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‘El Mallku’, intelectual indio

Felipe Quispe Huanca, “el Mallku”, fue intelectual, historiador, político, activista y hermano. Aunque nunca se reclamó ser intelectual, sino más un luchador social y guerrero por la justicia de los pueblos y, particularmente, del pueblo aymara del altiplano y valles de los Andes y del oriente boliviano. ¿Por qué sus detractores criollos e incluso algunos de sus hermanos no lo trataron como intelectual e historiador?

Los criollos no lo trataron como intelectual porque ellos piensan que el indio no puede ser intelectual. Esta palabra, cargada de muchos significados de saber fino de las cosas del mundo, es que debe tener una visión global del mundo, capacidad mental y moral de conocer la realidad y describirla o explicarla. Aparentemente, al no tener estas “cualidades”, Felipe no puede ser asociado con lo intelectual. Hoy a los intelectuales aymaraquechuas o guaraníes a lo sumo se los llama profesionales. Tampoco para estos sectores es aplicable el concepto de intelectual de Antonio Gramsci, como el dirigente que crea ideas y acciones. Por algunos de estos sentidos, a Felipe, “el Mallku”, nunca se lo reconoció como intelectual, sino, a lo sumo, como luchador social e ideólogo. Y para los racistas más rancios, “El Mallku” simplemente era un odiador o perturbador de la paz social. Tal vez esto último dado por aquella imagen de un tal Mallku cercando una de las haciendas en Santa Cruz y quien es narrado por Wolfango como feo, indio, guerrillero y líder de las masas enardecidas.

Felipe escribió varios libros y es imposible no reconocer su aporte intelectual. Escribió: Tupak Katari vive y vuelve… carajo (1988); El indio en escena (1999); Mi captura (2007); La caída de Goni (2013); Mi militancia. MITKA. Movimiento indio Tupaj Katari (2018). El primer libro es un vivo llamamiento a la guerra de los ayllus, el segundo relata cómo ingresó al movimiento indio de MITKA (Movimiento Indio Tupak Katari), el tercero trata de cómo y por qué cayó en manos de servicios de inteligencia del Estado boliviano al ser miembro del Ejército Guerrillero Tupak Katari (EGTK), el cuarto libro narra la caída de Gonzalo Sánchez de Lozada en octubre de 2003 y el último trata de una biografía intelectual y política suya y del movimiento indio. Y, claro, no solo escribió libros, sino dio muchas conferencias nacionales e internacionales, dio dirección en los grandes ampliados aymaras del altiplano y los valles, sea como comunario de base, sea como ejecutivo de la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesino de Bolivia (CSUTCB) y, claro está, como dirigente del MIP (Movimiento Indígena Pachakuti) y, en lo último, como candidato a la Gobernación de La Paz.

Toda esa obra es una producción intelectual y a la vez refleja una lucha política afincada en el tupakatarismo y que está cimentada en el indianismo de Fausto Reinaga, aunque con algunas miradas de aires del marxismo, que seguramente adquirió al estar cerca de las guerrillas en El Salvador en la década de los 80 del siglo XX. En tal sentido, Felipe, “el Mallku”, es un actor político e intelectual de gran importancia del siglo XX y XXI de la Bolivia actual. Con ese hecho, seguramente su legado estará escrito en los corazones de miles y millones de aymaraquechuas de Bolivia, Perú, Chile y otros pueblos. Porque al minuto que salió en redes sociales, la tarde del 19 de enero, la noticia del fallecimiento de don Felipe, se incendiaron miles y millones de corazones, primero de incredulidad y luego de un profundo dolor.

Porque al ser un hombre público y político “por excelencia”, como solía decir, ya había sembrado en la mente y en esos corazones su imagen y su presencia. Y con esto estalló la nación aymaraquechua. Lloró y lloramos porque no se podía creer que un hombre que enfrentó a tantas adversidades, como la cárcel y las persecuciones políticas, se haya ido al lado de los dioses andinos, en los que él creía y alentaba. Aunque pensaba que la historia política es hechura de los hombres y mujeres.

Así entonces, Felipe, “el Mallku”, fue parte de la guerrilla de EGTK, intelectual indio, dirigente sindical, ideólogo y político. Desde esa condición tuvo la capacidad de mirar globalmente el mundo de la realidad social en la que sus hermanos vivían con grandes necesidades y fundamentalmente discriminados por el racismo blanco, a la vez de la humillación. Él me contó en 2002, en Ajaría Chica (Omasuyos), que su padre era pongo de la hacienda del lugar. Él había observado cómo el patrón trataba a su padre, don Gabino, y a su madre, la señora Leandra, de mala manera. Esa imagen y hecho nunca pudo olvidar. Y por eso tenía claro que el patrón de antes es el político criollo o el blanco de ahora. Por eso no creía en los intelectuales de la izquierda boliviana ni en sus políticos. Dado, pienso yo, que los colonizadores también se hacen revolucionarios, pero no para liberar al indio, sino para legitimar su poder económico o su prestigio o el honor.

Y ante esa realidad, lo que encontró en primera instancia fue la lucha armada, en lo segundo, la lucha político-sindical y, junto con los dos, la guerra ideológica. El levantamiento de Tupak Katari y Bartolina Sisa de 1780-81, que fue sangrientamente sofocado con el descuartizamiento de Katari y Sisa, es algo que nos marca y a él le caló hondo en su ser.

Quien dice de Felipe Quispe que es odiador no conoce el dolor de ver a su pueblo centenariamente humillado y asesinado. Hace poco más de un año este pueblo aymaraquechua sufrió las masacres de Senkata, en El Alto, y Sacaba, en Cochabamba. Y hechos como estos se han repetido tantas veces que los criollos y los hacendados decidían matar al indio. Para muchos esto se ha convertido en una necesidad. “Hay que meter aviones de guerra” había dicho el exministro Murillo en referencia a la lucha de resistencia contra su gobierno en 2019 y parte de 2020. Y, ¿cómo no van a gritar y luchar frente a ese tipo de crímenes humanos los ideólogos, líderes e intelectuales aymaraquechuas o guaraníes? “El Mallku”, por eso, nunca se cansó de enrostrar al opresor sus actos y sus profundos desvaríos e injurias.

Así pues, levantó enormemente el orgullo aymara de modo principal y le dotó de sentido a ese orgullo centenario y milenariamente viviente. Levantó la autoestima de todo un pueblo. Vistió de poncho y awayu al indianismo y al tupakatarismo, y con ello hizo imaginar una nueva nación orgullosa de su lengua, de su territorio, del color de la piel que lleva, de su rostro, de su manera de ser y de su cultura.

Y con todo ello, no quería retroceder 500 años, como endilgan muchas de las letras de la oligarquía criolla boliviana. Él quería una nueva realidad, pero según nuestros tiempos. Hablaba del Kollasuyu, pero un Kollasuyu actual urbano y rural, que sea digno de sí mismo.

Sin embargo, no hay que ver a don Felipe como a un hombre perfecto ni como a un semidiós. Sin duda no hay nadie perfecto, y Felipe no lo fue. Pero trató de no cometer errores.

(*) Pablo Mamani R. es sociólogo