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La social democracia de alemania

Después de meses muy movidos para Alemania, en el voto interno del Partido Socialdemócrata (SPD) ha ganado el Sí por la nueva formación de una gran coalición con los partidos conservadores (CDU y CSU). Para el país, esta decisión crea una estabilidad política importante para los próximos tres años y medio, hasta las elecciones parlamentarias de 2021. El contrato de coalición contiene una visión proeuropea y ya establece una agenda para la profundización de la gobernanza regional, sobre todo en políticas económicas, fiscales y financieras. Dada la coyuntura económica positiva en el país, el futuro gobierno también va a disponer de bastantes recursos para inversiones en el sistema de salud, educación e infraestructuras públicas. Para responder a la creciente extrema derecha, que por primera vez en la época posguerra logra representación parlamentaria a través de un partido (AfD), se va a crear un “ministerio por la patria”, que apoyaría a regiones desfavorecidas. De esta iniciativa se espera una línea más clara para reglamentar la migración —de refugiados, pero también otros grupos— y la integración en la sociedad y el mercado laboral alemán.

Pero más allá de la estabilidad institucional, existen algunos riesgos de mediano y largo plazo. La renovada coalición en el centro confirma —de manera non-voluntaria— la tesis de una “elite política desconectada” de la población alemana. Es muy probable que esta constelación favorezca los argumentos de los actores radicales, tanto del partido racista en el parlamento (AfD) como de los nuevos movimientos de extrema derecha en la calle (Pegida). Queda esperar si la izquierda también tiene capacidades movilizadoras, pero hay que constatar que durante los últimos años no ha sido el caso con el partido Die Linke. Aparte de la radicalización de los votos, incluso hay un riesgo para la misma democracia en Alemania. En una cultura política marcada por una tendencia hacia el “consenso pragmático” hay poco espacio para la formación ideológica de los partidos grandes. Los últimos 15 años han sido dominados por la figura de Merkel, que encarna un liderazgo que algunos expertos han denominado “posideológico”.

Esta tendencia tecnocrática, acumulada en la subordinación de la democracia al capitalismo global durante los años de crisis financiera y económica, también ha llevado a una deslegitimación de la misma democracia representativa.

Para el SPD el dilema ha sido decidirse entre la “responsabilidad cívica” por Alemania y la renovación del partido a nivel de personas, programa y perfil. Se ha sacrificado por su país, pero esto puede significar la continuación de la “crónica de una muerte anunciada”. Desde los años 90, como en otros partidos socialistas en Europa, ha dominado la orientación a un imaginado “centro” político. Con este giro han ganado algunas elecciones, pero poco a poco han ido perdiendo su perfil propio frente a los partidos conservadores y liberales, que igualmente han optado por vías similares. En Alemania, con las reformas de Schröder en el mercado laboral, se quebró la alianza estratégica con los sindicatos, un hecho que favoreció la creación del partido Die Linke. Hoy, al igual que en muchos países europeos, los partidos y actores progresistas están fragmentados y parece difícil volver a formar coaliciones entre ellos a escala nacional.

Entonces para el SPD —aunque sea parte del gobierno de Merkel— queda el reto de la renovación profunda para crear de nuevo un partido, que funcione como plataforma para diferentes grupos y actores. Esto incluye el análisis de los errores del pasado, para que se puedan discutir los grandes problemas y transformaciones que están viviendo las poblaciones en Europa: entre ellos la migración, el cambio climático, el creciente capitalismo digital y el futuro del empleo.

Para enfrentar estos retos, más allá de la orientación en políticas públicas, hace falta un cambio paradigmático de una cultura política transaccional hacia una verdadera visión transformadora para la sociedad.