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Clases medias emergentes

Desde el principio de las movilizaciones en la calle por la defensa del 21F o por la abrogación del Código del Sistema Penal boliviano (Ley 1005), se comenzó a hablar dentro del Conade (Comité de Defensa de la Democracia) de la insurgencia de un sujeto, que no siendo obrero ni indígena tendría el desafío —en la práctica— de mostrar de qué está hecho y hasta dónde puede llegar.

Nosotros, hombres y mujeres de la llamada clase media, o los denominados mestizos, siempre hemos asumido causas consideradas justas e históricas. Así, sin dudarlo, nos involucramos en la lucha de la clase obrera sin ser obreros, militamos en sus organizaciones, dimos el apoyo logístico y nuestras vidas frente a las dictaduras militares, o conformando las estructuras políticas e incluso militares de la izquierda.

También nos involucramos en la lucha de los campesinos e indígenas sin ser campesinos ni indígenas, asumimos la perspectiva de los 500 años de resistencia contra el colonialismo, nutrimos al movimiento campesino con los análisis acerca de la Reforma Agraria, de la lucha por el territorio; fuimos actores de primer orden en la articulación conceptual de la soberanía alimentaria, las luchas contra el agronegocio y el latifundio. También asumimos la necesidad de vivir en la diversidad, el respeto a las naciones originarias, sus formas de organización y hasta sus postulados filosóficos, como el Vivir Bien, entre otros.

Hoy, la insurgencia de lo urbano, la movilización por la defensa de la democracia y el voto, nos ha permitido ser nosotros mismos y abrazar nuestra propia causa: la resistencia democrática y la desobediencia civil, en torno a la denuncia del fraude electoral y la búsqueda de una salida desde las calles. Sí, somos nosotros y nosotras las que estamos en los puntos de bloqueo, los que nos rodeamos de la bandera boliviana y estamos dispuestos a enfrentarnos contra la Policía y las bandas parapoliciales que nos agreden desde el mismo Estado.

Evo Morales hizo una amenaza lapidaría: “cerco a las ciudades, a ver si aguantan”, prendiendo la mecha de un fuego con el cual pretende derrotar al movimiento callejero de defensa de la democracia. Así como incendió la Chiquitanía con sus leyes y decretos a favor de los ganaderos y del agronegocio, lo mismo pretende hacer con este incendio de la democracia y la promoción de una guerra entre campesinos y ciudadanos.

Esta confrontación campo-ciudad, más allá de algunas pequeñas escaramuzas, no es sustentable.

En primer lugar, ya se tiene la certeza, según declaraciones del señor Antonio Costas, ex vocal del Tribunal Supremo Electoral (TSE), que los votos rurales fueron computados, de manera que no hubo ninguna discriminación a dicha votación. Que, en caso de darse, hubiera sido responsabilidad del Órgano Electoral Plurinacional (OEP) y no de la gente movilizada. Debe recordarse que el OEP está completamente subordinado al Gobierno.

En segundo lugar, el hecho de que el movimiento campesino alimenta a las ciudades es algo muy relativo. La producción de alimentos en Bolivia está concentrada en manos empresariales, tanto a nivel agrícola como pecuario. Junto a la manufactura de alimentos, su importación y contrabando deja a los pequeños productores en un cuarto o quinto lugar, de manera que un cerco a las ciudades y el corte de productos del campo en manos campesinas sería, prácticamente, igual a nada. No nos gusta esta realidad, pero así es como está conformado el mercado de alimentos en Bolivia.

Entonces, para lo que sí serían útiles los campesinos es para volverse en fuerza parapolicial, para despejar los puntos de bloqueo, en operaciones coordinadas por la Policía y por funcionaros públicos, dentro de una estrategia de “golpe de calle”.

No es una lucha campo-ciudad, es un discurso de confrontación desde un Estado terrorista que instrumentaliza a las masas campesinas como grupos de choque en medio de una movilización urbana en defensa de la democracia.

Con lo afirmado, hablo de la emergencia de un nuevo sujeto social al que no se lo puede ver desde el prisma obrero o indígena, sino desde sus grandes capacidades de lucha, pero que esta vez es en torno a sus propias necesidades y aspiraciones, sin correr detrás de otros actores, como sucedió en el pasado. Esta emancipación de sujeto, este comenzar a andar con cabeza propia, incomoda, molesta y por sobre todo es incomprendida, salvo para la gente que está en la desobediencia civil y es parte de la resistencia democrática, aprendiendo a resistir, concentrándose en cabildos masivos, como nuevos espacios de democracia y toma de decisiones, cantando a voz en cuello que aquí ¡nadie se rinde! y ¡nadie se cansa!