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Maquiavelo y el populismo

En los últimos años, la democracia se ha visto frágil en casi todo el mundo. Desde Estados Unidos, donde Donald Trump llegó al poder a pesar de recibir menos votos que Hillary Clinton, hasta Hungría, donde Viktor Orbán ha concentrado el poder en sus manos, y en Sudamérica, donde surgen regímenes antiliberales de izquierda (la Venezuela de Nicolás Maduro) y de derecha (el Brasil de Jair Bolsonaro); se puede asegurar que la democracia pende de una cuerda floja.

Ante esta realidad, muchos analistas contemporáneos han vuelto a emplear el término populismo para tratar de explicar la nueva ola de regímenes en los cuales no existe un equilibrio claro entre los poderes del Estado, el ejecutivo, el legislativo y el judicial. Por otro lado, y desde el punto de vista de la filosofía política, la cuestión del populismo aún no ha sido analizada a fondo.

Algunas figuras aportan un esquema teórico valioso para la historia del pensamiento político. El más útil para entender al populismo es el florentino renacentista Nicolás Maquiavelo. Hay varias razones por las cuales debemos volver a la obra del fundador del pensamiento moderno. En primer lugar, por lo más obvio: por su opera magna El Príncipe.

Para la historia del pensamiento moderno, El Príncipe es el libro más importante sobre la lógica de los líderes políticos. El populismo actual, sobre todo en sus versiones “americanas” (de norte a sur), se basa en el papel de un solo personaje carismático y personalista. Es decir, esa política fundamentalmente no considera las instituciones. Lo que importa es la personalidad y las redes de poder del líder de un movimiento. Este énfasis en el rol de un solo individuo en la política no existe en obras de otros pensadores clásicos modernos. En Rousseau, por ejemplo, la voluntad general no depende de la participación de un líder.

¿Qué más nos enseña Maquiavelo sobre el populismo? Aparte de subrayar el papel de un “gran” líder (lo que llama uno solo), también nos explica que la democracia no existe realmente y no puede existir. Para Maquiavelo existen dos tipos de seres humanos: los que nacen para querer gobernar (a veces utiliza la palabra “oprimir”) y los que nacen para no querer ser gobernados. Esta es la distinción entre las élites y las masas en la obra del florentino. En otras palabras, los seres humanos no son todos iguales para él. Por razones cósmicas (Maquiavelo realmente pensaba que el movimiento de los planetas afecta a las gentes de manera desigual), las sociedades se dividen en dos clases sociales: i grandi [los grandes, en italiano), por un lado e i popolari [el pueblo], por el otro. Son dos clases eternas y permanentes que se definen no por sus características económicas (como en Marx), sino por esos fundamentos psicológicos de buscar el poder o ignorarlo.

Además de El Príncipe, la triada líder/elite/masas aparece en otras obras clásicas de Maquiavelo. En Historias florentinas, de 1532, nos cuenta sobre el capo Michele di Lando, un líder del sindicato de los trabajadores de lana que fue la figura más importante de la rebelión llamada Ciompi en 1378. Di Lando, un gran orador, logra movilizar a las masas en contra de las élites. De esta manera se convierte en un “príncipe” popular. En los Discursos sobre la primera década de Tito Livio, Maquiavelo relata el episodio de los hermanos Gracchi (los Gracos) y cómo lograron despertar los apetitos de los plebeyos con sus reformas agrarias. En ambos casos, individuos notables con habilidad retórica lograron activar masas inertes.

Esa capacidad carismática del líder es fundamental para el populismo moderno. Empleando la estética del poder, el líder o “príncipe” logra movilizar a las masas con retórica, apariencias, imágenes, cuentos e historias. En cierto sentido, remplaza los cuentos anteriores que eran por lo general religiosos. Se convierte en un nuevo mesías. Maquiavelo se dio cuenta mucho antes que Nietzsche de que la religión (sobre todo el cristianismo) ya había perdido el poder de sus mitos. Por eso mismo los pueblos desean seguir a una persona que simbolice una redención y una promesa futura.

Para el gran florentino, este problema del surgimiento de líderes carismáticos es parte de la modernidad. Maquiavelo nos dejó las herramientas para detectar la aparición de estos “príncipes” populares. Se oponía sin embargo a los regímenes políticos populistas. En su opinión, el republicanismo podía evitar el abuso del poder por parte de líderes, élites, o masas al basarse en un equilibro institucional entre las clases sociales y un sistema legal independiente.

La suposición de Maquiavelo es que la sociedad en que uno vive es relativamente homogénea. Maquiavelo escribía para su ciudad, Florencia. No escribía ni siquiera para Italia en general. Ello significa que su modelo teórico republicano podía funcionar mientras existiera homogeneidad étnica y racial. En sociedades actuales como la de los Estados Unidos o Bolivia, donde conviven diversos grupos étnicos, el prisma maquiavélico sirve para analizar los elementos que pueden resultar en regímenes populistas, pero su solución republicana, que ignora las diferencias raciales, deja de ser útil.

Si seguimos atentos las lecciones de Maquiavelo vemos que el populismo es prácticamente inevitable en la modernidad. Por razones psicológicas (unos desean gobernar, otros no quieren ser gobernados), artísticas (el hombre moderno tiende a ser seducido por imágenes, apariencias y oratoria) y éticas (la moralidad cristiana ha cedido al deseo de encontrar nuevos salvadores), la tendencia hacia el populismo se va a acentuar en el futuro. La pregunta necesaria es: ¿cómo controlar al populismo y cómo lograr que beneficie a las grandes mayorías?