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Palabras como martillos

Las palabras se convierten en juicios cuando el contexto social desde donde se emiten ideas preconcebidas modifican su sentido original. La elección del lenguaje es ya la proyección de un juicio moral. Este contexto social “dirige” su sentido para favorecer los intereses de clase social que usa estos términos o palabras para descalificar, ensalzar o discriminar y, de esa manera, justificar el poder.

Las palabras colla y camba son usadas desde distintas perspectivas que pueden expresar determinada ideología, rasgo identitario, un trato cotidiano rutinario o simplemente racismo básico o perverso.

El término colla tiene su origen en la designación territorial de Qullasuyu, a la parte meridional del Tawantinsuyu, que abarca todo el altiplano, desde Vilcanota a Potosí, limitado por el río Maule, en Chile, al oeste hasta el Pacífico y al este los vertientes de los Andes y al límite con los chiriguanos. Estaba formado por los señoríos aymaras, según Guamán Poma de Ayala, conformado de la siguiente manera: Jatuncolla, Puquinacolla, Urocolla, Cana, Pacaxi, Pomacanchi, Quispillacta, Callauaya, Charca, Chui y habitado además por los Uruchipayas.

Camba deviene probablemente del guaraní, denominación que se usa para designar en general a las naciones originarias que habitan en los llanos orientales bolivianos. Su origen como término es aún discutido por los investigadores que no se ponen de acuerdo sobre la palabra misma, que provoca varias interpretaciones, por ejemplo “nombre genérico del nativo de los llanos del oriente boliviano” (Kempff: 1946) “los campesinos del oriente boliviano” (Zolessi:1987) o “nombre con que se conoce a los indios civilizados” (sic) (Coímbra:1993).

Originalmente la designación de camba fue aplicada por el Estado boliviano para nombrar a los chiriguanos. Según Jurgen Riester, investigador de las tierras bajas de Bolivia, camba denominaba a las clases medias, bajas, mestizas e indígenas de la ciudad de Santa Cruz, en cambio en el área rural, sobre todo en la Chiquitanía, involucraba a todos. Durante los sucesos políticos de 2008, se usó esta designación étnica como un elemento homogeneizador para contraponer una supuesta nación camba a una nación colla. Se apropiaron de la divisa tupiguaraní Iyambae que significa persona sin dueño. Fueron inmediatamente descalificados por la CIDOB (Central Indígena del Oriente Boliviano) y la CCCH (Consejo de Capitanes de Chuquisaca) por el uso oportunista de la palabra guaraní que para esta nación originaria tiene mucho valor.

En el oriente boliviano es común asumir —por la clase hegemónica colonial que se origina en el siglo XVII— un rasgo paternalista con el camba del área rural, despojándole de sus atributos culturales, ya que supuestamente los criollos fueron los civilizadores.

Gabriel René Moreno (1836-1907) decía acerca de la llegada de pobladores de occidente al oriente que: “La inmigración caucásea es el único dique capaz de detener este retroceso, propio del atavismo cada vez más persistente y avasallador” (Archivo de Mojos y Chiquitos). Este discurso es reproducido hasta ahora por la parte más retrógrada de la elite cruceña, expresada en las logias y grupos de poder que alguna vez propiciaron la llegada de colonizadores blancos sudafricanos.

Pero esta narrativa también es asumida por algunos representantes de la izquierda boliviana; así el exministro de Defensa Reymi Ferreira afirmaba que, a diferencia de lo sucedido en occidente, en Santa Cruz las misiones jesuíticas culturizaron a los indígenas, lo que “ha generado una mayor integración social; el mestizaje aquí es bastante homogéneo (…), no hay segregación clasista radical, como en La Paz. El movimiento indígena es minoritario (…) pero no guarda rencor contenido como el aymara, por ejemplo” (tomado de Nueva Crónica, entrevista a Ferreira (9/2010).  

Durante la invasión ibérica a los territorios de las tierras bajas, los indígenas fueron despojados de sus tierras productivas, se cometieron varios genocidios para imponer el dominio y poder a los pueblos avasallados, origen del racismo latente en oriente y occidente. Ignora el señor Ferreira por completo la historia de las luchas indígenas durante la Colonia y la República, pasa por alto la rebelión de Andrés Guayocho (1842), las batallas de Kuruyuqui (1892), las masacres de los colonizadores y los criollos republicanos que diezmaron poblaciones enteras en la etapa de la explotación de la goma y la Guerra del Acre (1899-1903) que Nordeskiold relata en su texto Indios y blancos escrito en 1908.

Los historiadores conservadores se resisten a desmontar ese discurso que —como asevera Foucault— devela segregación, intereses de clase, cultura hegemónica y transcripción biológica: “El discurso de lo histórico puede ser entendido como una especie de ceremonia, hablada o escrita, que debe producir en la realidad una justificación y un reforzamiento del poder existente”. Sobre estos temas existen dos trabajos esclarecedores: Los caballeros del oriente, de Ximena Soruco, que asimismo desarrolló otro sobre el racismo en el lado occidental en La ciudad de los cholos.

Así como Santa Cruz tuvo en el darwinismo social de Gabriel René Moreno su cúspide, en el lado occidental estuvo Alcides Arguedas que desestimó la posibilidad de la construcción de un Estado por culpa del indio. Sus razones biopolíticas positivistas fueron devastadas por Franz Tamayo, cuya posición, para estos tiempos, ya es también irrelevante.

A principio del siglo pasado, el escritor criollo Juan Francisco Bedregal se preguntaba: ¿Existe un problema del indio?… creo que el problema somos nosotros.