Tiempo histórico liminal
Época liminal: cuando la historia deambula como un zombi y se avecina un nuevo y anhelado tiempo histórico

El espíritu de la época. Recuperando a Goethe Marx llegó a referirse al “espíritu de la época” como el ambiente de expectativas que caracterizaba a la sociedad en un momento histórico. Por lo general, las personas, las clases sociales y los pueblos viven sus luchas diarias, sus decisiones cotidianas, orientadas por un horizonte de esperanzas que dan direccionalidad y convergencia a sus múltiples acciones. Se trata de creencias por lo general inalcanzables en su totalidad, pero que, en su cumplimiento parcial, superficial o tangencial, refuerzan su validación como expectativa creíble.
La emancipación, la liberación nacional, la revolución o la democracia, en unos casos; o el libre mercado, “el fin de la historia” y la globalización en las últimas décadas fueron unos de esos tantos nombres que asumió el “espíritu de la época”. Pero resulta que ahora, con múltiples crisis coetáneas, el horizonte predictivo del mundo se ha derrumbado. Ni las élites dominantes planetariamente, ni las clases sociales subalternas, ni los conglomerados empresariales, ni los filósofos, ni los gobiernos pueden imaginar convincentemente lo que les depara a las sociedades en el mediano y largo plazo.
El Estado actual del mundo. Las crisis siempre han sido parte de la regularidad de la modernidad capitalista.
Pero hay momentos en que las crisis son de tal envergadura estructural que provocan un estupor generalizado que desmonta el optimismo histórico de las aristocracias planetarias. Hoy estamos atravesando eso. Se ha producido una sobreposición abigarrada y anudada de múltiples crisis.
Por una parte, la crisis médica. Al momento de escribir esto, ya se contabilizan 1.600.000 muertos por el COVID-19; 69 millones de afectados; una segunda ola de contagios en los países del norte a pesar del anuncio de los inicios de la aplicación de varias vacunas inmunizadoras. La silenciosa desazón que corroe la confianza histórica radica en que, pese a los grandes adelantos tecnológicos, a la euforia de la inteligencia artificial, a la nanotecnología y los planes de colonización de otros planetas, no se ha podido aplicar un método más eficaz contra un virus que el arcaico aislamiento de las poblaciones. Y por si no estuviéramos experimentado con suficiente dramatismo esta catástrofe humana, la Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad, vinculada a las Naciones Unidas, informa que existen más de 850.000 virus aún no descubiertos en mamíferos y aves, que podrían tener la capacidad de infectar a las personas en cualquier momento.
A ello se suma la crisis ambiental. La ONU anuncia que la temperatura promedio del planeta se ha incrementado en 1,1 grados centígrados por encima de la existente en la era preindustrial, dando lugar a una época de creciente calentamiento global provocado por la acción humana, de consecuencias desastrosas para todas las formas de vida del planeta.
Simultáneamente, estamos ante dos crisis económicas superpuestas: una de carácter estructural y la otra inmediata. En este último caso, la OCDE anticipa una caída del PIB mundial del -4.4%; para América Latina del -8%; para EEUU del -4,3% y para la zona euro de -8.3%. Ello está llevando a que la extrema pobreza aumente en nuevos 115 a 150 millones de personas hasta el año 2021. Según la OIT, al segundo trimestre del 2020 se hubieran perdido en horas de trabajo, un equivalente a 495 millones de empleos de tiempo completo.
