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Alemania puede reformar la globalización

Alemania atraviesa hoy un problema: no puede formar gobierno meses después de su elección. Esta imposibilidad temporal y sus implicaciones son un buen indicador de lo que pasa a escala global, escala de imposible escape para Alemania.

Cuando Angela Merkel anunció que sería la candidata a la cancillería alemana, por cuarta vez, subrayó que la globalización tropezaba con su exceso de orientación mercantil y falta de rostro humano; globalización para el mercado y no para la gente. Meses después, en la reunión de Davos, el presidente chino sugirió que su país milita fielmente con la globalización y la apoya, lo hace entre otras cosas, reconstruyendo la ruta de la senda que acortará el comercio Europa Asia en ocho horas. Asimismo, el vicepresidente boliviano, Álvaro García Linera, basándose en la decisión del Reino Unido de apartarse de la Unión Europea y el triunfo de Trump, afirmó sobre la globalización: “Nos encontramos ante la muerte de una de las mayores estafas ideológicas de los últimos siglos”. En contraste, el exministro de hacienda griego Yanis Varoufakis cree que el vacío de padrinos tradicionales que deja la globalización hoy, puede ser llenado con un discurso progresista de izquierda que propone más globalización para enfrentar los problemas que azotan al mundo como la migración, el cambio climático, etc., que son, en esencia globales y banderas de los nuevos discursos de izquierda.

La crisis alemana es más global que local, es como una epidemia de resfrío que llega a tu puerta y crees equivocadamente que solo un puñado que te rodea está contagiado. El telón de fondo consiste en que Estados Unidos no es más la primera economía del planeta y no está preparada para el segundo sitio. Estados Unidos le arrebató el liderazgo económico mundial al Reino Unido hace cerca de 180 años. Dos años atrás, China hizo lo mismo con Estados Unidos. Su Producto Interno Bruto, medido por su capacidad de compra, ha superado al americano. China ha hecho posible esto, entre otras cosas con mano de obra más barata, haciendo que empresas, incluidas las de Trump, busquen dislocarse hacia allá. El resultado: menos trabajo para Europa y Estados Unidos, culpa a la globalización, vuelta al nacionalismo, etc.

Las explicaciones de la crisis, sin embargo, no son necesariamente tan lineales y simples. Gran parte de los problemas que dieron lugar a un personaje como Donald Trump y el resurgimiento de la extrema derecha en Europa tiene su génesis en la tecnología: la fuerza disruptiva de la tecnología en el mercado laboral afecta principalmente a los puestos de trabajo que tradicionalmente ocupaban los hombres blancos occidentales con niveles bajos de educación. Al perder su seguridad, éste es el electorado que apoya masivamente discursos populistas de derecha.

Estamos pues, frente a una crisis de paradigma. La dicotomía izquierda-derecha ya no explica las contradicciones políticas de nuestro tiempo. (Los populismos de izquierda y derecha en países del norte y sur global son tan similares estos días!). Lo global y antiglobal se convierten en un nuevo escenario, una nueva cancha entre lo conservador y lo progresista.

Los desafíos de Alemania, entonces, están en reformar lo global.

Primero en casa, en la Unión Europea, hay que sincerarse y admitir que la unificación monetaria no es suficiente y el gobierno de Merkel lo sabe hace tiempo. El euro es una moneda que hace política monetaria para nadie. Misma razón que propició la primera ruptura del Reino Unido con el proyecto europeo en 1992: se unificaron las políticas monetarias en torno al franco alemán, pero ambas naciones estaban en ciclos económicos diferentes. Por ello, Alemania sabe que impulsar una política fiscal unificada, a través de un ministro de Economía de la Unión Europea por ejemplo, es crucial. Demostrar que lo regional/global es posible.

En el espacio multilateral, una actitud más franca con las instituciones globales, consistiría en pedir la reforma de éstas, haciendo que el balance de población y de poder económico se traduzca en más espacios para el Asia.

Más allá de lo institucional, el desafío alemán es seguir la senda de “marcar línea”. El cambio del patrón de desarrollo energético hacia lo renovable es una referencia creada y expandida por los caminos del soft power (poder blando e invisible) alemán. Hoy es una moda, felizmente, y el país precursor es Alemania. En el mismo sentido, puntos de referencia sobre asuntos globales como protección de datos privados o la equidad de desarrollo entre ciudades son asuntos de los que lo global puede aprender de Alemania.

Lo global, entendido como conexiones irrestrictas, no se va a marchar así por así, pero debe cambiar. Por ello es muy sugerente que en lugar de que la izquierda apoye la vuelta a los nacionalismos y/o los encarne, ésta debiera embanderar un discurso global de reforma. Ojalá Alemania logre la conformación de su gobierno antes del inicio del mundial de fútbol y entre los malabarismos que tenga que hacer se diga a sí misma que su destino como líder global es inescapable y su potencial de heredar nuevas formas de globalización urgente.