Las maneras de mirar y ubicarse en el mundo de las y los jóvenes de ahora, así como sus formas de organizarse y asumir su derecho a la palabra, no se guían por los parámetros de la normalidad institucional basados en la tradición de la escuela, el partido y la religión. Ya nos advertía Rossana Reguillo que para comprender las representaciones, valores y estilos que los animan, es necesario “romper con ciertos ‘esteticismos’ y con esa mirada ‘epidemiológica’ que ha pesado en las narrativas”. Los esteticismos descalificadores muestran a los jóvenes como prisioneros de la sociedad de consumo cibernético. Por su parte, y para peor, la mirada epidemiológica los identifica como extravagancias culturales y como un problema social de alta vulnerabilidad.

La experiencia de la Ludoteca Pukllana de Collique, en el populoso distrito de Comas, Lima, observa que las miradas tradicionales sobre la población juvenil enarbolan un enfoque de necesidades que hace justificar acciones paternalistas, verticales y fragmentadas, para “salvarla” de los males contemporáneos como las drogas y la delincuencia. A contramano, la respuesta de las juventudes es la de un enfoque de derechos que los considera sujetos, ampliando la noción de la ciudadanía de sus clásicas dimensiones civil, política y social a la cultural, amalgamando los derechos individuales, colectivos y de la naturaleza en uno sólo, universal, el derecho a vivir con dignidad.

Los movimientos contemporáneos de las juventudes son expresiones de la reconfiguración de las ciudadanías y de la política con acciones que están sugiriendo no solamente la toma del poder, sino la construcción de otras formas de poder, con reivindicaciones que a veces empiezan en los afectos e intimidades para caminar desde ellos hacia las transformaciones sociales. Así nos lo muestra la experiencia de CEPALC (Centro Ecuménico Popular para América Latina de Comunicación), que trabaja en zonas afectadas por la violencia en Colombia, constituyendo redes emocionales para la autoestima, mediante una metodología sentipensante agitadora o de contracultura para ver la vida con esperanza y decirle No a la violencia y Sí a la vida, a partir de imaginarios de libertad con relaciones de amistad, retribución, agradecimiento, colaboración, reconciliación y edificar así culturas de la fraternidad y el amor.

Estas experiencias muestran racionalidades que identificando primero qué es lo que no se quiere, descubren y construyen colectivamente, desde esta clave, lo que se quiere. En un mundo tecnologizado, las interacciones, pertenencias, convocatorias y movilizaciones en los espacios virtuales, de cuya civilización los jóvenes son los pobladores originarios, se asemejan según Reguillo a la figura del hipertexto. Esto supone combinaciones infinitas con links que reintroducen permanentemente un cambio de sentido en las significaciones de la dirección que salta de un sitio a otro, de atrás adelante y de arriba hacia abajo, con lo que los jóvenes se colocan permanentemente en nuevos lugares, tejiendo en su recorrido procesos de interculturalidad, de pluralismo, de interdisciplinariedades y de ocupación creativa del ciberespacio y de las calles con una tónica esperanzadora sin límites ni barreras.

Son estas condiciones las que llevan a Jesús Martín Barbero a afirmar enfático que nos corresponde contribuir a formar jóvenes problemáticos, rebeldes, subvertores de los (des)órdenes del mundo, descentrando nuestras miradas “adultocéntricas” en las dinámicas de sus relaciones materiales y virtuales; en sus emocionalidades legitimadas en el “face”; en sus formas de participación y organización nómadas; en sus particulares modos de repolitizar la lucha por los poderes desde causas concretas, diversas y universales que no se miran desde una condición etárea que los ubica en tránsito al futuro, sino como sujetos del presente que tienen una comprensión más multi que bipolar de la vida, y una existencia social en la que su pertenencia local es irremediablemente ampliada en la cultura globalizada al mundo.

Por eso, sus reivindicaciones que pueden ser muy concretas, como por ejemplo la defensa de los árboles, cobran un sentido universal enlazándose con demandas por la preservación del medio ambiente y la lucha contra el cambio climático en el país, en el continente y en el planeta, operando desde sus redes y plataformas que no tienen la estructura tradicional del partido, sino dinámicas sociocráticas participativas y de convivencia. Una experiencia destacada de estos procesos es la de las más de 200 plataformas juveniles bolivianas, provenientes de diversas regiones, sectores y militancias, que se encontraron para construir colectivamente, proponerle al país la “Agenda de Propuestas de Políticas Públicas desde las Juventudes”, con una renovadora visión comprometida con el desarrollo integral, buscando que la planificación, gestión e inversión pública consideren una vida en mayor armonía con la naturaleza, mayor inclusión sin discriminación, con igualdad de oportunidades, con sociedades despatriarcalizadas y con mayor democracia, transparencia y gobierno abierto.

Detentores de un particular discurso pluralista y radicalmente disruptivo de la política reducida a normas, como activistas del siglo XXI en las calles y en las redes sociales, los jóvenes de ahora van a decidir los destinos del país en las elecciones de octubre, operando no solo como votantes, sino como una nueva ciudadanía para la que la exigibilidad y justiciabilidad de los derechos no son solo conquistas, sino condiciones de existencia en y del planeta. Las juventudes se resisten a ser engullidas por el sistema, y redimensionan “lo políticamente correcto” en causas de justicia que resaltan los cumplimientos de las palabras comprometidas, las equivalencias, los encuentros, los diálogos y lo común desde la diferencia.