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Hay que volver a plantar

El día que Evo Morales fue posesionado como Presidente Constitucional de la República de Bolivia, mi esposa y yo, como expresión de las esperanzas que éste hecho despertaba en nosotros, plantamos dos arbolitos de ciruelo en el jardín. Cabe aclarar que ambos somos ideológicamente de izquierda y con edad suficiente como para haber vivido y sufrido la experiencia de la UDP (Unidad Democrática Popular, 1982-1985). Siempre pensamos que a ese proceso le hizo falta, principalmente, el contenido “intercultural” o como se quiera llamar al abordaje de la diversidad étnica de Bolivia, diversidad que bien pudo ser una virtud, pero que históricamente se la vivió como un defecto y que la padecieron principalmente las 36 naciones originarias reconocidas en la última Constitución Política del Estado.

En su discurso inaugural, Evo Morales repetía incesantemente que no podía creer que estuviera ejerciendo la primera magistratura del país. Era evidente que la realidad había superado sus más ambiciosas fantasías. Al finalizar su discurso, un amigo me llamó y me comentó que había contado 17 veces la frase de “no nos vamos a vengar”. Para mí, dicha observación fue como la aparición de la primera nube en un cielo despejado, pues se sabe que toda negación consciente esconde una afirmación inconsciente.

Transcurrieron los meses, una nueva Constitución y otros logros hacían vislumbrar un futuro promisorio para una revolución pacífica hasta entonces.

Cabe mencionar la afición de Evo Morales por el fútbol. Obviamente todas sus intervenciones eran grabadas en video. En uno de ellos se vio a Evo Morales acercarse al arquero y propinarle con la rodilla un golpe en los testículos. Todos obviamente estupefactos. No recuerdo cuál fue el desenlace futbolístico. Es lo de menos. Recuerdo que apagué el televisor con verdadero asco. Dije para mí: “Estamos ante el nacimiento de un nuevo Idi Amín aymara…”.

Como solemos decir aquí: “Se me despintó para siempre Evo Morales Ayma”. Nunca más lo consideré un líder a quien seguir. Con suficiente respaldo teórico puedo decir que no existe en la vida de las personas, ontológica y filogenéticamente hablando, algo más importante que el juego. Tan categórica afirmación se debe a que mediante el juego se aprende algo fundamental para la vida de los seres humanos: la comprensión de que en la vida existen reglas y que su cumplimiento riguroso es obligatorio. En el juego todas las personas se muestran sin ambages. Así nomás son. Esa es su verdadera cara. En este caso, sin embargo, su evolución pudo haber sido distinta. Lamentablemente los bolivianos somos caudillistas y muy tolerantes con los líderes. Quizás sea una expresión más de nuestro atávico miedo a la libertad. Y también como expresión de discriminación positiva, muchos dijeron: “Hay que comprenderle, es indígena”.

Nadie le dijo algo contundente y su entorno de llunkus (aduladores) seguramente le felicitó por hacer en vida “El museo de Evo” y le postuló para el Premio Nobel. Si el día de su posesión no podía creer ser el presidente, luego del crecimiento exagerado de su egolatría (evolatría) no podía creer que un día tendría que dejar el cargo, es así que al finalizar su primer mandato inventó, o le inventaron, el ridículo argumento de que su primer mandato fue en la República de Bolivia y su segundo mandato era el primero como presidente del Estado Plurinacional. Argumento que dio lugar a la mofa de los chilenos, quienes dijeron: “El Estado Plurinacional nació sin mar”.

El referendo revocatorio de 2008 resultó ratificatorio, pues obtuvo más de 67%. Con esa popularidad prolongó su mandato de 2009 a 2014 como primer periodo de presidente del Estado Plurinacional. En las elecciones generales del 2014 para el periodo 2015 -20 obtuvo algo más del 63%. Estos triunfos indiscutibles hicieron que se sintiera insustituible y decidió quedarse indefinidamente en el cargo, con tal propósito convocó a un referéndum para modificar la Constitución que él mismo había promulgado, de tal manera que pudiera repostularse indefinidamente. Obviamente nadie, en su entorno palaciego, le sugirió lo bizarro de tal propósito, pues todos pensaron también en lo beneficioso de prenderse a la mamadera de por vida. Convocó a dicho referéndum el 21 de febrero de 2016 y una parte de la población, que lo apoyó hasta ese momento, le dio la espalda y ganó el no. A partir de ese momento su popularidad descendió en caída libre, pero, contra viento y marea, recurriendo a instancias externas y ridículos argumentos, finalmente y sin siquiera renunciar previamente, como siempre se hizo, se repostuló, armó un Tribunal Supremo Electoral a su medida y funcional a sus caprichos.

Ese fatídico referéndum, su derrota y su incapacidad para aceptarla hicieron revivir a una oposición muerta y enterrada, al grado de que una candidatura, al no poder identificarse ideológica ni políticamente, tuvo que adoptar como identidad: “Bolivia Dice No” o “21F”. Para ganar tuvo que hacer fraude, la población entera se sublevó, el proceso de cambio se fue al bombo y acabó renunciando y calificando a la insurrección popular como “golpe de Estado”.

Esta es una historia más que ratifica que las ansias de poder no solo corrompen, sino, enloquecen. Perdimos a quien pudo ser un buen líder. Ya nadie quiere oír ahora de Socialismo ni Interculturalidad.

Los arbolitos se secaron. Habrá que volver a plantar.

Luis Camacho Rivera es sicólogo