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Mi investigación sobre El Che creo que es contundente

El involucramiento personal de Gustavo Rodríguez Ostria como historiador de las guerrillas guevaristas de fines de los años sesenta e inicios de los setenta obedecía, entre otras cosas, a que él perteneció a una generación de jóvenes marcada por la revuelta del Mayo francés del 68, la Revolución cubana y la propia presencia (y muerte) de Ernesto Guevara en Bolivia. En la parte conclusiva de su libro Teoponte: La otra guerrilla guevarista en Bolivia—publicado por el Grupo Editorial Kipus en Cochabamba en 2006 y reimpreso en 2009 y 2015— como una forma de recuperar su propio ajayu, confesó: “Durante seis años busqué aquellas huellas perdidas. No siempre entendí o no quise entender. Pregunté y temí preguntar. Investigué y fui investigado. Lloré, reí, maldije, tuve miedo y paz. Con la muerte al lado, como amante, querida y repudiada a la vez, crucé países enteros”.

Semanas antes de su muerte, acaecida en Lima (Perú) el 14 de noviembre pasado, nos concedió quizás su última entrevista. De ésta extrajimos su testimonio sobre las peripecias personales que llevaron a este historiador cochabambino a estudiar a profundidad las guerrillas guevaristas en el país; en la charla, nos habló además sobre su último estudio histórico titulado Con las armas. El Che y Tania en Bolivia, una publicación posmortem que saldrá en dos tomos, una coedición entre RBA de España y Plural Editores de Bolivia.

—Apelando a tu memoria, ¿qué importancia han tenido para tu vida personal e intelectual las guerrillas de fines de los años sesenta e inicios de los setenta?

—A principios del 2000, tomé dos decisiones: sigo trabajando sobre regiones como Santa Cruz y Cochabamba, el espacio urbano o sobre carnavales, y me involucro con algo muy extraño a mis orígenes políticos y mi forma de pensar, que es la guerrilla. ¿Por qué? ¿Por qué me preguntan muchas veces? Podría decir como Leopold von Ranke: “Porque pasó”. En parte podría decir eso, pero, para la generación de los años sesenta, Teoponte era como una deuda. Nunca conocí a ninguno. Al chino Navarro, muy poco. Pero nos impactó a todos.

Yo el año 70 estaba en Argentina. No hay una razón teórica que me lleva a hacer el libro sobre Teponte. Creo que fue una aproximación humana que viene de una generación que fue formada e impactada por lo que ocurrió en Teoponte. El 71 estaba en La Paz y esos temas estaban en el debate. Muchos años después, cuando hay una discusión en América Latina con respecto a la lucha armada, la democracia, la violencia y el consenso que se instala después de la recuperación de la democracia en los ochenta y noventa, empiezo a preocuparme por el tema de la violencia y qué lugar más extremo de la violencia puede ser la guerrilla, que define a la política [como aquello] que se hace con las armas; que la única forma de vencer es con las armas en las manos. Tener que entregar tu vida, tu cuerpo, a la revolución, era muy poderoso. Yo venía de una tradición de izquierda y sabía que la militancia significaba eso. Pero qué implicaría aquí, en el otro lado. Una relación política y una organización militar. Te encuentras aquí con un núcleo militarizado, otro ejército. No hay una razón más de eso. Claro, me atrapa desentrañar todos los hilos posibles en relación a Teoponte. No son investigaciones fáciles, hay secretos que se construyen en la clandestinidad, que se construyen con dobles nombres, que se construyen en base a que no contarás, no dirás. Donde la palabra, además, puede ser mal vista. Donde un gesto y un hablar pueden ser considerados una traición. Es un mundo de alta susceptibilidad. Y eso permanece, y con eso he convivido.

