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Acuerdos 2019 ¿(in)necesarios, (im)posibles?

Pese a las condiciones desiguales de competencia electoral y a la incertidumbre respecto al resultado, todo indica que en octubre el MAS no obtendrá los dos tercios de escaños. En ese marco, ¿llegará a darse la figura de gobierno dividido, es decir, una presidencia sin el apoyo de una mayoría absoluta en una o ambas cámaras de la Asamblea Legislativa Plurinacional? Reflexionar sobre ello no es ocioso.

En este supuesto escenario, ¿los pactos interpartidarios serán necesarios y posibles? Y si lo son, ¿con qué alcance y a qué nivel? De serlo, lo deseable (y probable) sería que se circunscriban al ámbito legislativo y a determinados asuntos de interés nacional, críticos e impostergables. Sin embargo, no será fácil cerrar el ciclo que demonizó el pacto político interpartidario poselectoral.

Pesimismo con premisas. El analista F. Mayorga prevé el giro centrista del oficialismo y el retorno de la centralidad del sistema de partidos con presencia en la Asamblea gracias a la Ley de Organizaciones Políticas (LOP). En la otra vereda, E. Martínez anuncia el “fin de la hegemonía azul y un Senado con mayoría opositora” e incluso un Congreso tripartito multipartidario. Pese a estos criterios, hay razones para cierto pesimismo con base en algunas premisas. 

1ª De ganar en primera vuelta o no hacerlo en una segunda, el MAS orillaría el 50% de escaños perdiendo la condición de partido predominante, aunque seguirá siendo dominante. Es decir, se estaría configurando un sistema multipartidario en el que el bloque opositor estaría conformado por al menos dos fuerzas políticas: una con mayor potencia gubernativa (CC) y otra terciando en el campo político (Demócratas).  

Aves malagüeras anticipan un gobierno opositor asediado por la capacidad de bloqueo institucional y en las calles del MAS, sustentado en un tejido de pactos que lo convierten en una suerte de coalición de organizaciones sociales. No bastará la aritmética legislativa, ya que el riesgo de desgobierno o el fantasma de la ingobernabilidad se manifestarán en la “informalidad institucionalizada”, la gestión maximalista del conflicto, la legitimación social del intercambio clientelar exacerbado en un contexto discursivo polarizador.

2ª De acceder al gobierno, el MAS deberá lidiar con los efectos, internos y externos, que cuestionan de origen su candidatura inconstitucional y un triunfo electoral dudoso basado en dispositivos fraudulentos de nuevo cuño y con cifras rojas que deberá revertir en el camino. La estabilidad que promete pareciera un espejismo. 

Sin embargo, es previsible que apele a otros recursos para armar una mayoría absoluta y suficiente para gestionar el legislativo (cooptación, judicialización, presión, prebendas son sus herramientas de probada eficiencia). No se descarta que Evo recurra al “decisionismo presidencial”. Ya lo hizo entre 2006 y 2008 ante la imposibilidad de controlar el Senado, a la par que promovía la confrontación de sus bases con otros grupos, supuestamente instrumentalizados por el enemigo político.

El desafío. El hiperpresidencialismo y caudillismo exacerbados gozan de buena salud, independientemente de la aritmética legislativa. La LOP con sus primarias, lejos de fortalecer el sistema político plural, no generó condiciones para ello. Al contrario, las precipitadas y tramposas primarias se encargaron de afianzar el personalismo y caudillismo (Saavedra), en desmedro del desarrollo institucional indispensable.

En realidad, es difícil configurar un sistema de partidos en el que el bloque de oposición llegue a contar con rasgos estructural, logística y orgánicamente equipotentes (respecto al partido dominante) y sostenibles en el tiempo. ¡Ese es el desafío!  Demócratas tiene un largo pero insuficiente camino para consolidarse. Las otras fuerzas prometen, pero son embrionarias. Su sentido de cohesión, disciplina y pertenencia es volátil en medio del cuestionamiento a la forma tradicional partidaria.

Salvando al binomio de marras, cambiará el mapa de actores. Sin embargo, el giro centrista del MAS, más parece aludir a la moderación y pragmatismo —atrapa todo— de políticas de gobierno, a su acercamiento a grupos de interés contradictorios y no necesariamente a la concertación plural con otras fuerzas políticas representativas de la nueva realidad sociopolítica en el país. En otras palabras, la reticencia a premiar pactos o acuerdos es contagiosa y testaruda. Entretanto, esperemos hasta octubre.