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Del género a lo despatriarcal

En la historia contemporánea, la conquista de derechos para las mujeres es una larga historia de procesos de lucha de obreras, trabajadoras, de colectivos femeninos y de organizaciones feministas que se dieron en todo el planeta y en diversos ámbitos, pero con una raíz en común: el sistema capitalista-patriarcal como institución mundial.

Cuando las mujeres no eran sujetas de derecho y se encontraban bajo la tuición de sus padres y/o esposos, y no tenían derecho al voto ni a la herencia, fueron los derechos políticos los reivindicados, si no exclusiva, principalmente por las mujeres de clase media en occidente.

Desde el oriente, la lucha por los derechos colectivos, fundamentalmente por mejores condiciones laborales para las trabajadoras en un contexto del desarrollo del capitalismo, donde las mujeres se habían incorporado al mercado como mano de obra barata y sufrían la explotación del capital y la doble jornada, se generó la organización y demanda de las mujeres obreras por su condición de explotadas.

Estas luchas de varios siglos en todos los hemisferios fueron arrancando conquistas al sistema capitalista-patriarcal. El capitalismo había entendido que el 50% de la humanidad era el artífice de la reproducción de la sociedad: las mujeres permitían con el trabajo doméstico reproducir la fuerza del trabajo y por tanto el desarrollo del capital, por lo que se podía hacer concesiones en cuanto a derechos políticos, en tanto que el poder económico quedara intacto en el capitalismo.

Con la colonización en América, Asia y África se sumaba otra forma de opresión al poder del sistema capitalista-patriarcal, su aliado el sistema colonial, para operar y erigirse como sistema mundo; las mujeres del sur sufrían una triple forma de opresión: por el poder capitalista, por el patriarcal y por el colonial.

Estos poderes se articulaban entre sí, convirtiéndose en instituciones, leyes, religión y cultura, e imponiendo su modelo de sociedad como “única e inequívoca verdad”: la sociedad occidental.

En América, con la espada y la cruz entraron los conquistadores para imponer el poder colonial y los pueblos “colonizados” tuvieron una larga resistencia a su exterminio como culturas, pero en muchos casos sucumbieron sus cosmovisiones y relaciones sexo-genéricas indígenas. Posteriormente, con las luchas independentistas, las nacientes republicanas asumieron el modelo de sociedad y familia occidental y, consiguientemente, las mismas formas de opresión capitalista, colonial y patriarcal.

Es así que las luchas de las mujeres obreras fueron quedando en el olvido y el feminismo fue perdiendo su alto contenido político, asumiendo desde occidente el feminismo liberal, que para ocultar la explotación capitalista y colonial permite concesiones para mujeres blancas, letradas y ricas, otorgándoles derechos políticos.

En tanto que las mujeres de las grandes mayorías continuaban bajo el yugo y opresión capitalista-patriarcal. El feminismo liberal enarbola una agenda con mayores derechos para las mujeres frente a sus similares varones, pero nunca plantea la erradicación de las condiciones estructurales de la dominación femenina; y se desarrolla un discurso demandante de derechos, pero complaciente con el sistema opresor.

En la década de los 70, pero principalmente de los 80, en Bolivia se fortalecen los grupos feministas y subsumen las luchas de las precursoras bolivianas como fueron las asociaciones de mujeres de los mercados, de culinarias, de mineras y siguiendo un discurso traído desde la agenda internacional, se fortalecen ONG, colectivos urbanos sin presencia de mujeres de las grandes mayorías del país.

Domitila Chungara, invitada a un encuentro internacional en Naciones Unidas, se pregunta si ese discurso era el que reflejaba la realidad de las mujeres mineras, obreras y campesinas de su país, donde no encontraba respuesta para su amarga realidad de explotación capitalista operada por los gobiernos dictatoriales de la época. Y como Domitila, las mujeres campesinas e indígenas tampoco se hicieron eco del discurso feminista que terminó siendo meramente urbano, no obstante los cuantiosos recursos invertidos en programas de igualdad y equidad para las mujeres por medio de ONG.

Es después de la histórica Marcha Indígena por el Territorio y la Dignidad de 1990, cuando irrumpen en el escenario político las grandes mayorías indígenas y campesinas que interpelan al Estado neocolonial capitalista, por su no reconocimiento como ciudadanos con derechos, lo que genera un cambio no solo en la Constitución, sino principalmente un cambio de paradigma, al sucederse diversos levantamientos populares campesinos y una sucesión de luchas y resistencias que modifican la correlación de fuerzas en el país, y son los oprimidos y explotados, que no solo expulsan al gobierno neoliberal, sino que deciden ser los nuevos actores políticos, que al frente de Evo Morales logran un masivo apoyo popular, cambiando la historia del país desde ese momento.

Al ser hombres y mujeres de los pueblos oprimidos quienes construyen el nuevo Estado plurinacional, las ONG y grupos feministas intentan “incorporar” en sus programas y agendas a estas actoras y constructoras del nuevo Estado Plurinacional; sin embargo, estas mujeres habían decidido escribir su propia historia y ya no necesitaban mediadoras, porque había llegado el momento de hablar por ellas mismas.

El feminismo liberal invisibilizó las causas estructurales de la opresión femenina, y sus demandas y agendas de género se tradujeron exclusivamente en una lucha contra el poder masculino, pero sin atacar los sistemas que soportan esas relaciones de dominación de toda la estructura de poder. Las limitaciones de la categoría género, en este contexto, dan paso a una lucha despatriarcalizadora y descolonizadora, contra un sistema de dominación que hace que hombres y mujeres reproduzcamos los valores del sistema machista y patriarcal; por ello es necesario desmontar el sistema que sostiene el capitalismo, el colonialismo y el patriarcado.

Y esta tarea hoy está en manos de la Alianza de Mujeres que, lideradas por las históricas Bartolinas, logra aglutinar a mujeres campesinas, indígenas, interculturales, afrodescendientes, obreras, trabajadoras, gremiales, profesionales, jóvenes, para escribir su propia Agenda de Mujeres: la “Agenda de Despatriarcalización para vivir bien”.