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Wallerstein y la redefinición de la ‘ciencia marxista’

El modelo epistemológico de la mayor parte de la izquierda desde Marx hasta la “caída del muro de Berlín” fue el proporcionado por las ciencias, que a su vez, como se sabe, imitaba el ejemplo de la física newtoniana. Por tanto, el pensamiento marxista, enfatizando en el aspecto positivista de la doctrina de su fundador, buscó producir certidumbres sobre el mundo social, entendiendo por “certidumbres” teorías causales inexorables y predictivas. Buscó —y, como es lógico, encontró— tales teorías en la economía. Sostuvo que Marx había desarrollado un sistema que “reflejaba” la economía capitalista moderna, un sistema que incluso podía matematizarse. Consideró a los factores individuales, institucionales, ideológicos y psicológicos como secundarios y dependientes —en “última instancia”— de los intereses económicos, así como de la lucha social que estos propiciaban. Por tanto, estableció conceptos sobre la sociedad que tenían una base económica, tales como “capitalismo” (un modo de producción), “clase social” (un grupo determinado por su forma de participación en el proceso productivo), “tareas de clase” (objetivos propios de un grupo unificado de intereses y de un momento de desarrollo tecnológico), etc. En ningún momento consideró que el mundo social fuera indeterminado o indeterminable, ni que el ser humano fuera incapaz de descubrir una “verdad” sobre el mismo.

Esta teoría epistemológica y, sobre todo, el nivel de certeza que la misma cree que puede producir (certeza nomotética, o proveniente de “leyes” sociales similares a las leyes de la naturaleza), se ha hecho incompatible con el pensamiento contemporáneo. En primer lugar, por el propio desarrollo de las ciencias naturales, que se han topado con que el universo es intrínsecamente indeterminado (es decir, varía de manera no lineal) e indeterminable (en ciertos bordes, incognoscible). Con mucha mayor razón, el mundo social resulta, por su complejidad, reacio a toda seguridad teórica.

Esta constatación revaloró, en el pensamiento político, las elaboraciones intelectuales más escépticas, más basadas en la voluntad y en la creencia que en la certeza, menos racionalistas y, por tanto, menos economicistas —por muy importante que sea la economía, se concluyó, el mundo social es multicausal y no lineal—. En el extremo de estas elaboraciones se hallan las que usan el método “ideográfico”, el cual consiste en la descripción e intuición de lo singular, suponiendo que cada cosa es única, irregular e irrepetible.

Frente a este panorama, Immanuel Wallerstein propuso dejar de lado la pretensión cientifista del marxismo, pero sin caer en lo meramente ideográfico. Para él la respuesta epistemológica residía en las “ciencias sociales”, entendidas como una conjunción ecléctica de ciencia y humanidades (y sus respectivos paradigmas metodológicos: el legismo y la hermenéutica), por un lado; y una conjunción de economía, sociología, historia y etnografía, por el otro. Así, no es preciso abandonar la búsqueda de certezas, sino solo fijar a éstas límites precisos.

Para Wallerstein, tanto el mundo natural como el social “funcionan” de dos maneras: una reiterativa y lineal, digamos “rutinaria” o, en sus palabras, “normal”, y otra crítica, cuando las “bifurcaciones” que inevitablemente se van acumulando en la etapa previa —por la tendencia del universo a la entropía, expresada en la segunda ley de la termodinámica— se hacen extremas y sobreviene el cambio (por ejemplo: una estrella se enfría).

El conocimiento sobre la etapa estructuralmente invariable puede ser nomotético y, por tanto, producir certezas que, sin embargo, necesariamente dejan de ser tales en la etapa crítica. La crisis es el momento de la incertidumbre, el momento ideográfico. Nadie puede predecir —y en esto el cientifismo marxista estaba completamente equivocado— ni el comienzo, ni la duración, ni los resultados de las crisis. Solo sabemos que, en el caso de una crisis social, durante la misma la voluntad de los seres humanos puede tener un efecto mayor que en el periodo “normal”: la crisis es, por tanto, un espacio de disponibilidad, pero lo es igualmente para los interesados en el cambio total como para los partidarios de la restauración de lo existente por otros medios.

Superadas las barreras disciplinarias y epistemológicas que han dividido al conocimiento sobre la sociedad, es posible estudiar, como hace Wallerstein, el capitalismo como un “sistema-mundo” histórico, mezclando los métodos nomotético e ideográfico, y no como un “modo de producción”, que por tanto debe su existencia al cumplimiento de “requisitos” lógicos (el requisito, por ejemplo, de la labor asalariada). El “sistema mundo capitalista”, en cambio, puede incluir espacios sin producción industrial, sin obreros, etc., con tal de que estos hayan sido incorporados históricamente al dominio del capital.

También puede concebirse las crisis como espacios abiertos a la innovación y la lucha, y no como expresiones de la “maldición” del capitalismo, que lo condenara a hundirse irremediablemente.

Tales fueron, entre otras, las contribuciones de Immanuel Wallerstein, continuador de la historiografía de la larga duración de Fernand Braudel y de la teoría económica relacional de unos viejos conocidos de los latinoamericanos: André Gunder Frank y los “dependentistas”.