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El MAS y su democracia

El MAS, atropellado por los acontecimientos, no realizó las reflexiones autocríticas que le permitirían marcar o deliberar el horizonte político por el que lucha; en consecuencia, no se renovaron sus direcciones políticas ni de las propias organizaciones sociales; así como tampoco se definieron nuevos sentidos más democráticos en la toma de decisiones, que alejaran comportamientos políticos cupulares parecidos a la versión criticada de los partidos con dueños y decisores de la línea política y de sus representantes.

En el nuevo contexto, las decisiones de las direcciones del MAS junto a Evo se movieron en el basismo, como el respeto a los espacios de decisión a nivel rural y como eje central de las organizaciones sociales que tienen una red orgánica y de control social sobre las decisiones. Sin embargo, en las ciudades y particularmente con las gobernaciones tropezaron con varias complicaciones que se arrastran de dinámicas políticas anteriores, sustentadas por dirigentes que buscan sacar provecho particular en su calidad de bisagra entre sus organizaciones y la institucionalidad estatal y el propio instrumento. Dirigentes que otorgan aval a candidatos a cambio de recursos económicos, que acomodan a conocidos o parientes en lugares expectables de elección para tener resortes en el aparato estatal, que a nombre del MAS extorsionaron o sobornaron a otros dirigentes para lograr su apoyo y aparentar apoyo popular para ser candidatos (el caso de El Alto es penosamente representativo con el exalcalde Patana). Esto también puso de manifiesto que si bien el MAS tiene en las organizaciones rurales un soporte fundamental, en las ciudades no logró construir una forma organizativa que cuente con un proceso organizativo y de control social que sustente la democratización interna de las decisiones.

Esta estructura maltrecha es la que sostiene el mayor instrumento político que ha tenido el país. El divorcio entre cúpulas políticas del Instrumento y las organizaciones sociales de base hace al conflicto de la democracia posible, porque el proceder, muchas veces marcado por el sindicalismo de camarillas, ha generado que las decisiones se vayan centralizando, en lugar de que en este proceso de cambio se abran a una mayor democratización. En este contexto, el poder formal (del MAS) subordina al real (de las organizaciones sociales), cuando no acata las decisiones tomadas en asambleas populares y pretenden que dichas organizaciones se vuelvan a subordinar a un poder superior que, aunque popular, sigue imponiendo decisiones, transgrediendo la esencia revolucionaria del proceso de cambio.

En ese camino ocurren los conflictos sobre los candidatos en Potosí, que impuestos a dedazo por sobre la decisión de las organizaciones sociales del Norte potosino dejaron a las organizaciones el camino de presentarse a las elecciones mediante otra agrupación política, con sus candidatos propios y en alianza con otros. Es el caso de Tarija, el candidato institucional finalmente fue impuesto a pesar de las movilizaciones y protestas, pero el candidato popular terminó aceptando por disciplina política, para seguir la lucha, que es más grande que una candidatura. O el de la ratificación del candidato a la Gobernación del Beni, cuando la de mocratización era exigida por las bases sociales así como la renovación posible. Hay otros casos, como Santa Cruz, donde de manera salomónica se buscó consensuar la participación de los candidatos, asumiendo que la verdadera batalla era por los concejales y asambleístas que representan regiones, organizaciones y grupos que serán parte del esquema de poder local luego de las elecciones.

Pero quizás lo más emblemático y complicado es lo que ocurrió en La Paz, cuando las direcciones del MAS y de la regional de El Alto decidieron nombrar candidato a Zacarías Maquera (Rutuqui), por sobre las candidaturas de Wilma Alanoca y Eva Copa. Esta última asumía plenamente su candidatura por el MAS, resultado de su labor en el Senado en la etapa golpista y que se empeñó en resaltar, pero además desde la Vicepresidencia del Estado, desde donde a lo largo del año realizó su propia campaña de promoción en diversos espacios y sectores alteños. Aparentemente sumó adhesiones, apoyada además en el aparato político del exalcalde Patana (preso por corrupción y promotor de la candidatura de Eva al Senado) y exdirigentes de la Fejuve expulsados por corrupción.

Además, y esto es importante, bajo la figura creada en la opinión pública alteña, joven y valiente cuando fue autoridad del Senado en equilibrio con el Ejecutivo golpista, lo que se convirtió en el capital simbólico de su candidatura. Sin embargo, no fue elegida por el Instrumento, porque se hizo evidente que Copa, basada en su propio liderazgo, iría con cualquier representación política, como lo hizo al aliarse con Jallala Bolivia. En esa condición generada desde diciembre de 2019, después del golpe de Estado, Eva fue convertida rápidamente en el ícono de la paz y la democracia por parte de políticos y medios de la oposición, que han visto en ella la oportunidad del quiebre desde la izquierda del liderazgo de Evo Morales y del propio MAS, por cuanto desde la derecha y de manera externa y confrontacional no pudieron lograrlo.

Ahora, caminando por esta experiencia intensa que nos ha tocado vivir desde las elecciones nacionales, tenemos que reflexionar sobre los cambios ocurridos y en la perspectiva popular en construcción que con el MAS y más allá del MAS sigue transcurriendo. Si asumiéramos que el basismo como mandato de las bases es la regla democrática, encontramos que eso funciona en las organizaciones matrices que tienen organizaciones de base, que discuten y deliberan, luego deciden y finalmente controlan la ejecución de sus decisiones con el control social. El retorno a esta condición es un triunfo democrático interno en esta coyuntura. Sin embargo, en las otras condiciones societales, principalmente urbanas, encontramos que el basismo para algunos se ha convertido en la posibilidad de comprar dirigentes para avales, de corromper conciencias para generar amarres y de sumar gente para apalancar ambiciones personales.

En contraste el llamado dedazo, que supuestamente decide sobre las mejores opciones desde el instrumento y el liderazgo, demasiadas veces nos ha impuesto invitados sin base ni convicción política, pero supuestamente potables electoralmente. En otras, el dedazo del círculo político tomó decisiones sobre los candidatos en base a opiniones de ministros responsables de campaña (en el anterior periodo), o bien afinidades, simpatías, incluso recursos para campaña o bien niveles de “coordinación” para jugar el papel de engranaje con el aparato político y estatal.

Esta coyuntura democrática nos da elementos para reflexionar sobre el poder popular, que debe ser construido tomando en cuenta la formación política, el amplio debate ideológico y el control social. Solo de esta manera podemos construir bases que tengan posición política y ética revolucionaria, para ser protagonistas, controlar a sus representantes y barrer a los oportunistas que solo caminan por intereses individuales. Pero también a las direcciones que tomen en cuenta esos principios, puedan promover esa condición interna en el Instrumento para tener cuadros revolucionarios y un pueblo atento a ser protagonista siempre; entonces el dedazo no existirá, y sí la deliberación y la línea política de discusión con propuesta.

(*) Juan Carlos Pinto es sociólogo