Existen tres actores: los militares, a los que no les gustaba hablar mucho de Teoponte, por lo que pasó allí. Uno que otro soldado. Claro, a 50 años de Teoponte, la vida los había cambiado; muchos eran niños mostrencos del cuartel. Muchos habían cambiado, se habían vuelto de izquierda. La cúpula siempre era cerrada, impenetrable. Después está la gente que milita en el Ejército de Liberación Nacional (ELN), que tiene distintas posiciones. Los que te preguntan por qué te interesas. Yo era doble sospechoso, venía del trotskismo, pertenecía al Partido Obrero Revolucionario (POR-Posadas), que para el ELN era una mala palabra, casi equivalente a traidor o a un espía de la CIA. ¿Qué quiere saber éste? ¿Qué secreto quiere saber? ¿Qué quiere revelar? Es muy difícil, casi imposible, ganar la confianza. Es un trabajo antropológico. Hay otros que son más abiertos, se comportan muy colaborativos y sinceros, pero también hay los que miran esos años con absoluto desdén y terror. No quieren ser contaminados con eso: “Te lo digo, pero no me nombras”. Entonces, esa parte testimonial nunca fue fácil. Y, por el otro lado, están los familiares, que tienen una relación emotiva con sus desaparecidos. El ejército mató a 50 de ellos, nunca verdaderamente entregaron 20 cadáveres. Claro, la figura del desaparecido que permanece en el limbo, que está y no está, que se ha ido y no ha vuelto. Pero el que se ha ido va volver, porque [solo] la muerte permite el duelo.

Traspasar todo ello para mí era, fue una carga emocional muy fuerte. Los changos que eran los soldados vinculados con la familia. A veces, algunos militantes. Eran cargas emotivas muy fuertes. No era fácil recoger. Yo llegaba a mi casa y le decía a la María Lourdes Zabala, mi esposa: “No quiero saber más, voy a botar todo esto”. Yo pensaba que no era depositario de todo aquello, menos aún un puente entre la vida y la muerte; entre el desaparecido y aquel que está allí. Pero seguí. Había cosas que me impactaba muchísimo con respecto a los desaparecidos. Me acuerdo de una chica que conocí en Banfield, Argentina, pero de origen cordobés, que me contó que su hermano, un excomunista argentino que se integró a la guerrilla boliviana, murió; pero la madre de él nunca creyó que falleció. Antes de fallecer ella misma, les dijo a sus hijos que nunca vendan la casa, porque dónde iba [él] a volver; dónde va a retornar. Cuando te enteras cómo murió a o b, cómo transmites eso a las familias. Un historiador del siglo XIX no hace eso; un historiador de las minas no hace eso. No tiene que hacerlo. Aquí, tú tienes que devolverles la historia, ellos confiaron en ti. Tú tienes que devolver la parte que tú crees, devolver lo que tú puedes conocer. Entonces, tienes que acompañarlos con sus llantos, con sus temores, con sus anhelos. Recuerdo que uno de ellos era de Sacaba, había sido dirigente del morro sacabeño. No me acuerdo su nombre. No solo fue esta parte, sino también en la investigación posterior, empecé a escarbar dónde podrían estar enterrados. Quizás, gracias a eso, encontraron, por ejemplo, a este campesino. Obvio, eran poderoso imán, palabras como Revolución, guerra, dos o tres vietnamés; esas palabras le atrajeron y se fue al monte. El mismo día que nace la última de sus hijas, sólo le puede dar un beso en el hospital. Ella me dice un día, cuando hablamos: “Usted me va a traer a mi papá”. Por suerte, las cosas que vi, que me contaron, el diario de un militar que conseguí, más otras investigaciones que conseguí, lograron encontrar sus restos. Lo identificaron positivamente con ADN. Entonces, ya había salido el libro. Me llamó su hija y me dijo: “Mañana tiene que venir, mi papá viene”. Lo enterraron en el cementerio de Sacaba con banda, con mariachis. Y su hija dio un discurso de intervención: “Al fin tengo donde venir a verte y a llorarte”. Claro, esa parte vale más que las 500 páginas del libro, Algunos denigran al libro, porque quieren que escriba uno que ellos quieren leer. Esa parte es más significativa que el resto, tiene rostros, se sabe cómo murieron. El resto es segundario.

