El presidente francés, Emmanuel Macron, afirmó esta semana que “el nacionalismo es la antítesis y la traición del patriotismo”. El pasado mayo, Albert Rivera (NdE: político español que preside el frente Ciudadanos) proclamó el “patriotismo civil” de Ciudadanos, y añadió: “No se puede confundir nacionalismo con patriotismo”.
Pero ¿hay diferencias en español entre ambos términos? Veamos el Diccionario de las Academias.

— “Patriotismo” es el sentimiento y la conducta de quien “tiene amor a su patria y procura todo su bien”.

— “Nacionalismo” es el “sentimiento fervoroso de pertenencia a una nación y de identificación con su realidad y con su historia”.

Hasta ahí, parecen intercambiables. Sí se aprecian diferencias en la segunda acepción de “nacionalismo”: “Ideología de un pueblo que, afirmando su naturaleza de nación, aspira a constituirse como Estado”. Se podría deducir de eso que el patriotismo ya tiene Estado, y que el nacionalismo lo busca. Pero también hay un nacionalismo español.

Esas definiciones, en fin, atienden a los “sentimientos” que unen a alguien con su “patria” o su “nación”, y no tanto a la idea objetiva de qué son una y otra.

La palabra “país” (territorio con características geográficas y culturales propias) va por otro carril. En efecto, el “patriota” decide serlo. El “paisano” no tiene más remedio. En consecuencia, el lugar al que se refieren estas palabras puede coincidir, pero no la vinculación emocional que reflejamos al pronunciarlas.

Alguien que regresa a su tierra tras muchos años puede decir “me vuelvo a mi patria”, pero el turista que acaba sus vacaciones dirá “me vuelvo a mi país”. Por su parte, “nación” (etimológicamente, el lugar donde se nace) puede abarcar a España lo mismo que a Cataluña… o incluso a Burgos, pues los burgaleses cumplimos los requisitos de la definición académica: Somos un “conjunto de personas de un mismo origen y que generalmente hablan un mismo idioma” (el castellano) “y tienen una tradición común” (ahí están nuestros cantos populares, la dulzaina, las fiestas de San Pedro, los romances, la historia, nuestro adorado himno…).

Así que nos dirigimos a un callejón sin salida. Porque el diccionario no puede recoger la historia y las connotaciones de cada palabra. El vocablo “patria”, por ejemplo, fue tan manipulado por el franquismo que aún lo imaginamos marcado con un almagre deshonroso. Y el “nacionalismo” ha sufrido también relaciones horrendas, desde los nazis hasta ETA.

Los términos “patriota” y “nacionalista” viven hoy —por  lo tanto—, el encontronazo entre su historia y esos impulsos afectivos actuales que legítimamente quieren desvincularlos de ella.

Otra diferencia entre ambos términos se puede hallar en la frecuencia de uso. Según la herramienta Enclave RAE, “patriota” aparecía 20,34 veces por millón de palabras en el siglo XIX; bajó a 10,41 en el siglo XX y anda ahora únicamente por 7,19 registros. Eso contrasta con el crecimiento de “nacionalista”: de inexistente en el siglo XIX a 7,74 en el XX y 19,81 en el XXI.

Es decir, los hispanohablantes de ahora mencionamos más el nacionalismo que el patriotismo, a diferencia de nuestros antepasados.

Pero nada de todo eso da pistas seguras sobre cómo percibe cada español de hoy el olor de estas palabras. Ni sobre cómo suenan en la boca de Rivera o de Macron. Ni tampoco nos ilustra sobre en qué momento el orgullo de pertenencia y el compromiso con una tierra pueden salir de los límites tolerables de los vocablos “nacionalista” y “patriota” para adentrarse en la casilla del supremacismo. Un término que, por cierto, está en fase de incorporación al diccionario. Serán interesantes su definición y sus fronteras.

Tomado de El País