Icono del sitio La Razón

Maclean y el banzerismo retornan

Igual que ese famoso periodista que no publicó ni un artículo durante 14 años y solo se acordó de su oficio después del 10 de noviembre para hacer un “valiente” panegírico de Luis Fernando Camacho, el exalcalde y exministro Ronald MacLean acaba de dejar el exilio dorado en el que se refugió durante este tiempo para reaparecer como “director general” de la campaña del político cruceño.

Tiene derecho, supongo. El problema está en que, además, quiera repartir las medallas de un esfuerzo que le resulta ajeno. MacLean publicó hace poco que la “nueva democracia no se la podemos dar a los viejos políticos que la perdieron a manos de Evo Morales, a quienes por su incapacidad, mezquindad o ambición entregaron Bolivia al déspota del siglo XXI…”

¿A quiénes estará refiriéndose? ¿Quizá a quienes propiciaron y luego resolvieron malamente la “guerra del agua”, sin poder imponerse con un estado de sitio que únicamente sirvió para retratar su desorganización e ineptitud? ¿O a quienes compraron fraudulentamente aviones presidenciales, crearon servicios de espionaje privados y se repartieron las aduanas? ¿O a quienes implantaron esa política rendidamente proestadounidense y violenta que buscaba la utópica meta de la “coca cero”?

Si así fuera, el artículo de “Mr.” MacLean merecería cierta atención como ejercicio autocrítico. Pero no es el caso. En realidad MacLean cree que él y sus amigos, los funcionarios de la dictadura banzerista reconvertidos en demócratas, cumplieron perfectamente bien con el país; para él, los que fallaron fueron los que, viviendo aquí y siendo opositores estos años —en algunos casos con sacrificio de su bolsa y con riesgo de su libertad, es decir, aquello que MacLean eludió tranquilamente mientras paseaba por los bellos bosques de Washington— carecieron de la capacidad y la fortaleza para derrotar a Evo Morales.

Como durante este tiempo MacLean estuvo muy ocupado haciendo negocios con Daniel Ortega, no se ha enterado de cuán popular era en realidad Evo, de lo duro que era enfrentársele políticamente ni qué significaba mantener operativa una oposición contra él; una oposición escribiendo, pensando, corrigiendo los errores del pasado, debatiendo, en fin, creando las condiciones para que la crítica inicial al autoritarismo, que fue puramente intelectual, se expandiera y se volviera social. Una oposición, claro está, en la que MacLean brillaba por su ausencia.

En la campaña de 2014, por ejemplo, entre el 70 y el 80% de la población aprobaba la gestión del Movimiento Al Socialismo, veía con optimismo el futuro del país si éste seguía a cargo y —gracias al boom de los precios de las materias primas, pero también a la nacionalización— disfrutaba de un estándar de vida que no había tenido nunca antes. MacLean lo ignora, y en esta sugestiva ignorancia hay más que un defecto personal —me retracto de lo que acabo de decir, por ironía y maledicencia—. La ignorancia de MacLean es la de la vieja élite, que hoy pretende retornar escondida detrás de la gorra de Camacho. Una élite que no quiere ver la realidad histórica del país por los efectos de su egoísmo de clase y de la ideología que lo defiende y proyecta. Según esta ideología, Morales y su movimiento no representaron nunca a nadie (porque los indígenas y los sectores populares son meras comparsas de los “populistas”), estuvieron en el poder por fuerza y no por grado, y podían haber sido echados a patadas ya hace una década, con tal de que Camacho se hubiera propuesto hacerlo entonces. Para esta élite, el larguísimo gobierno de Morales no fue el resultado de ningún proceso legítimo, de ninguna rebeldía válida en contra suya; aceptar esto sería, para ella, admitir el error de un comportamiento histórico tan arrogante como profundamente corrompido.

Esta clase social no puede verse en su debilidad y en su carencia porque a lo largo de la historia ha nacido para mandar (y no está dispuesta a compartir este mando). Sin duda sufrió los últimos 14 años, pero no como un desafío político, como hizo la oposición democrática, moderada, mestiza y popular, sino como un tormento absurdo, un desvarío, un “colapso psiquiátrico” de la nación, del que nada podía aprenderse y que, ahora, solo queda dejar atrás como la locura que fue, esto es, por medio de camisas de fuerza y de electrochoques.

Los representantes más conspicuos de esta clase vuelven hoy por sus fueros, mostrando la frivolidad de siempre, la indelicadeza de costumbre; por eso tratan de enmendarle la plana a los bolivianos y de decirle al país lo que le conviene hacer (que no es otra cosa que lo que ellos aspiran a lograr).       

En su artículo, MacLean anuncia lo que nos esperaría si apoyáramos a su pupilo: adiós a la plurinacionalidad, adiós a las políticas contra la discriminación (que el texto califica de “discriminación a la inversa”) y adiós a la coca. En otras palabras, el senil banzerismo presentado como la única corriente “joven” y la única que se merece la “nueva democracia”. La miopía histórica convertida en la enjundia de la hora.

Fernando Molina es periodista