfora andina para describir su libro. En tanto hito monumental en la historiografía, su trabajo tiene la solidez de las apachetas que se encuentran en las cumbres y los pasos altos de la serranía. Las evidencias documentales que buscó, recogió, seleccionó y dispuso con tanta dedicación en su libro son como las piedras colocadas o amontonadas en las apachetas. Más que una obra acabada, sirve como una base sobre la cual otros podrán construir, como los pasajeros que depositan nuevas piedras encima o al lado de las apachetas que encuentran en su camino. Es un hito que orienta al lector en su aproximación al pasado y que señala las fronteras entre los campos sociales que se dividieron violentamente en 1781, como la apacheta que marca para el viajero en su tránsito por el paisaje los linderos entre un espacio y otro, y le permite obtener una vista panorámica de ambos.

En la cultura andina, se considera que la apacheta tiene una dimensión fronteriza y mediadora entre el mundo de arriba y el mundo de abajo. Durante el pachakuti de 1781, se estaban volcando las cosas. Por un momento temporal, pero no para siempre, se estaban revirtiendo las fuerzas. Los que habían ocupado el lugar de abajo se ponían encima y aquellos que habían ocupado el lugar de arriba se venían abajo. En términos de las relaciones de poder, la metáfora de la apacheta también cobra sentido.

Del Valle fue una historiadora que, con una perspectiva compasiva y un espíritu de mediación, intentó crear un sitio desde donde ubicarse entre el pasado y el presente, y desde el cual se podían contemplar los mundos —polarizados pero con puntos de imbricación— de intramuros y extramuros, de ciudad y campo, de españoles e indios, de arriba y abajo.

Ahora, gracias a esta edición de la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia (BBB), nuevos lectores podrán tener su propia perspectiva sobre estos mundos establecidos en este texto.