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La noche de Seleme

Aquella noche del 8 de abril de 1952 ha debido ser sumamente decisiva para un hombre y un país: Antonio Seleme y Bolivia. Para el primero, era la obtención del poder total, mientras que para el país, la oportunidad de un salto cualitativo en la evolución de su historia.

En la sede de gobierno, la paz no había sido alterada después de haber sufrido las consecuencias de la guerra civil y la masacre de Villa Victoria; sin embargo, en el centro de la urbe, el viejo caserón del Ministerio de Gobierno tenía las luces encendidas. En su interior, su titular el general Antonio Seleme Vargas había asistido, momentos antes, a lo que sería la última sesión de gabinete del presidente Hugo Ballivián. Venía alterado, disconforme y resuelto pues el Mandatario había pedido la renuncia de todo el gabinete para conformar otro.

Momentos antes, en el Palacio, la sesión de ministros era borrascosa. En un rapto de audacia, Seleme apartó al Presidente para susurrarle:

— ¿Qué tiempo necesitas para conformar un gabinete?

— Tres o cuatro días, respondió el Jefe de Estado.

— Entonces, con quiénes asistirás al tedeum de mañana, replicó el ministro, refiriéndose a Semana Santa.

Ballivián se dio cuenta y ordenó postergar la renuncia. Seleme había ganado un preciado tiempo.

La Junta Militar, que gobernaba desde el 16 de mayo de 1951, no podía estabilizar la situación política del país. Por otra parte, muchos funcionarios se adherían al partido que había ganado las elecciones del 6 de mayo de ese año: el MNR. Especialmente en la Policía sus oficiales, casi en mayoría, se enlistaban en esas filas.

Seleme se fue a su despacho e instruyó al Director de Policías mantener preparados a los dos regimientos de su dependencia. Dos horas más tarde, se dirigió al domicilio de Humberto Torres Ortiz, quien lo esperaba acompañado de Alberto Crespo, comandante militar de La Paz, y de José Quiroga. Cuatro generales, que habían coincidido en derrocar al presidente Ballivián. El ministro informó lo ocurrido en Palacio y Torres Ortiz señaló que debían ejecutar el plan para derrocar al gobernante. Seleme se puso en contacto con el jefe de la Falange Socialista Boliviana (FSB), Óscar Unzaga, y con los dirigentes del MNR, por separado, y les indicó que había llegado la hora de actuar. Todos le ratificaron su apoyo.

Preludiaba el 9 de abril. Seleme desde su despacho impartía las últimas órdenes a los jefes de carabineros:

— El Presidente no quiso firmar la orden de ascensos, les dijo.

— En esas circunstancias debemos tomar el poder y asumir el mando de la nación.

— ¡A su orden mi general!, respondieron los comandantes

— El MNR participará con nosotros. ¡Hay que darles armas!

Luego se comunicó con el comandante militar de Oruro, Jorge Blacut, y con otros jefes militares, quienes le apoyaban en el conato.
Sin embargo, a las tres de la madrugada, un emisario de Óscar Unzaga visitó a Torres Ortiz en su domicilio y le informó que Seleme ejecutaba el golpe y en momentos más sería apresado. Alarmado, Torres Ortiz enrumbó a la Base Aérea Militar desde donde ordenó a los cinco regimientos asentados en el altiplano a concentrarse en la Ceja de El Alto, y al Regimiento Escolta de Miraflores y el Colegio Militar de Irpavi, en las serranías del frente, en apronte contra Seleme y los carabineros. Torres Ortiz asumía de ese modo el poder político y su defensa.

En el Ministerio de Gobierno, Seleme disponía la entrega de 4.500 armas a los miembros del MNR. A las cinco de la mañana recibió la visita de Ambrosio García, mensajero de Unzaga, quien le comunicó que la Falange no participaría en el golpe. Seleme respondió que ya no era posible detener los acontecimientos, pues todo estaba en marcha. En efecto, más de 1.500 carabineros armados entre tropa, oficiales y cadetes, estaban en las calles, ocupando objetivos de la ciudad, mientras que un centenar de civiles patrullaba las vías y ocupaba  emisoras de radio, señalando: “El presidente Antonio Seleme asumió el poder y convocará a nuevas elecciones”.

Preludiaba el 9 de abril, Seleme llamó al general Blacut y éste le respondió que estaba llegando a la Ceja por órdenes del Jefe de Estado Mayor para combatir a los carabineros que se habían levantado contra el Ejército. Seleme recién se enteró de que Torres Ortiz estaba en armas con su propio objetivo. Revisó la situación: contaba con dos regimientos de carabineros y algunos civiles; frente a él, siete unidades del Ejército rodeando la ciudad.

Seleme estaba perdido. Propuso a Torres Ortiz la formación de una junta mixta de gobierno. La respuesta: “Rendición total y si no levantan las armas hasta las seis de la mañana del día siguiente la ciudad será bombardeada”.

¡El golpe de Estado había fracasado! Seleme no pudo observar que horas más tarde fabriles, mineros y el pueblo iniciaban una insurrección general que derrocó a la Junta Militar y abatió al Ejército, mientras que en plazas y parques se escuchaban las notas de un taquirari dulzón y emotivo, pero eso…  es otra  historia.