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Coronavirus, advertencia más que tragedia

Parece que el riesgo más serio que representa el coronavirus no es tanto las muertes producidas por acción de la enfermedad, sino más bien la capacidad que la pandemia tiene de saturar y colapsar los sistemas de salud nacionales e imposibilitar la atención de cantidades crecientes de pacientes críticos, que pueden ser mortales de no tener acceso a un buen y oportuno tratamiento. Este punto es especialmente importante para Bolivia y otros países con grandes déficits de servicios básicos, incluido un sistema de salud público insuficiente y muy probablemente incapaz de atender una pandemia en franco desarrollo.

La actual situación refleja, por tanto, la preocupación que emergerá en situaciones de desastre y epidemia de gran envergadura que, según todas las proyecciones, ocurrirán con mayor frecuencia en la siguiente década como consecuencia de la profundización de la crisis climática en curso. Una lección importante que se debe sacar de esta pandemia es la necesidad de apostar por un sistema de salud bien desarrollado y con mejores capacidades de enfrentar epidemias infecciosas: dengue, malaria, mal de chagas y otras enfermedades afectadas por el aumento de temperatura y humedad.

Otra consecuencia no muy evidente al inicio de la pandemia es una importante desaceleración de la economía mundial, con pérdidas que hasta la semana pasada sobrepasaban los 10 millones de millones de dólares (o 10 trillones, en inglés). El lunes 9, los efectos de la pandemia sobre las aerolíneas, el precio del petróleo y la demanda en general han llevado a los suelos a las bolsas de valores de todo el mundo; en Estados Unidos, Europa y Asia se han registrado fuertes retrocesos y caídas de alrededor del 10 -12% del valor de las empresas, y esto no está cerca de terminar.

Si este efecto tuvo un virus relativamente benigno como el coronavirus (cerca de 2-3% de mortalidad), solo imaginemos lo que haría una epidemia más grave, o peor aún, la ocurrencia de múltiples epidemias y desastres climáticos simultáneos. Sería el fin de la economía global y probablemente se transformaría el orden mundial, con grandes pérdidas humanas como principal efecto.

Algunas de las soluciones propuestas para frenar la pandemia no están libres de conflictos para economías como la boliviana, que depende de una amplia economía informal. Mientras Alemania ha ofrecido miles de millones de euros para respaldar a los empleadores de su sector privado y permitirles sobrellevar la imposibilidad de continuar sus actividades económicas sin la necesidad de despedir personal y cerrar fábricas y negocios, Bolivia no cuenta si quiera con una masa asalariada significativa que pueda optar por quedarse en casa mientras pasa el periodo de mayor riesgo de contagio.

Los emprendedores informales, cuentapropistas, comerciantes y pequeños productores de bienes están en completo abandono y sin la posibilidad de optar por no salir a trabajar durante varios días o semanas. La economía del día a día marca sus ritmos. Bolivia es un país con grandes desafíos, y la presente crisis epidemiológica demuestra la profundidad de las dificultades que tendremos para enfrentar epidemias o desastres naturales múltiples profundizados por la crisis climática.

La crisis causada por la pandemia del COVID-19 no ha sido nada insignificante o algo con que bromear, las lecciones y advertencias que nos deja son aún más importantes y deben ser resueltas urgentemente en los siguientes años para garantizar la seguridad de la población boliviana y la viabilidad del propio Estado.

Sabemos hoy, por ejemplo, que enfermedades como la gripe española, la viruela, el ántrax o la peste, que fueron eliminadas en siglos pasados, están en proceso de liberarse del suelo ártico congelado donde han permanecido dormidas durante décadas, y actualmente están en proceso de descongelamiento gracias al aumento de temperaturas cada vez más acelerado por la crisis climática.

Un estudio francés, realizado en 2014, tomó un virus de 30.000 años congelado dentro del permafrost [suelo congelado] y lo calentó lentamente en el laboratorio, volviendo a la vida, 300 siglos después. Con la ocurrencia de pandemias, desastres climáticos, fallas agrícolas, debemos agradecer la relativa “suavidad” de la actual pandemia, y tenemos que saber interpretar las advertencias que representa para situaciones futuras más adversas.

Necesitamos aprender las lecciones de esta pandemia, de las inundaciones de 2014, la crisis del agua en 2016, el megaincendio amazónico del 2019 y la epidemia regional de dengue, a fin de incorporarlas en una estrategia nacional digna de ese nombre. Si bien no se tiene evidencia clara de la conexión entre la presente pandemia de coronavirus y la crisis climática, ésta ocurre simultáneamente a la peor epidemia de dengue registrada en América.

Sin duda alguna, una de las mejores y más urgentes acciones para reducir los riesgos que se ciernen sobre nuestras sociedades, es concentrarnos en frenar la profundización de la crisis climática, a través de acciones que reduzcan las emisiones de gases de efecto invernadero y eviten tanto como sea posible los impactos de industrias extractivas sobre los bosques, agua y ecosistemas claves.

Pero, como deja en claro el coronavirus, también necesitaremos de sistemas de salud y capacidades nacionales capaces de afrontar los desastres, fallas agrícolas y otros eventos que la crisis climática tiene guardados bajo la manga, incluyendo probablemente pandemias de mayor intensidad que la actual.