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Mallku, el indio volador

El siguiente texto fue publicado en el quincenario ‘El juguete rabioso’, el 29 de octubre de 2000. Forma parte del libro ‘Reportaje a la democracia, Memoria periodística, Bolivia 1969 – 2019’ de próxima aparición. Irreverente, radical, aguerrido, contestón, Felipe Quispe, nacido en la provincia Omasuyos del altiplano de La Paz, graduado en Historia de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) puso en evidencia con un lenguaje brutal y directo, la histórica desigualdad, el racismo y discriminación imperantes contra los originarios de estas tierras debido al poder y el orden de las clases dominantes a lo largo de nuestra historia. Este artículo registra, en alguna medida, la valiosa contribución del llamado ‘Mallku’ a nuestra historia democrática.

La aparición de Felipe Quispe, el ‘Mallku’, provoca nuevamente los odios y los miedos en una sociedad que, como no ha aprendido a conocer al otro, al indio, no cree ni se relaciona con él.

“Indio volador”, así le llamaban en sus años universitarios de Lovaina a Jaime Paz Zamora. El apodo se lo pusieron porque como buen sudaca se paraba bien bajo los tres palos del equipo en que jugaba cuando, residiendo en Bélgica, creía en el socialismo en el que soñaba por su nueva Bolivia.

El Indio volador que conocemos ahora ya no es, por supuesto, Paz Zamora, que hace muchísimos años se retiró  del fútbol y se dedicó a funcionalizar utopías gracias a unas célebres trampas retóricas cuidadosamente hilvanadas por quienes le fueron abriendo paso desde las entrañas del MIR hacia el poder. El Indio Volador es ahora Felipe Quispe, El cóndor pasa, tocayo del mismísimo Príncipe de Asturias: Dos metros de estatura, rubio y de ojos azules, y que provoca desvelos, a un personal femenino muy mestizo que nunca dejará de creer en los cuenteretes de hadas de Felipe Quispe.

Felipe Quispe, que de Borbón parece no tener nada, pero de hombre moderno de la ciudad,  marketero, televisivo y de chaqueta raída azul jean como cualquier modelo de spots Marlboro, tiene bastante, ha crispado las terminaciones nerviosas de los blancoides con bronceado de fin de año muy Miami Vice, a quienes les ha producido tembladera, como alguna vez a sus abuelos y bisabuelos antes del 52, con el pánico de que estos “indios de mierda” que no se bañan se van a meter a nuestras casas y se lo van a llevar todo.

Una vieja muy copetuda que era muy severa y jugaba rummy todas las tardes decía que su democracia quedaba detenida en las compuertas de sus fosas nasales porque no soportaba las emanaciones de los colectivos de entonces en que se viajaba apechugado y rodeado de sudores varios. Si la democracia se midiera como lo hacía esta buena señora, las lecciones debían producirse entre inventores de detergentes, jaboncillos de fragancias al gusto, y champús anticaspa, y ya no más entre políticos profesionales que se han pasado fenomenalmente por el forro de los cojones la existencia de los in-existentes, indios también con ganas de votar, agazapados en Achacachi con las cabezas hinchadas de bronca gracias al rollo que Felipe les larga con puntualidad y en proporciones dosificadas conforme se va acercando la fecha de un próximo conflicto con bloqueo de mentes y caminos como instruye el recetario completo.

Aprendí con el cine de Jorge Sanjinés, con su Teoría y práctica de un cine junto al pueblo, parida con mejores pretensiones que resultados en los 70, que el cine indígena, más precisamente aymara, debía ser uno de autor colectivo en el que la comunidad va construyendo el discurso fílmico concordante con una organización social que le otorga preeminencia a la voluntad del conjunto, y no la inspiración divina del artista único e irrepetible, tal como lo dicta el canon occidental.

Al final, el chocolate espeso y las cuentas claras: Sanjinés ha hecho a lo largo de su reconocida trayectoria, un cine suyo porque los guiones y la realización corrieron siempre por su cuenta y riesgo, por más que se forzara el autoengaño a fin de no cometer entre otras torpezas de hombre blanco, postales para las estaciones de metro europeas.