Y, además, claramente estamos ante el inicio de la fase descendente de la ola globalizadora iniciada en 1980. La crisis financiera de 2008 con las hipotecas subprime fue ya el primer campanazo respecto a la ralentización del expansionismo privatizador. Los gobiernos de las potencias capitalistas tuvieron que “nacionalizar” bancos y empresas privadas, para transferirles recursos públicos y contener una quiebra escalonada de compañías. Poco tiempo después, el brío comercial que durante los años 1990-2012 crecía a una tasa dos veces mayor que el propio PIB mundial cayó a la tasa promedio o menor al PIB, para finalmente desplomarse a un -10% en 2020. De la misma manera, los flujos transfronterizos de capital, emblema de la globalización financiera, cuyo crecimiento había pasado de 5% en 1989 a 20% en 2007 respecto al PIB mundial, desde 2012 apenas se sostiene en torno a 5%. Y en medio de este declive, las potencias económicas comienzan a divergir de los caminos a emprender hacia el futuro: Inglaterra se separa de la Unión Europea para atrincherarse en su isla; la Unión Europea, que se aferra al libre comercio cuando se habla de exportaciones, se escuda en una nacionalismo seguritario cuando se trata de importar tecnología 5 G de China; Estados Unidos inicia una escalada de premios y sanciones a sus empresas a fin de repatriar algunas de sus inversiones en el mundo, chantajea a Tik Tok a “nacionalizarse” , desata una guerra comercial con China, maltrata a los alemanes y le dice al mundo que ante los problemas comunes, “América primero”. El proteccionismo está de regreso. No es que ya no habrá más globalización, ésta seguirá en muchos ámbitos materiales, pero tendrá que negociarse su presencia y alcance con un ascendente proteccionismo estatal. Pero lo que sí ha colapsado es el relato, el imaginario de la globalización como destino final, deseado e insuperable de la humanidad.
Estupor y cansancio hegemónico. Que The Economist, la biblia por fascículos de los neoliberales contemporáneos, haya titulado en su tapa de mayo del 2020 “Goodbye globalisation” no solo refleja una histeria ante el “lockdown”que ha paralizado la economía mundial durante meses, sino la profundidad del desfallecimiento de la narrativa dominante de las últimas décadas. Esta fragmentación del horizonte dominante visible en los hechos fácticos tuvo su estocada final en la narrativa lanzada por el FMI en su último informe, de octubre de 2020, cuando tiene que abdicar de todo el discurso anterior, impuesto durante décadas a fuego y chantaje sobre el mundo de países subalternos, para abrazar ahora un dejo de proteccionismo “progresista” que añade más confusión a una época sin destino. Así, el “libre comercio”, “menos impuestos a las empresas”, “cero déficits fiscales”, “rechazo al populismo redistributivo” repetido machaconamente durante años y años, ahora ha dado paso a la recomendación de instituir “impuestos a las propiedades más costosas, las ganancias de capital y los patrimonios”, además de asegurar “tributación internacional a la economía digital”, un inmediato “incremento de la inversión pública” y un “apoyo prolongado a los ingresos de los trabajadores desplazados”.
El “gran consenso neoliberal” dominante de los últimos 40 años comienza a derrumbarse. Es una nueva “muerte de los dioses” que deja un sentimiento de desolación y abandono. Y en medio de los restos desfallecientes de estas estatuas fetichizadas, la democracia está también amenazada de ser arrastrada por el cataclismo cognitivo. Claro, hasta hace poco el “gran consenso” tuvo la virtud de unir libre mercado con democracia representativa, lo que aseguró no solo una convergencia estratégica entre elites dominantes, sino además una legitimidad popular a unas medidas inevitablemente antipopulares. Pero ahora que el “libre mercado” eclipsa ante unas elites dominantes divergentes en cuanto a cómo afrontar la incertidumbre, se ha desatado una intensa pugna entre ellas, unas más globalistas, otras más proteccionistas, unas más libertaristas, otras más progresistas e igualitaristas, todas con posibilidades de acceder al poder de Estado, incluidas con aquellos sectores populares que quieren democratizar la propiedad y la riqueza, núcleo sagrado e intocable del consenso neoliberal. Y entonces, para los neoliberales fosilizados o conservadores neoproteccionistas, la democracia no solo ha devenido ahora en un estorbo, sino en un peligro, pues en una ampliación plebeya de sus significados, anuncia incorporar la propiedad, la riqueza y el poder en el espacio de la querella pública.
Época liminal ¿Cómo caracterizar este tiempo histórico tan confuso? Precisamente por la muerte de los espacios de expectativas colectivas de mediano y largo plazo. Es una época sin consensos activos, que no sean las hilachas heredadas de la inercia de pasadas glorias y acuerdos. Marx hablaba de un “espíritu de época sin espíritu”, en tanto que el antropólogo V. Turner propuso el concepto de liminalidad para dar cuenta de esos singulares momentos de vaciamiento de sentido del destino de las personas. Llamaremos entonces época liminal a estos momentos en que las sociedades entran en un umbral histórico, a un pórtico que separa un tiempo histórico cansado, meramente inercial, que deambula como un zombi, y un nuevo tiempo histórico que aún no llega, que tampoco se anuncia, que no se sabe cómo será, pero que todos esperan que algún rato llegue.
