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No es elogio, se llama honestidad

Hay una cosa que se llama adulación, y esta palabra es colindante con el servilismo degradante, y hay otra cosa que se llama honestidad intelectual, y este concepto está relacionado con la dignidad y la entereza humanas. El elogio, asumido como lo asume el Ministro de Comunicación, como sinónimo de adulación, es bajo; la honestidad, la que reconoce el acierto, incluso si procede del adversario, eleva a la persona y la hace grande.

Una de las definiciones de la política establece que ésta debe ser el arte de la resolución de las controversias sociales, y que sus agentes deben hacerla posible en aras de la cohesión entre los miembros de la sociedad a la que pertenecen o en la que operan. Otra definición, mucho más oportunista o pragmática si se quiere, indica que es la técnica de reproducirse indefinidamente en el poder, y que sus agentes deben hacer todo lo posible —incluso lo no permisible o lo vetado por la ética— para mantenerse en él a toda costa. Una definición es ideal y noble; la otra, realista y egoísta.

Dígase de entrada que el gobierno del Movimiento Al Socialismo (MAS), en los últimos años en el poder, se ha movido dentro del perímetro de la segunda definición. Y que lo que busca Comunidad Ciudadana (CC), es justamente lo que establece el primer concepto, la búsqueda de la ley y la democracia.  Difícil tarea —más en el contexto que nos atañe— pero magnánima y noble.

En 2014, la web Esglobal eligió a los intelectuales iberoamericanos más influyentes, y en esa lista incluyó al ciudadano Carlos Diego Mesa Gisbert. Evoco ese dato de hace casi cinco años por dos motivos: primero, para que como bolivianos sintamos orgullo de que uno de los actuales candidatos a la presidencia de Bolivia formó parte de una lista de intelectuales cuyos méritos llevaron en alto el nombre de sus respectivos países; y segundo, para hacer una analogía. Y es que, así como Mesa reconoció cierta vez que el presidente Morales es una figura de una trascendencia internacional sin precedentes, el pueblo boliviano debe saber que uno de los actuales candidatos a la primera magistratura forma parte de una pléyade internacional de personas que trascendieron fronteras en virtud de sus capacidades y méritos personales.

Además, tomando el concepto de aquellos artículos desde una perspectiva general, lo que hace Mesa no es glorificar a Morales como una figura autónoma o independiente de un contexto y de un proceso histórico. Se debe saber leer el fondo del mismo. Hay un elemento sobre el que debemos poner mucha atención: lo que hizo el actual candidato a la presidencia por CC en aquellos escritos aparecidos en 2009, 2010, 2012, 2015 y 2016, cuyos fragmentos recopiló el ministro Canelas en su mal llamado “artículo de opinión” del 21 de abril, fue valorar las transformaciones obtenidas por la lucha de todo un pueblo y de toda una generación, lucha que, por la fatalidad histórica, desembocó en el llamado proceso de cambio del MAS, pero que tuvo origen, innegablemente, en la Revolución Nacional de 1952, y aun antes… Y es que para el MAS, el reconocer las cosas buenas de quienes no sean ellos mismos, nunca fue una práctica conocida. Para el masismo, todo lo que fue antes de 2006 no existe, o debe desaparecer, o está embadurnado de lodo y sangre. Jamás se dieron cuenta de que los pueblos progresados y desarrollados del mundo son aquellos que aprenden de su historia, la aceptan y sacan de ella las más sabias lecciones para encarar el futuro con prudencia.

Lo que Carlos Mesa hizo en esos artículos a los que hace referencia Canelas, fue justamente eso: la valoración de nuestro pasado, de nuestra historia, de nuestra identidad, y, por tanto, de lo que somos. Mesa fue siempre un opositor al gobierno actual, y para él hubiese sido muy cómodo, y seguramente simpático para sus potenciales electores de hoy, el no reconocer los logros obtenidos por el gobierno de Evo Morales. Eso habría favorecido a su imagen. Pero la mayor virtud de un político debe ser la honestidad, y Mesa actuó en función de este concepto. Porque los bolivianos debemos saber que, al lado del político que busca el resurgimiento de la democracia, estará también, invariablemente, el periodista, el historiador y el intelectual que dirá al pueblo la verdad antes que cualquier otra cosa. ¿Qué mejor cosa para un pueblo que un gobernante que lee, se informa y conoce a profundidad la realidad de su nación?

Hay un último elemento sobre el que debemos estar al tanto. Carlos Mesa escribió y publicó esos cinco artículos periodísticos antes de haberse desconocido el voto del 21 de febrero de 2016 que le dijo No a la reelección de Morales y García, lo cual es algo muy importante de tenerse en cuenta, porque ¿podría seguirse hablando bien de un gobierno, luego de haber éste mancillado el último reducto que quedaba de institucionalidad? Cualquier acierto del masismo en pro del país queda metido entre las sombras por haber ellos depuesto la libertad. “No se es impunemente poderoso”, decía Franz Tamayo. En consecuencia, no hay ninguna contradicción. Se valoró lo que se tenía que valorar, y se seguirá valorando lo que hay que valorar. Pero eso no significa, ni mucho menos, que los que están en el poder tienen el derecho de permanecer en él de forma indefinida.

En cualquier disciplina u oficio intelectual, la descontextualización es peligrosa. Desde las exégesis ultramontanas o ateas sobre la Biblia o el Corán, hasta la interpretación indeliberada de códigos y leyes, realizadas a partir de la extracción de textos con pinzas de cirujano, la desfiguración se hace ley. Lo que ha hecho el Ministro de Comunicación es sumamente peligroso para la comprensión correcta de la realidad política por parte de nuestras generaciones jóvenes. Esa actitud guarda consonancia con la conducta que el masismo ha venido demostrando desde que se encumbró en el poder: la distorsión de la historia y los hechos objetivos, o la negación de los mismos, y la extracción de ellos de su respectivo contexto. Esta vez, para ello, ha utilizado el periodismo como fuente.