Y al igual que Sanjinés, el Mallku actúa por sí mismo y en el tinglado político en el que ha logrado posicionarse en el tiempo Guinness de 30 días, y emerge por su inteligencia, su astucia para enfatizar aún más su castellano mal hablado y parido desde el trivalente aymara. ¿Dónde se hace visible esa masa que le da legitimidad a su dirigente? ¿Qué televisión se ha preocupado por intentar meterse en las casas, pero no para llevarse lo poco que allí hay, de todos estos “indios de mierda” que no se bañan y que habitan un mítico cosmos como si el mundo lejano aquél no fuera tan perro como lo es el de aquí?

Indios, inexistentes y ahora invisibles, porque si algo tuvo el cine latinoamericano de los 60-70 fue poner en pantalla a quienes la televisión internetizada del Siglo XXI se viene encargando de desdibujar, a través de una pobrísima agenda de géneros audiovisuales, donde solo hablan los representantes democráticamente elegidos, (léase Felipe Quispe, ejecutivo de la CSUTCB), lo mismo que en la democracia presidencialista, parlamentaria y excluyente que fustigan con tanto ardor y miles de piedras acomodadas cerrándonos el paso unos a otros.

Con todas sus contradicciones, su bien aprendido estilo, y su teatralizaciones de goleador oportunista, de todas maneras el Mallku ha hecho algo que parecía nunca más iba a suceder: que la acomodada, poco instruida, bien aseada pero bastante aburrida clase media de las ciudades del país volviera a sentir miedo por la fuerza de lo desconocido, pero no el miedo de una tribuna folklórica que activaba el Compadre Palenque, sino ese miedo a lo profundo, sombrío, místico tan cargado de silencio que es el mundo indígena de este lado del país, en el que lo infrahumano aterra.

Felipe Quispe es un dirigente que responde a sus bases como él mismo dice, pero aunque no le guste ya ha sido absorbido por ésa que él llamaría cultura dominante, que es la cultura que gobierna más que antes al globo íntegro. El Mallku es la sensación del momento, el hombre de moda que aún sin estar de acuerdo, vive bajo las reglas puestas por quienes interpela.

Lo que pasa es que además de vestir como homo urbanus universal, debido a la urgencia con la que viven los suyos, acaba siendo presa del error de exclusión que él mismo condena con tanta vehemencia y ese error es el de insistir en “su” Bolivia prescindiendo de la voluntad de una comprensión totalizante, cuando las Bolivias in-existentes e in-visibles, nunca terminan de registrarse.

Los civilizados mestizos de la ciudad que se las dan de muy elegantes, que acuden a los acontecimientos que registra Ficho (Viaña, cronista de la haig sosayti paceña), viven en casas y aparentemente en las que las habitaciones de “sus” empleadas miden uno por uno, no tienen ventanas y muchos de ellas solo piso de cemento. Mientras en el Loro de Oro publican anuncios de ventas, alquileres y anticréticos con “habitaciones en suite”, sus empleadas deben amontonar las pertenencias en los aguayos con los que llegan y ocupan el espacio que el patrón les asigna. Y es que ese es el concepto de nuestros urbanistas, muchos de ellos metidos a postmodernos, acerca del hábitat que debe ocupar la doméstica salvaje, y es desde estos hechos reproducidos como hongos en propiedades horizontales que se incuba la furia en espíritus rebeldes e ideológicamente cincelados como el del Mallku.

La nueva Bolivia de Paz Zamora, Bolivia la nueva de Revollo, la federalista de Valverde Barbery, la empresarial inexistente de la que habla Valdez (Jorge, empresario petrolero) son modelos incompletos, imperfectos y viciados de nulidad por ese espíritu de rapiña del que se nutre el estamento político del que se abraza el poder a sí mismo, pero difícilmente lo vincula para que todos se suban al coche de la participación, dejando atrás viejas tretas de paternalismo estatal en el que esos mismos indios por los que pelea el Mallku se han cobijado durante décadas por un elemental sentido de sobrevivencia, es decir, necesitados de ingresar en la lógica clientelista y discrecional inaugurada por el MNR en los 50.

El Mallku sobrevuela con su amenaza de cerco sobre las azoteas de la indiferencia y la vida chata de una La Paz desangelada que no sabe por dónde comenzar para recuperar su ajayu. Así estamos, pero en realidad es que así somos, bien duchos para capear las emergencias, pero bastante holgazanes para aprender a escuchar al otro en tiempos de paz, y es que sin el odio y el desprecio ancestrales nosotros los de entonces ya no seríamos los mismos.