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La casa de Unasur

Muchas personas hemos mantenido nuestra preocupación frente a la eficacia del multilateralismo, sobre todo cuando se trata de acciones de carácter político, como lo han demostrado una serie de fiascos en el accionar de organizaciones como las Naciones Unidas; sin embargo, pensamos que hay ejemplos muy interesantes como la Unión Europea, que empezó su accionar como un acuerdo por temas económicos y que a la larga, con altos y bajos, ha arrojado resultados altamente positivos.

Por ello, cuando se habló de la necesidad de sentar las bases de la Comunidad Suramericana de Naciones, hay quienes pensamos que valía la pena apoyar esta iniciativa, que en sus comienzos tenía el atractivo nombre de CASA, es decir, simplemente Comunidad Suramericana, nombre propiciado por Brasil y que luego devendría en Unasur.

Participé en la cumbre de Cusco (Perú), en calidad de Secretaria General de la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica, OTCA, que tiene sede en Brasil, y de la que hacen parte los ocho países que comparten la cuenca: Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Guyana, Perú, Surinam y Venezuela; y batallé para que esta organización (OTCA) fuera mencionada en este documento inicial y fundamental (de Unasur), porque, como manifestaba en aquel momento, no era posible dejar fuera una instancia que representa el 40% del territorio de América del Sur, la cuenca hidrográfica más grande del mundo, con una biodiversidad fantástica y con tan importante papel en la regulación del clima en el planeta.

Inicialmente, la OTCA no formaba parte de Unasur, no obstante, conseguimos que se incluya a este organismo intergubernamental conjuntamente con otros, como la Comunidad Andina de Naciones (CAN), el Mercado Común del Sur (Mercosur) e inclusive la Asociación Latinoamericana de Integración (Aladi), que tiene miembros extrarregionales, pero que igual es uno de aquellos que hacen parte y que deben ser considerados a la hora de ir definiendo actividades, programas y hoja de ruta.

Fue Cusco la que vería nacer al organismo regional, el 18 de diciembre de 2004 (como Comunidad Suramericana de Naciones, CSN), que luego tomó su forma definitiva en abril de 2007, en reunión de presidentes suramericanos, convocados en Isla Margarita, Venezuela. La firma de su Acta Constitutiva, se realizaría después, en Brasilia, en Mayo de 2008.

La plena vigencia de la Unión se dio en Quito en marzo de 2011, en esta capital que se transformó en la sede permanente  de la organización, con un edificio galardonado por su estética, a nivel internacional, construido a un costo de alrededor de cincuenta millones de dólares en la Mitad del Mundo, sitio simbólico que fue escogido para la ubicación de esta sede.

No podemos dejar de pensar en que haber conseguido para Ecuador la sede de Unasur no era una mala idea, porque podía estar en ella la base para que Quito pudiera ocupar el espacio que tiene Bruselas como la sede de la Unión Europea (desempeñando el papel de capital del viejo continente). Ecuador es uno de los países territorialmente de menor tamaño de Suramérica, y su capital, relativamente pequeña si se la compara con las grandes ciudades como San Pablo, Buenos Aires, Caracas, Santiago, Bogotá o Lima; pero es la capital ecuatoriana la que tiene otras grandezas, como su memoria histórica, su maravilloso arte colonial, que le valieron ser reconocida por la Unesco como la primera ciudad Patrimonio Cultural de la Humanidad. A propósito, vale la pena recordar que la ciudad que en la práctica es la capital de la Unión Europea es Bruselas, cuyo núcleo urbano tiene algo más de 170.000 habitantes y que, con su área periférica, llega a alrededor de un millón. Toda Bélgica apenas cuenta con una extensión de 30.528 kilómetros cuadrados y su masa poblacional es de 11.409.000 habitantes. Comparado con otros grandes países europeos, Bélgica aparece minúscula, al igual que Bruselas en comparación con Berlín o París. Sin embargo, ostenta la dignidad de capital de la Unión Europea.

Suramérica es un continente de esperanza, de enorme importancia para el planeta, con más de 400 millones de habitantes, que representan 68% de la población de América Latina. 

Me preocupa que se desmantele Unasur, porque eso dice de la pobreza de miras con la que vemos los procesos de integración; porque una vez más representaría el fracaso de los afanes de trabajar en conjunto en este continente que tiene tanto en común.

En sus orígenes, Unasur apareció como una especie de contrapunto con otros organismos multilaterales, equivocando una vocación que debió ser sobre todo de integración, más pragmática, teniendo en cuenta lo que de integración comercial podía representar, como un mercado común que vincula a una extensa población y que tiene una enorme riqueza en cuanto a materias primas.

Ya Unasur tiene el estatus de observador en la Asamblea General de Naciones Unidas; podemos trabajar en conjunto en dejar oír nuestra voz en el concierto de naciones y frente a otros bloques de países. Hay otras tareas impostergables en las que, al margen de las políticas coyunturales, Unasur puede tener una voz potente a la hora de buscar mecanismos efectivos que corrijan las tremendas asimetrías que perduran en nuestro continente, así como la consolidación de las democracias y la erradicación de la corrupción. Es alentadora la inauguración de la sede del Parlamento de la Unión de Naciones Suramericanas bajo la presidencia de Bolivia. El presidente Evo Morales ha dado un gran paso a pesar de la crisis que sufre la institución, fortaleciendo los objetivos ya planificados en sus estatutos.
Bolivia se fijó la meta de destrabar el funcionamiento de la Unión durante su mandato y debemos acompañar esos esfuerzos.