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Transición exprés de Jeanine Áñez

Desde la apertura de la sesión 198 de la Cámara de Senadores, en su condición de segunda vicepresidenta, Jeanine Áñez tardó 11 minutos y 20 segundos para proclamarse Presidenta del Estado Plurinacional por sucesión constitucional. Ese martes 12 de noviembre todo fue exprés.

Evo Morales había renunciado el domingo 10 de noviembre en Chimoré, su bastión sindical y político en el Chapare cochabambino. Tres semanas de presión de movimientos cívicos y de oposición, un informe preliminar de la Organización de Estados Americanos (OEA) que le atribuyó un fraude electoral, un motín policial de proporciones y la “sugerencia” de las Fuerzas Armadas a renunciar habían sellado su final.

Un aire de celebración con crédito prepago se había apoderado del círculo íntimo de Áñez cuando se supo que detrás de Morales también se iban el vicepresidente Álvaro García, la presidenta de la Cámara de Senadores, Adriana Salvatierra; el primer vicepresidente de ese mismo órgano, Rubén Medinacelli, y el titular de la Cámara de Diputados, Víctor Borda. Casi en ese orden, eran los llamados a la sucesión constitucional.

Áñez ya había sido requerida por los periodistas, y ya se sentía presidenta, arropada por sus correligionarios de Unidad Demócrata (UD), la bancada de minoría del actual periodo legislativo, y de Bolivia Dice No, que en las elecciones desahuciadas del 20 de octubre consiguió apenas el 4,5% de la votación nacional.

Aupada por el movimiento que lideró por 21 días Luis Fernando Camacho, el presidente del influyente Comité pro Santa Cruz, Áñez se aprestaba a tomar el poder, sin el respaldo del Movimiento Al Socialismo (MAS), la fuerza mayoritaria de la Asamblea Legislativa Plurinacional, aunque dispuesta a ignorarla.

Mientras el oficialismo y la oposición de entonces simulaban un interés sobre la salida constitucional, un avión chárter trasladaba el lunes 11 de noviembre a la “mujer de oro” con las medidas de seguridad de Jefe de Estado. La oposición y el movimiento cívico apostaba en ella la resolución del conflicto postelectoral, y la senadora arengaba que la sucesión constitucional, con ella en primera línea, iba a pacificar el país.

Desde la renuncia de Salvatierra, de quien se pensaba que iba a asumir el gobierno del país, el MAS no hizo mayores esfuerzos por defender su oportunidad de continuar en el poder tras la renuncia de Morales. Sus legisladores, como la diputada Betty Yañíquez, se excusaban de su asistencia a la sesión que debía considerar las sucesivas renuncias con el argumento de que muchos colegas suyos no podían llegar a La Paz debido a los bloqueos en el país.

Áñez ya había actuado como mandataria de hecho la noche del lunes, cuando, a manera de orden, regañó a las Fuerzas Armadas su responsabilidad en caso de que no salgan a coadyuvar tareas de la Policía Boliviana, rebasada por una ola de vandalismo en La Paz y conflictos en el país. A partir de esa noche dramática, las fuerzas combinadas enfrentan la convulsión en el país cuyo saldo de fallecidos debido a la represión ya sobrepasa la veintena.

Había, también, llorado antes de su asunción conmovida por los tres fallecimientos previos a la renuncia de Morales. Antes de ingresar a la Asamblea Legislativa, el martes 12, volvió a quebrarse en lágrimas.

“Del bando que sea, no podemos estar maltratándonos. Pido por el amor de Dios que cese la violencia; solamente queremos democracia y libertad, no queremos que haya más vejámenes”, clamaba en las gradas del edificio legislativo.

No imaginaba que siendo mandataria los muertos llegarían a una veintena, nueve de ellos cocaleros (Sacaba) y ocho alteños (Senkata), ocho días después de su asunción.

Mientras la tensión social había derivado en tensión política, al abrir la frustrada sesión 198 de la Cámara de Senadores a las 18.40 del martes 12, solo dos senadores tuvieron la palabra: Áñez y Víctor Hugo Zamora, que hizo de secretario, a la postre ministro de Hidrocarburos. 