El tiempo liminal supone que el viejo horizonte predictivo con el que las personas organizaban, real e imaginariamente, la orientación de sus vidas a mediano plazo, ha colapsado, se ha extinguido. Por tanto, la incertidumbre táctica en medio de una clara certidumbre estratégica, tan propia de la volatilidad diaria de la modernidad, ahora ha sido sustituida por una certidumbre táctica de que no hay ninguna certidumbre estratégica.
Al paralizarse el horizonte predictivo, no hay un mañana, no hay un destino al cual aferrarse para sortear la previsible aleatoriedad táctica de las cosas del mundo. Y al no haber un mañana, entonces tampoco hay un tiempo histórico, entendido como una sucesión encadenada de eventos que nos acercan a un destino compartido. Estamos ante un tiempo histórico suspendido en el que los vertiginosos acontecimientos se suceden no como suma acumulativa dirigida a una meta, sino que son eventos caóticos, sin sentido ni vocación.
Al no haber dirección del mundo, lugar hacia dónde ir, el tiempo ha perdido su intencionalidad colectiva compartida. Y entonces no hay flecha del tiempo social. Lo único que se vive ahora es la experiencia de un tiempo suspendido en el que, pese a la vorágine de los acontecimientos, éstos suceden como si tardaran una eternidad, como si nunca dejaran de pasar, todos entremezclados. Si en las épocas revolucionarias el tiempo se comprime y lo que sucede en décadas se agolpa en semanas, en la época liminal el tiempo se dilata, como si nunca avanzara. Es la experiencia subjetiva del fin de una época sin sustitución sensible.
Ahora, la liminalidad supone también la vivencia de una igualación perpleja de las subjetividades. Claro, como las autoridades planetarias portadoras del poder simbólico para enunciar el destino social con efecto performativo están paralizadas ante la crisis, se sienten fracasadas ante los acontecimientos y se hallan ahogadas en contradicciones ante los riesgos inmediatos, entonces nadie monopoliza el poder simbólico de crear horizontes predictivos cautivantes de las expectativas colectivas planetarias. Y si no hay monopolio de las enunciaciones performativas de horizontes sociales, significa que estamos en medio de una democratización o igualación social de oportunidades de enunciación creíbles de futuro. Es como si todos los relatos posibles de porvenir tuvieran condiciones de irradiación relativamente parecidas, es decir, democráticamente escasas por el estupor y escepticismo predominantes en el aparato cognitivo de la sociedad. Sin embargo, el derrumbe de las viejas certidumbres sigue promoviendo la porosidad del sentido común predominante, la fisura de los esquemas lógicos, procedimentales y morales con los que las personas, especialmente las clases subalternas, se adecúan al orden social. Y es que, al fin y al cabo, la incertidumbre estratégica no puede ser perpetua, las personas, tarde o temprano, necesitan aferrarse a algo que les devuelva la dirección, real o imaginada, del tiempo histórico.
Estamos en un momento de excepcionalidad del curso histórico en el que el futuro social se muestra tal como es de manera descarada: contingente y aleatorio. Se inicia con ello el tiempo de una dolorosa apertura cognitiva de la sociedad, un proceso de compleja revocatoria de creencias, de modificación de las relaciones de dominación. Y en medio de todo esto, las propuestas de nuevos horizontes predictivos, que se han incubado a lo largo de décadas o que emergen recientemente en el seno de las clases plebeyas, tienen la probabilidad extraordinaria de ponerse a prueba ante la emergente disponibilidad social a adoptar nuevos esquemas cognitivos. En definitiva, la ausencia de horizonte dirigente es el inicio patético de uno nuevo.
(*) Una versión preliminar de este escrito fue leída al momento de recibir el título de Doctor Honoris Causa por la Universidad Nacional de Rosario, Argentina, el 14 de diciembre de 2020.
(**) Álvaro García Linera Exvicepresidente del Estado Plurinacional