Como todo historiador, a Carlos Mesa le gusta hablar del pasado. Ahora dice que “Evo Morales ya no es presente, es pasado”. Entonces, tomándole la palabra, hablemos de su propio pasado, que lejos de alejarse en el tiempo, retorna hoy con el mismo tufillo conservador de hace 25 años.

Llevado por su bisoña admiración por Víctor Paz Estenssoro, incluyendo al de su último periodo de gobierno de mediados de los años ochenta, ése del “Bolivia se nos muere” y el nefasto Decreto 21060, Carlos Mesa recaló en la difusión del pensamiento del empresario Gonzalo Sánchez de Lozada en los noventa. Eran esos años en que el naciente gonismo atrajo a no pocos izquierdistas, que se pasaron de bando e ingresaron al gobierno como tecnócratas de segunda línea. Lo mismo pasó con varios periodistas que se las daban de “objetivos y neutrales” como Cayetano Llobet, Amalia Pando y el mismo Carlos Mesa, que desde los canales de televisión privada en que trabajaban contribuyeron al aparato de propaganda gonista. A las pruebas me remito: en ese tiempo Mesa producía un programa televisivo llamado De Cerca, en el que concedió un total de 18 (dieciocho) entrevistas a Gonzalo Sánchez de Lozada (fuente: página carlosdmesa.com/de-cerca).

Hombre barbado, que se presentaba a quien quisiera creerle como periodista independiente, confesó la verdad años después en su libro Presidencia sitiada: “Si hubo un político contemporáneo que me generó fe, al que admiré, por el que aposté de convicción, ese político fue Goni”.

Por ello no fue extraño que diera un salto a la política partidaria, convirtiéndose en agosto de 2002 en el vicepresidente del peor gobierno neoliberal de nuestra historia contemporánea. Es cierto que abandonó a Sánchez de Lozada el 13 de octubre de 2003; pero no menos cierto es que Carlos Mesa siguió participando de ese gobierno por siete meses más luego de la masacre de febrero del mismo año, cuando murieron al menos 20 personas, entre policías, soldados y civiles.

Su presidencia, que duró del 17 de octubre de 2003 al 9 de junio de 2005, llevó su sello personal: la indecisión. Prometió realizar una Asamblea Constituyente pero nunca tomó una verdadera iniciativa gubernamental para convocarla, efectuó un referéndum por el gas pero luego no quiso firmar la nueva Ley de Hidrocarburos que tenía avances nacionalizadores, calificadas por él como suicidas. Esa ley finalmente tuvo que ser promulgada por el presidente del Senado, Hormando Vaca Diez, el 17 de mayo de 2005.

Es cierto que su gobierno fue un dique de contención a tendencias fascistas expresadas en los comités cívicos de la denominada ‘media luna’ y la Federación de Empresarios Privados de Santa Cruz, dirigida por Branko Marinkovic. Sin ese dique tal vez el gobierno de Evo Morales no hubiera sido posible.

Desde que finalmente renunció a la presidencia, Mesa se replegó durante varios años a su vida particular, retornando a la palestra pública por invitación del propio Evo, como parte del grupo de expresidentes que respaldan la demanda marítima. En ese rol tuvo una actuación destacada en una entrevista con la Tv chilena, pero a más de ese episodio su aporte en los alegatos de La Haya siempre fue secundario e intrascendente.

Hoy las fuerzas de derecha, que intentaron remozarse desde los denominados “colectivos ciudadanos”, que difundieron hasta el cansancio mensajes en redes sociales contra los líderes tradicionales y hablaron de la necesidad de una renovación incluso generacional de la política, terminan acudiendo a un antiguo político como es Carlos Mesa. O sea que de nuevos rostros, nada; el discurso renovador fue solamente un engaño para alinear a algunos grupos de jóvenes tras los mismos de siempre.

Este estancamiento de la derecha, no solo programático sino hasta fisonómico, le resta posibilidades para enfrentar en las urnas al bloque indígena, obrero y popular que respalda la candidatura de Evo. Es un bloque revolucionario que no tuvo desmembramientos sociales importantes, cuyo liderazgo mantiene su vitalidad y que está trabajando en los ajustes programáticos para la elección de 2019. De ahí que conserva su capacidad de convocatoria, cuya más reciente expresión fue la multitudinaria concentración campesina el 2 de agosto en la cruceña Yapacaní.

La izquierda y los movimientos sociales están listos y quieren ir a las urnas, para que éstas definan el destino de Bolivia… ¿qué puede ser más democrático que eso? La derecha es la que no quiere someterse al voto popular, la que inventa una dictadura en la que no puede haber candidatos ni elecciones porque es “hacerle el juego al gobierno”. Será el pueblo que tenga la última palabra.