—Posteriormente, te adentraste a indagar sobre Tania (Tamara Burke), la guerrillera…

—Involucrado en el tema, comencé a mirar el asunto de Tania, la guerrillera, que nunca tuvo nada que ver con Teoponte. Ella murió el 67. Para los de la guerrilla de Teoponte era un referente político, una parte del mito guevarista. Equivalente a hombre/mujer en su iconografía. Allí si trabajé duramente. Una investigación más sólida. Vi archivos militares, no los que están en el cuartel, sino de los propios militares. Muchos tenían una copia. Algunos de ellos me daban eso. Hablando con los soldados que treinta años después habían cambiado, eran de izquierda y estaban más dispuestos a contarte. En la investigación de Tania fue una indagación más académica; una investigación con cierta neutralidad y frialdad. A diferencia de Teoponte, no hay una empatía con la persona con la que cuento. Es una investigación rigurosa basada en fuentes militares. Algunos militares me dieron documentos (copias de informes). Algunos soldados me contaban cosas, y también acudí a archivos de la policía secreta de la República Democrática Alemana, de la cual Tania era ciudadana alemana. Los testimonios de las personas que la conocieron en La Paz, pero, que en realidad no la conocieron. Al interior de su cuarto era una empedernida guevarista. ¿Dónde termina con una representación cotidiana de otra persona? Un gran teatro. Fuera de su cuarto ella era una niña folklorista que nunca hablaba de política, que nunca se metía con nadie, donde no buscaba reclutar a nadie. El libro de Tania no es una biografía, es desde el momento en que llega a Bolivia, una fecha próxima a aquel 4 de noviembre de 1964. Fecha del derrocamiento de Víctor Paz Estenssoro. Ella estaba llegando de Lima. Cuando Paz Estenssoro se va a Lima, ella estaba yendo a La Paz por la frontera. Eso me permitió pensar algunas cosas más: la lucha armada, las representaciones, las formas, el manejo del cuerpo, el manejo de imágenes, la construcción del sujeto guerrillero. Allí está, no se vendió mucho en Bolivia. Se publicó en Argentina y en España.

—Y tu última investigación sobre el Che en Bolivia, ¿qué aportes novedosos contiene?

—Metido en todo eso comencé, hace 10 años, a mirar otras cosas sobre el Che. Entonces, en el texto sobre el “Che en Bolivia” junto la parte de la Tania, y se convierte en un libro que se llama: Con las armas. Che y Tania en Bolivia. A algunos guevaristas no les gusta, porque dicen que equiparo a los dos. Verdad. Pero eran dos personas. El texto del Che me llevó mucho tiempo. Está listo. Estoy buscando esta vez que se publique en Bolivia. Tiene 500 o 600 páginas, muchas fotografías, mucho trabajo de archivo. Archivos militares, esta vez, archivos norteamericanos, archivos de algunas cancillerías, por ejemplo la peruana, que pude acceder. Allí, sus archivos narran muy bien algunos momentos. Textos, libros, testimonios. Todas las puertas abiertas. Creo sinceramente que es una visión no definitiva, pero frente a lo que hay, es una visión contundente de un historiador que se aproxima a dos personajes que cruzan sus países y mueren. No es un elogio y tampoco una condena de él. Sigue otra línea. Ellos ya están allí. Ellos creen en esas cosas. Yo me pregunto mucho si lo que creen va a conducir a un mundo peor de lo que hay. No me pregunto. Están allí y actúan. Esa es la historia de la guerrilla.

Gustavo Rodríguez Ostria

Fue embajador de Bolivia en Perú desde 2014 hasta marzo de 2020. En febrero fue condecorado por el gobierno peruano con la Orden “El Sol del Perú” en el grado de Gran Cruz, por su trabajo de fortalecimiento de la relación peruano-boliviana.

Datos

Nombre: Gustavo Rodríguez Ostria.

Nació: en La Paz, el 27 de junio de 1952; falleció el 14 de noviembre, en Lima (Perú).

Profesión: Fue historiador, economista, profesor universitario.

Perfil

Escribió Teoponte, la otra guerrilla guevarista en Bolivia; Tamara, Laura: un misterio en la guerrilla del Che; Con las armas. Che y Tania en Bolivia, de próxima publicación.

(*) Entrevista exclusiva de Hurgando El Avisperopara La Razón.

(**) Yuri F. Tórrez  es sociólogo