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Oportunismo como estrategia

El debate es una de las formas, entre varias, que tienen los políticos para comunicar algunas de sus ideas a la sociedad. Tiene, como es evidente, sus críticos y otros que lo defienden. Entre los segundos hay algunos que, sin más sustento que su entusiasmo, lo consideran fundamental para la democracia. No hay motivos para creer que un debate sería más importante para la democracia de un país que un acto multitudinario en las calles.

No en todos los países ocurren, en otros tienen casi carácter de obligación, en otros van cayendo en desuso. Los críticos tienen muy buenos argumentos, vamos a repasar someramente algunos de ellos. Ezequiel Adamovsky, en su libro El Cambio y la Impostura, en el que hace una cruda radiografía del macrismo, recuerda que en Argentina el primer debate presidencial ocurrió recién en las últimas elecciones generales. En su lectura, los tiempos pautados de ese primer debate, dos minutos como máximo, no permitieron “desplegar argumentos ni abundar en otra cosa que en consignas genéricas o chicanas”. “El público implícito no es un colectivo activamente movilizado: por el contrario, se compone de individuos, mirando cada uno la televisión, pasivamente, en el espacio privado de sus hogares”, señala Adamovsky en otra parte del texto.

Alejandro Muñoz-Alonso sostiene que en estos formatos prima “en última instancia, un modelo deportivo que concibe la información como un espectáculo en el que siempre alguien gana y alguien pierde y en el que lo importante es meter goles”. Por último, siguiendo los trabajos de Natalia Aruguete, diríamos que la forma debate contiene entre sus características más destacadas: la dramatización, personalización y simplificación. Estos rasgos emergen en detrimento de los contextos, lo estructural y lo institucional.

No deja de ser llamativo que en estas elecciones quien más reclama debate sea el candidato que luego se dice más preocupado por lo institucional y, aunque no haya quien se lo crea, argumenta que el suyo es un proyecto colectivo y no personal —cuando existen miembros de sus listas parlamentarias que no saben el nombre de su candidato a vicepresidente. Hay ya demasiada evidencia declarada que a Mesa lo mueve el cálculo individual, individualísimo, cuando a hacer política se refiere.

La súbita exigencia de Mesa tiene una explicación distinta. Fiel a sus cambios de opinión sobre todo, a finales de febrero decía en radio Compañera que “no se debate con candidatos que son inconstitucionales porque sería reconocerlos. (…) Nosotros no competimos con candidatos ilegales”. Cuatro meses después cambió de opinión y empezó a reclamar debate. Lo hizo en una semana negra de su campaña y como un recurso oportunista para ver si así conseguía cambiar el marco. La semana en que su vocero recién estrenado tuvo que marcharse por hablar de las finanzas de su partido, donde en Pando la gente de Leopoldo Fernández decía que había alianza con Mesa pero desde La Paz lo negaban como a un hijo ingrato, donde Mesa un día decía en Chuquisaca que estaba abierto a un nuevo estudio de Incahuasi y al día siguiente en Santa Cruz decía que nunca dijo eso y quien diga lo contrario hacía guerra sucia… Sus contradicciones lo anegaban y sacó el debate del sombrero. Menos de un mes después, envió una carta al presidente Evo, pedía debate y apuntaba que “Tanto CC como el MAS, hemos presentado al país nuestros planes de gobierno y éstos precisan ser contrastados en un debate franco…” Al decir entonces que la presentación de los programas eran la condición para poder debatir, evidenció que la penúltima petición venía dada solo por un cálculo oportunista para salir de su semana negra.

Estos cambios de opinión, contradicciones, incoherencias son una constante de (la campaña de) Mesa. Si el famoso debate se haría en Sucre, ¿diría que está abierto a un nuevo estudio sobre Incahuasi? Si fuera en Santa Cruz ¿sostendría lo mismo? Un mes dice que mantendrá todo lo bueno hecho por el Gobierno y la lista es tan larga que era mejor que se presente a las primarias del MAS, el mes siguiente habla de dictadura, tabula rasa y medidas excepcionales para terminar con el régimen. No, Mesa no quiere debate, quiere oxígeno para un proyecto fracasado y, sobre todo, peligroso para el país por su carácter inestable y falto de decisión.

El presidente Evo Morales y el MAS tienen formas de comunicar sus ideas a la población que, con los resultados en la mano, han funcionado: la gente que nos apoya y la que nos critica saben cuáles son nuestras ideas, nuestro proyecto y la ruta que le proponemos al país. Nuestra relación, nuestra comunicación, nuestro intercambio es con la gente. No vamos a distraernos de ello por caer en el juego oportunista de una candidatura a la que, como le ocurre a su ejemplo argentino, se le nota la impostura con solo mirar las fotos que se toman bajando de un bus o recogiendo cenizas que no manchan las camisas.