Los 11 minutos y 20 segundos decisivos en la historia reciente del país comenzaron su cuenta regresiva cuando, en la Cámara de Senadores, Zamora fue encargado por Áñez de repasar el quórum. “No está en condiciones, por no existir el quórum suficiente para instalar la sesión”, dijo.

Enseguida, Áñez suspendió la sesión; acto seguido pidió a sus colegas permitirle hacer una “aclaración a la opinión pública sobre el carácter legal” de sus actuaciones.

Comenzó a justificar sus nuevas funciones. Sin leerlo, apeló al inciso a del artículo 41 del Reglamento General de la Cámara de Senadores: “Reemplazar a la Presidenta o Presidente (del Senado) y la Primera Vicepresidenta o Vicepresidente, cuando ambos se hallen ausentes por cualquier impedimento”.

“Corresponde a mi persona asumir la presidencia de este ente camaral”, dijo, y cerró su presentación.

Luego bajó por las gradas hacia el hemiciclo de la Cámara de Diputados y allí, poco más de seis minutos después, otra vez sin quórum ni la revisión de la asistencia, y en ausencia de diputados y senadores del MAS, abrió la sesión de la Asamblea Legislativa; esta vez solo ella habló. Declarada ya titular del órgano camaral y, en consecuencia, presidenta de la sesión bicamaral, comenzó directamente a leer los argumentos de la sucesión constitucional, en la que, luego de resaltar la ausencia del MAS, hizo un repaso de las movilizaciones cívicas y políticas, el informe de la OEA y las ausencias físicas de Morales, García y Salvatierra.

Ellos, “antes del pronunciamiento de la Asamblea abandonaron el territorio nacional, caso que obliga a activar la sucesión presidencial”, dijo.

Morales y García habían llegado a México, cuyo gobierno de Andrés López Obrador les ofreció asilo político por salvaguardar sus vidas. De Salvatierra se había informado que se refugió en la Embajada de esa nación en La Paz. Nada más.

Áñez siguió con la lectura de su texto; a los 10 minutos y 30 segundos de haber comenzado su periplo en la Cámara de Senadores comenzaba su declaratoria de sucesión en la Asamblea Legislativa. “Como presidenta de la Cámara de Senadores asumo de inmediato la presidencia del Estado prevista en el orden constitucional y me comprometo a asumir todas las medidas necesarias para pacificar el país”, arengó.

Dejó los papeles de su discurso escrito sobre la testera, se quitó los lentes, removió su pelo rubio, tocó el micrófono, cruzó las manos y levantó la derecha, y ya como mandataria arengó “¡queridos compañeros, que viva Bolivia!”. Se puso de pie y se sumó a la algarabía de los suyos.

Vítores de “Bolivia, Bolivia, Bolivia” clausuraron el acto, sin los símbolos patrios que suelen imponerse a quienes asumen el mando de la nación, sin mayores protocolos y con las curules de la bancada mayoritaria del MAS vacías. Vestida de un conjunto negro elegante, la beniana entonó a capella luego con sus colegas el Himno Nacional.

Habían terminado los 11 minutos y 20 segundos cruciales ante el vacío de poder obligado por la renuncia de los mandatarios del MAS. Había comenzado otra eta-pa histórica en Bolivia, cuyos objetivos centrales resultaron la pacificación del país y la convocatoria a nuevas elecciones, en el afán de contar con un nuevo gobierno el 22 de enero de 2020.

Como testigos, estuvieron el embajador de España en Bolivia, Emilio Pérez de Ágreda Sáez; el de la Unión Europea, León de la Torre, y miembros del clero de la Iglesia Católica.

Con la misma premura del acto breve el Tribunal Constitucional, que otrora avaló la repostulación de Morales y García cuestionada por la misma oposición que esta vez impulsó a Áñez, validó la sucesión “ipso facto” a través de un comunicado.

Minutos después, la comitiva presidencial se trasladó al Palacio Quemado. Áñez, como prometió Camacho durante la rebelión cívica, ingresó al edificio republicano con una pesada Biblia en las manos.

Antes de salir a los balcones, un jefe de las Fuerzas Armadas (Morales dijo que se trataba de su entonces comandante, Williams Kalimán) le impuso la banda presidencial, que lució ante los pocos seguidores que se habían apostado en la plaza Murillo. Camacho a la izquierda y Marco Pumari, el líder cívico potosino, a la derecha completaron la escena simbólica de la caída de Morales.