Icono del sitio La Razón

Equilibrios, el reto de Bolivia en Unasur

La suspensión de la participación en las actividades de Unasur (Unión de Naciones Suramericanas) anunciada por seis de los 12 países que componen este bloque, a los pocos días de que Bolivia asumiera la presidencia pro tempore de esa entidad, ha desatado un debate sobre nuestra política exterior. Una crítica usual es que este evento sería una demostración del escaso “pragmatismo” en la política exterior del gobierno.

En primer lugar habría que tener cuidado con las generalizaciones. Una política exterior suele tener algunas orientaciones centrales, pero también matices y adecuaciones al contexto. Por lo tanto, aunque el impasse sobre Unasur refleja divergencias con nuestros vecinos, no debería impedir una intensificación de las relaciones.

Dicho lo anterior, la crisis de Unasur es una señal evidente del debilitamiento de los mecanismos regionales de diálogo político y de las dificultades para coordinar esfuerzos para promover la paz, los derechos y la estabilidad. Fenómenos similares se observan también en la OEA (Organización de Estados Americanos) y la Celac (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños).

La principal razón de estos bloqueos tiene que ver con la pérdida de rumbo de la comunidad latinoamericana sobre la manera de tratar lasmúltiples facetas de la crisis venezolana. Como ha pasado pocas veces en la historia reciente, las lecturas sobre este problema se han “ideologizado” y quedaron entrampadas en un dogmatismo que les dificulta tomar distancia, conversar con los involucrados y promover soluciones.

La ausencia de una estrategia multilateral integral para ayudar a ese país derivó en un acompañamiento acrítico a las retóricas polarizadas de los actores internos o ha incluso facilitado la aparición de lógicas de intervención unilaterales de poderes extrarregionales, las cuales siempre fueron severamente rechazadas por las doctrinas de relaciones exteriores latinoamericanas.

Es en este contexto que Unasur no logró nombrar su Secretario General desde hace más de un año. La presidencia pro tempore argentina no pudo lograr un consenso y la boliviana tendrá que hacerlo con el agravante de que ahora la presión es mayor. Esto se debe principalmente a desconfianzas sobre las implicaciones de ese nombramiento en el posicionamiento frente a la cuestión venezolana. Estas susceptibilidades tienen un antecedente en el papel protagónico, pero polémico, que el anterior secretario Ernesto Samper desempeñó en los intentos de facilitar un diálogo entre el oficialismo y la oposición venezolanas.

Si bien la regla del consenso no impidió que el ente funcionara en otros momentos, ahora es un elemento que dificulta la toma de decisiones en la medida que prevalezca un ambiente polarizado. Por otra parte, el fortalecimiento del bloque de gobiernos liberal-conservadores está obligando a todos a adecuar sus estrategias. Esto genera incertidumbres que dificultan una solución pues basta con el veto de un país para bloquear todo. Por tanto, el debate no es solo una cuestión de conversar sobre perfiles de personalidades, se requiere trabajar en una matización de factores que generan polarización o en un mínimo de convergencias. El rompecabezas es aún más complejo, considerando que el Gobierno venezolano deberá ser parte de cualquier trato.

Este problema nos motiva igualmente a reflexionar sobre algunos retos de la política exterior boliviana. Para eso, no parece útil contraponer de manera simplista “ideología” versus “pragmatismo”. Una política exterior, como cualquier acción pública, se sustenta siempre en maneras diversas de entender la realidad y de pensar futuros deseados para la inserción internacional. No puede ser totalmente neutral ideológicamente o inmune a cambios democráticos. Pero eso tampoco quiere decir que no deba tomar en cuenta los intereses económicos y geopolíticos del país ni las restricciones que le imponen las correlaciones de fuerzas. Sería deseable un equilibrio entre idealismo y pragmatismo realista.

Si bien se puede estar de acuerdo con la racionalidad de la actual política exterior que enfatiza la autonomía con relación a las grandes potencias y que apuesta al multilateralismo, ésta no puede ser insensible a fenómenos anteriormente descritos. No se trata de abandonar afinidades valóricas, que por cierto son legítimas, sino de gestionarlas entendiendo que en este momento de inestabilidad regional hay que trabajar los matices, las convergencias parciales y las alianzas a geometría variable. Ser articuladores de la pluralidad no solo es inteligente, sino hasta más efectivo para ayudar a los pueblos hermanos que lo necesiten.