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Devenir estatal de lo campesino indígena

La impronta de los campesinos indígenas ha permitido visibilizar formatos de acción que en el pasado no habían sido tematizados como parte del sistema político, o bien, de las maneras de darse de la política. Ahora mismo hay una sensación de que no cuentan, que no será complicado derrotarlos; la mayoría de los analistas olvidan que fueron estos sectores los que decidieron jugar en el campo electoral, hacerse del poder político y, sobre todo, lograr el potenciamiento de sus estructuras “orgánicas”. No entienden que la llegada de Evo Morales al poder y, con él, de la masa de campesinos e indígenas al Estado, no fue un hecho fortuito; sino, el resultado de la acumulación de experiencias que a lo largo de varias décadas fue cristalizando un proyecto que logró combinar factores históricos de larga y corta duración.

Según la historiadora Martha Irurozqui, los campesinos indígenas a lo largo de la historia desplegaron distintas acciones colectivas que, de una y otra manera, buscaban lograr el acceso efectivo a los derechos de ciudadanía que, asimismo, en perspectiva les permitirían (re)establecer la relación de intercambio político con el Estado en función a la primacía de sus intereses corporativos o exclusivos. Al parecer, con la llegada de Morales al poder se ha llegado más allá de este objetivo.

Diversidad institucional y hegemonía incompleta. A finales del siglo XX, estas acciones lograron desembocar en la organización de un instrumento político que facilitó la articulación de las estructuras “orgánicas” para la expansión de una voluntad de poder que les permitiría jugar con fuerza propia en los procesos electorales y lidiar con mayor eficacia y eficiencia en el campo político. La estrategia se asentó en una identidad exclusiva de resguardo de lo “orgánico” para proyectar una identidad inclusiva (nacional) dirigida a la articulación de otros grupos y sectores sociales. Construcción azarosa producida “desde abajo”, desde las estructuras “orgánicas”. Esta estrategia permitió la llegada de Morales al poder y, luego, la gestión de un proyecto nacional-popular de largo alcance.

En ese sentido, la caracterización de la permanencia del MAS-IPSP y Evo Morales en el poder a través de categorías peyorativas como las de corporativismo clientelar, caudillismo, populismo, etcétera, resultan insuficientes o bien inadecuadas.

Lo que se observa en el campo político son puestas en escena de diversas formas de hacer política que no se ajustan a los cursos preestablecidos de acción, o bien, no se encasillan en los moldes definidos de antemano. Estos formatos evidencian la presencia de otras estructuras institucionales que operan en paralelo a las existentes y que, en los hechos, al incidir en el intercambio político, ponen en vilo y/o replantean las reglas institucionales del Estado. En este modelo o esquema acontecen viejas y nuevas modalidades de intercambio político, no existe una estructura o un curso final por donde se ordenan los procesos; todo lo contrario, de manera continua éstas se reinventan una y otra vez, pues no hay un nodo o eje por donde el poder finalmente se cristaliza o se congela.

La imagen que se obtiene es la de un esbozo de estructura de redes y trazos que intenta retratar dinámicas en continuo movimiento o construcción. Aparece un modelo que, a pesar de la fuerza de una voluntad política, visibiliza aristas que delatan una construcción incompleta, un proceso que no ha concluido y que no avizora un encalle definitivo. Algo sucede en esta dinámica en la que se manifiesta la inexistencia de una estructura estable o definitiva. En estas condiciones, la hegemonía lograda requiere de una continua resignificación o reinvención política y, al parecer, esto es lo que particulariza al estilo de gobierno de Evo Morales, que —como antes y ahora— enfrenta desafíos de gestión que le replantean los límites y el horizonte hegemónico.

Evo Morales, gestor de la hegemonía. El Presidente ha demostrado ser un exitoso gestor de la articulación hegemónica. A través de él se ejerció con éxito la política directiva de “arriba hacia abajo” y condensó, en distintos momentos, la articulación nacional-popular. Ha logrado de manera ininterrumpida la prolongación de su gobierno y, quizás, sin que se lo proponga deliberadamente, el continuo fluir de dinámicas y pulsiones que vienen y se procesan “desde abajo”. Por ambas rutas acontece y fluye el “proceso de cambio”; ambas visibilizan estructuras y formatos que      —de un lado y otro— juegan a lograr el equilibrio inestable de un modelo de gestión que ya lleva más de una década. En ese sentido, son dos campos y rutas que marcan el actual curso de la impronta hegemónica que, paradójicamente, se da de manera exitosa y a la vez precaria.

Una mirada rápida al actual modelo de gestión permite percibir que el interés primordial de Evo Morales y de su gobierno es garantizar la persistencia política de su mandato; no importa si ella se logra a través de la persuasión discursiva, o bien a través del ejercicio instrumental del poder político; esto es, la hegemonía en stricto sensu, una gestión directiva que a la vez de lograr el éxito y continuidad, busca reiteradamente convivir de manera óptima con las dinámicas que emergen y se despliegan “desde abajo”. La noción comprensiva para entender el éxito de Evo Morales y de su actual insistencia de repostulación a una nueva reelección, es la de “devenir estatal” de los campesinos indígenas y, a través de ellos, de diversos sectores populares en los claustros del poder. Llegada y desemboque que supone el asentamiento de un modelo de gobierno en el que se combina el fluir de la política “desde abajo” con la capacidad directiva de la política “desde arriba”. En una palabra, una gestión donde la política discurre y la hegemonía se comparte.