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El final del camino

Si la humanidad ha desarrollado o no, aunque parezca obvio, es algo que está en discusión. Un razonamiento simple o primario diría que sí, puesto que el fuego ya está descubierto, la rueda y la pólvora ya han sido inventadas para beneplácito y comodidad nuestra, y a partir de esos hitos se ha avanzado muchísimo… En primer lugar, para decir categóricamente que hemos avanzado, deberíamos tener la meta definida incuestionablemente. Recurriremos a la ironía pues en casos de confusión extrema, tiene valor didáctico: “En virtud a que la meta de la humanidad es su autodestrucción, estamos actualmente mucho más cerca de ella, que hace mil años, en consecuencia… hemos avanzado”.

Pero si la meta fuera el desarrollo de la espiritualidad o la convivencia armoniosa con el resto de la naturaleza, estaríamos cada vez más lejos, además todos los conceptos tendrían que estar perfectamente definidos operacionalmente (¿qué entendemos por espiritualidad? ¿qué por desarrollo? ¿qué por convivencia armoniosa?). Nada es así, todo es más arbitrario y caótico de lo que quisiéramos; sin embargo, tampoco es útil relativizar la realidad al extremo de invalidar todas las opiniones.

Así, las estadísticas sociales nos muestran que la violencia e inseguridad crecen permanentemente en las calles y hogares de las principales ciudades. La miseria y el hambre en algunas regiones del planeta conviven con la opulencia y el derroche. En consecuencia, aunque el desarrollo tecnológico nos permita, como humanidad, conquistar el espacio exterior, si “en casa” no estamos viviendo con justicia y libertad, no hemos avanzado, cualquiera sea la meta trazada o el concepto de desarrollo.

Sin embargo, paradójicamente, cada vez los humanos somos más autocríticos: “No es posible que vivamos de explotar inmisericordemente a las otras especies animales. No contentos con criar reses, aves, cerdos para comérnoslos, les hacemos trabajar para usufructuar sin la menor vergüenza el producto de su trabajo”. Tal es el caso de quienes crían abejas. Para evitar esos “abusos” están los activistas veganos; sin embargo, aun comiendo solo vegetales y minerales como la sal y el agua, tenemos gruesos problemas que resolver para afirmar categóricamente que la especie humana ha avanzado en dirección a sus metas fundamentales.

Maltratamos de diversas maneras a niños y ancianos de nuestra propia especie y a nosotros mismos mediante el abuso del alcohol y otras drogas. Sería demasiado largo enumerar y peor describir la infinidad de formas, en ello damos “rienda suelta” a la creatividad humana cuando se trata de inventar medios de tortura a especímenes de nuestra y de todas las especies vivientes incluidas la propia tierra, agua y aire, pero el hecho que hasta ahora me hace estremecer es aquel acaecido en la ciudad de La Paz y que se hizo público mediante todos los medios de comunicación: varios miembros de una familia llevaron y abandonaron en una funeraria a una mujer viva, enferma pero con vida. Todos ellos personas aptas y “normales”, integradas en la sociedad, con diversos grados de instrucción y vinculados a la víctima mediante lazos de consanguinidad y políticos estrechos. La mujer estaba consciente, pero muy debilitada por la neumonía y la abandonaron sin ningún abrigo en una mesa de la funeraria donde pasó toda la noche. Al día siguiente, por casualidad, fue descubierto y denunciado, por una amiga de la víctima, el macabro hecho. Para quienes no conocen el desenlace y aún tienen curiosidad, la víctima falleció a las pocas horas y los familiares purgan diversas condenas de acuerdo con su responsabilidad en los hechos.

Aquí, en mi opinión, no tiene mayor importancia el hecho jurídico ni social ni psicológico. El análisis más pertinente es desde el punto de vista humano o humanitario: ¿por qué un grupo de personas (ni siquiera era una sola) llega a ponerse de acuerdo en algo tan insólito? Si no querían hacerse cargo de ella, incluso si deseaban su muerte, pudieron simplemente abandonarla donde estaba. En su propia casa, en su propia cama, no hubiera pasado tan mal sus últimas horas. Probablemente “el temor a Dios” pudo más que su sentido humanitario. Quizás quisieron darle “cristiana sepultura”, no así una muerte dignamente humana. Muy difícil entrar en mentes retorcidas y aparentemente sanas.

Es cierto que este tipo de conductas, que se sepa, no son estadísticamente significativas, pero el que se presenten como decisión colectiva de un grupo de personas socialmente integradas, no pueden menos que llamar la atención y sugerir algunas preguntas: “¿Qué nos está sucediendo como sociedad y como especie? ¿No será que las aglomeraciones urbanas, el hacinamiento y el anonimato consecuente dan lugar a comportamientos bizarros, que sin el menor cuestionamiento son asumidos como “normales”?

Hago referencia a las aglomeraciones urbanas porque en las pequeñas comunidades rurales, donde todos sus integrantes tienen la oportunidad de relacionarse “cara a cara” cotidianamente, es muy poco probable que se presenten tales conductas. Sin duda tendrán lugar otras patologías, individual o colectivamente, pero pretender que se pase por alto el sepultar una persona sin la certeza de su fallecimiento y sin el velorio tradicional, solo podrá suceder en un medio donde el “anonimato” es lo corriente. Eso solo se da en las megalópolis.

Quizás hemos llegado al final del camino y deberíamos pensar en dar unos pasos atrás o al costado para no despeñarnos en el ímpetu por avanzar a toda costa. Quizás sea prudente retomar los valores humanos del pasado tan venidos a menos en la actualidad.