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En defensa del humo

7 millones de personas mueren al año por razones relacionadas al tabaco a nivel mundial”, empieza la propuesta de ley remitida por #LaPazLibreDeHumo a la Alcaldía paceña para restringir los derechos de los fumadores. ¿Los derechos de los fumadores? Usted pensará y más de uno se indignará, pero sí. El derecho de los fumadores a disfrutar su vicio. A relajarse o disiparse en la aspiración del humo y exhalar. Silbar, como una olla de presión. ¿Se han preguntado alguna vez cuántas vidas se han salvado por ese acto mecánico justo en el momento preciso? Sospecho que muchas, a juzgar por mi propia experiencia.

Es un aspecto que no ha sido contemplado en absoluto en la propuesta de #LaPazLibreDeHumo, que dice textualmente: “El tabaco es el único producto de consumo legal que puede dañar a todos los que se exponen a él”. Una afirmación que no guarda relación con la realidad, si analizamos los indicadores sociales en nuestro país; ya que, a diferencia del alcohol, el tabaco no te hace perder la cabeza. No hay feminicidios ni actos de violencia mayor por un pinche puchito. Fumarse un cigarrillo resulta, más bien, un momento de sosiego.

Otra cosa que nadie ha dicho es que también te ayudan a pensar y a bajar la ansiedad. Tampoco ha reconocido nadie que en ese sentido no son más dañinos o adictivos a nivel individual que los ansiolíticos o los antidepresivos que se venden en las farmacias. Como dice el escritor estadounidense Eliot Maggin: “ningún fumador de cigarros se ha suicidado jamás”.

Tántas canciones, poemas, libros, cuadros se han hecho en homenaje al humo o apreciando su potencial estético, su valor sensual, su condición de placentero, que también hay una dimensión espiritual a tenerse en cuenta. “Dudo que esta raza de gente común —dice el filósofo chino Lin Yutang acerca de quiénes pueden dejar de fumar— sea capaz de entonar el alma en extática respuesta al Skylark de Shelley o al Nocturno de Chopin.”

Las campañas antitabaco, promovidas por asociaciones como #LaPazLibreDeHumo, pretenden satanizar un acto de libre albedrío, y en nombre de la salud, imponernos una convivencia determinada por la vigilancia, con normas fanáticas que regulen el espacio público y la intervención del Estado, incluso en espacios privados.

Los fumadores también somos ciudadanos y justo por nuestro vicio pagamos más impuestos que la mayoría de los paisanos. Tenemos los mismos derechos que los no fumadores a estar en la calle, a ir a plazas y a parques, a tener nuestros propios clubs, nuestros cafés, nuestros espacios.

El ideal de una convivencia en democracia es educar a los ciudadanos en el sentido común y en el respeto mutuo, no en la vigilancia y la delación. La propuesta de #LaPazLibreDeHumo apuesta por la intromisión del Estado incluso en la esfera privada del ciudadano fumador, vulnerando derechos civiles como la autodeterminación, la libertad de empresa y/o asociación. Y para justificarse recurre a datos alarmistas en un país donde la ley y los recursos deberían emplearse para resolver problemas más urgentes como los feminicidios o el maltrato infantil.

Por lo demás, siento decepcionarlos: todos nos vamos a morir tarde o temprano. No crea ni por un minuto que los más de 500 químicos que se pone al cuerpo cada día con el maquillaje no dan cáncer; que la gaseosa que se toma a diario y sin ningún escrúpulo le da de beber a sus hijos no va a provocar diabetes; que el consumo de alimentos procesados y grasas saturadas no lo está matando. Que no nos están matando a todos en silencio las emisiones tóxicas del parque automotor en mal estado o la educación irresponsable que les damos a nuestros hijos sobre el tratamiento de desechos. Nuestro amor a las bolsas de plástico.

La responsabilidad común por el vivir bien no se limita a alargar la vida, una vida digna es una vida plena y parte de eso es saber reconocer los pequeños placeres, permitirles a nuestros semejantes recurrir a su válvula de escape. Deberíamos estar más preocupados en el cómo vamos a vivir, antes que en el cómo moriremos, porque para eso estamos aquí, ocurrirá tarde o temprano y aceptarlo es lo más ecológico, no hay nada más contaminante para la naturaleza ni destructivo para el erario público que vivir cien años…