El modelo chileno
Dos grandes documentos son su base: un programa económico de 1970 y la Constitución de la dictadura

A inicios de octubre de 2019, dijo Sebastián Piñera: “en medio de esta América Latina convulsionada veamos a Chile, nuestro país es un verdadero oasis con una democracia estable; el país está creciendo, estamos creando 176.000 empleos al año, los salarios están mejorando”. Esta visión de Chile como un modelo a seguir ha estado profundamente arraigada en parte de la clase política y de la elite económica y ha sido también compartida por destacadas figuras internacionales, desde Roberto Azevêdo, director de la Organización Mundial del Comercio (OMC), hasta el expresidente de Estados Unidos Barack Obama. En realidad, la idea de que Chile era un caso excepcional fue inicialmente promovida por el economista de la Universidad de Chicago Milton Friedman, quien acuñó el concepto de “milagro chileno” ya en la época de la dictadura de Augusto Pinochet.
Pero ¿qué es y cómo se gesta el llamado modelo chileno? En mi libro The Politics of Social Policy Change in Chile and Uruguay: Retrenchment versus Maintenance, 1973-1998 analicé este asunto en más detalle. Allí explico que el modelo chileno está consagrado en dos grandes documentos: “El Ladrillo” y la Constitución Política de Chile de 1980. El primero comenzó a gestarse en los años previos al quiebre democrático de 1973. En 1956, la Universidad Católica de Chile firmó un convenio de cooperación con la Universidad de Chicago que permitiría a los estudiantes más destacados de su Departamento de Economía realizar estudios de posgrado en la casa de estudios estadounidense. Varios de los egresados producto de ese convenio, a quienes se denominó Chicago boys, participaron, a su regreso, de la elaboración de un programa de desarrollo económico (posteriormente denominado “El Ladrillo”) destinado a la campaña de Jorge Alessandri, candidato presidencial de derecha en las elecciones de 1970. El programa cayó en el olvido una vez que el socialista Salvador Allende ganó las elecciones presidenciales. Pero el golpe de Estado de junio de 1973 resucitó el documento, que rápidamente llegó a manos de los integrantes de la Junta de Gobierno. A partir del quiebre democrático, buena parte de las propuestas de “El Ladrillo” fueron implementadas en el contexto del gobierno militar de Pinochet.
Este documento ofrece un diagnóstico de los principales problemas del país, a saber: crecimiento económico insuficiente, estatismo, escasez de empleos productivos, inflación elevada, atraso agrícola y altos niveles de pobreza extrema. Para hacer frente a esos desafíos, el documento propone una serie de medidas de mercado destinadas a promover el crecimiento económico en un contexto en el que debía primar el principio de subsidiaridad del Estado. En otras palabras, el Estado debería abstenerse de intervenir en la economía y en la provisión de bienes y servicios, y limitarse a hacerlo solo cuando el mercado (y en ocasiones la familia) no lo hiciera. La política social quedó subordinada a la política económica y el ministro de Hacienda se transformó en un “superministro” al que respondían todos los ministros sectoriales. En políticas sociales, se empujó por una mayor focalización, por la comprobación de medios, la privatización y la municipalización. Los beneficios sociales se redujeron y concentraron solamente en los sectores más pauperizados de la sociedad, el gasto público social se “racionalizó” y las reglas de elegibilidad se volvieron más estrictas. El otro documento central para comprender el “modelo” es la Constitución Política de Chile de 1980. El principal gestor de esa Carta Magna fue Jaime Guzmán, uno de los asesores más cercanos a Pinochet y más tarde fundador de la Unión Democrática Independiente (UDI), un partido conservador que en la actualidad integra la coalición de gobierno de Piñera. Guzmán pertenecía al gremialismo, un movimiento católico de derecha compuesto principalmente por integrantes de la clase alta tradicional, vinculados al Partido Conservador. La Constitución de 1980 buscó, entre otros propósitos, despolitizar y desmovilizar a la sociedad, limitar la polarización ideológica y promover la estabilidad preservando el statu quo.
La presencia de quorum calificado y mayorías especiales para introducir reformas de fondo y la autonomía que concede a instituciones tales como el Banco Central y el Tribunal Constitucional buscaron blindar y perpetuar el “modelo”. Tal como sostienen Javier Couso y Alberto Coddou, el quorum calificado y las supermayorías implican que cualquier transformación significativa al statu quo requiere del apoyo de la oposición en ambas cámaras. Es importante señalar, además, que los principales componentes del modelo socioeconómico y político diseñado en dictadura poseen rango constitucional, por lo que el horizonte de posibilidades para los actores políticos es limitado.
A pesar de la transición democrática en 1990, el “modelo chileno” demostró tener una notable resiliencia y los ejes centrales identificados antes se mantuvieron mayormente intocados. Más allá de las reglas de juego constitucional que limitan los cambios, la extraordinaria estabilidad del modelo chileno estuvo vinculada al hecho de que logró mantener niveles de crecimiento económico elevados. Además, la pobreza tuvo una reducción marcada, de 25,6% en 1990 a 8,1% en 2015, mientras que la indigencia pasó de 13% a 3,5% en el mismo periodo, según cifras oficiales. Lo anterior contribuyó a legitimar esas políticas entre círculos empresariales, políticos de diferentes partidos y los sectores más acomodados de la población.
Sin embargo, el “modelo chileno” fue cosechando detractores que, si bien en la década de 1990 eran aislados, fueron en aumento a partir del nuevo milenio. El “modelo” supone la existencia de una estrategia de desarrollo económico de mercado y una Constitución diseñada para preservarlo. Algunos críticos apuntaban a las enormes desigualdades que las políticas de mercado generaban, mientras que otros cuestionaban fuertemente la Constitución de la era Pinochet. Parte de estos cuestionamientos se vinculaban a los “amarres” institucionales diseñados para dificultar el procesamiento de cambios a las reglas del juego. Sin embargo, la crítica más recurrente apunta al hecho de que la Constitución de 1980 arrastra un pecado de origen, pues fue diseñada e impuesta en dictadura. A pesar de algunas modificaciones, los elementos centrales de la Carta Magna sobrevivieron a la dictadura.
(*) Fragmento del artículo ¿El ocaso del ‘modelo chileno’?, publicado en la revista Nueva Sociedad Nro. 284, Noviembre/diciembre 2019. El texto completo se lo puede leer en: https://nuso.org/articulo/el-ocaso-del-modelo-chileno/
Rossana Castiglioni es socióloga, uruguaya (*)