Tendencias Globales
Una mirada a las tendencias económicas mundiales tras la pandemia
La crisis pandémica del COVID-19 caló hondo en la génesis del sistema capitalista moderno. El ascenso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos trajo consecuencias globales. Este país había asumido por décadas el protagonismo de la globalización, pero la administración Trump dio un giro inesperado a la política exterior: dejó de interesarle el liderazgo mundial y pasó a velar por los intereses internos, fiel al famoso eslogan “American First”.
Así, la política exterior norteamericana se enfocó en quebrantar convenios internacionales como el acuerdo de París de cambio climático, el pacto de no proliferación de armas nucleares con Irán y Rusia, su más reciente salida de la OMS.
La retirada de Estados Unidos como actor central de la globalización dejó un vacío de poder que la tímida incursión china no logró suplir, porque los intereses chinos se centran en lo económico a nivel mundial y geopolítico solo a escala regional.
El proceso de des-globalización también se ha reforzado en Europa con el brexit. La incapacidad de encontrar una salida constitucional para que el Reino Unido deje los compromisos económicos vinculantes que le atan a la Unión Europea, provocó la dimisión de la primera ministra Theresa May, para ser reemplazada por Boris Johnson, uno de principales críticos a la política excesivamente gradualista de May.
Otra cuestión que sacó a relucir la pandemia fue las desigualdades en el mundo entre países, regiones, grupos etarios, razas, género, etc. La crisis sanitaria desnudó que el mundo es más desigual de lo que realmente pensábamos. La pandemia golpea más a los pobres, no solo porque son los más propensos a contraer el virus sino porque son los más vulnerables a sus consecuencias económicas y sociales. La CEPAL advirtió que la crisis sanitaria podría convertirse en crisis alimentaria. En el mundo desarrollado la desigualdad se hace cada vez más flagrante y denunciada por economistas de renombre como Joseph Stiglitz y Thomas Piketty.
La pandemia ha exteriorizado nuevas formas de desigualdad global como las brechas tecnológicas, las digitales, las de acceso a servicios de salud, de infraestructura sanitaria, de capital humano y de participación social. La crisis de la pandemia bien podría derivar en una verdadera crisis de la desigualdad.
La agenda de la pospandemia con seguridad también demandará mayor conciencia social en el tipo de modelo de desarrollo y su impacto ambiental. El shock petrolero de abril de 2020 dejó como lección que el mercado puede llevar a equilibrios irracionales por efectos de la sobreproducción de energía no renovable. Los primeros esfuerzos para enfrentar el cambio climático se han anunciado desde Europa con la reducción gradual de la producción de autos de combustión interna y la masificación de autos eléctricos. En Francia se formó una comisión con la tarea de replantear el patrón de producción y el diseño de impuestos a la contaminación del medio ambiente.
La política macroeconómica a escala mundial también ha estado puesta a prueba tras la crisis financiera mundial y la reciente crisis sanitaria. A diferencia con la primera que tuvo un origen financiero y un epicentro más acotado en los países avanzados, la crisis actual tiene un carácter multisectorial y cuya intensidad se hace sentir con mayor crudeza en las economías en desarrollo.
Se debe matizar que el espacio de la política entre países y regiones es diametralmente asimétrico. Mientras los desarrollados gozan de una capacidad financiera descomunal para implementar programas ambiciosos de reactivación económica porque gozan del monopolio de la divisa internacional, en el mundo en desarrollo se vive una suerte de iliquidez financiera ante la caída de los ingresos de exportación y el endurecimiento de las condiciones financieras de los mercados para acceder a mayor financiamiento externo.
Un último cambio fundamental a considerar tiene que ver con el rol del Estado. Las crecientes demandas de mayor intervención estatal para proveer más bienes públicos en salud y contrastar los efectos negativos que dejará la crisis sanitaria han sido un común denominador por todos los economistas incluidos los detractores del intervencionismo estatal. Pero, detrás de esta aparente reivindicación de la importancia del Estado se ocultan objetivos y aspiraciones contradictorios; la intervención estatal, por ejemplo, se fundamenta en la necesidad de rescatar al sector privado. La crisis financiera global fue un claro ejemplo de esta mentalidad. Los gobiernos salieron al socorro de los grandes conglomerados financieros para evitar una crisis de mayores proporciones, la misma que terminó siendo pagada por las familias y los contribuyentes, para quienes no hubo rescate de sus deudas y obligaciones.
La crisis sanitaria igual está demandando mayores ayudas estatales para los principales negocios afectados por el confinamiento, con una lógica bastante parecida. El rol del Estado parecería estar subordinado a la total socialización de las pérdidas privadas. Esta reaparición del Estado es totalmente engañosa y transfigurada de la verdadera esencia de la función del Estado.
La humanidad se encuentra frente a un cambio de era, en el cual los desafíos que imponen la nueva agenda pospandémica son más exigentes y donde las necesidades sociales son cada vez más complejas y globales y reclaman con urgencia la necesidad de reinventar al Estado en cuanto a su alcance, capacidad de acción y protección a la sociedad.
(*) Omar Velasco Portillo es economista