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Elegir no es conciliar

Comencemos diciendo que el sistema penal no solo es una cuesta empinada y tortuosa, sino que está lleno de trampas que obstaculizan o impiden el acceso de las mujeres a la justicia. Si bien la presunción de inocencia fue una conquista contra los abusos del poder, para las mujeres que sufren violencia machista es la gran trampa. Por un lado, al denunciar a nuestro agresor ante el sistema penal, por la presunción de inocencia comenzamos siendo consideradas “mentirosas”. Por otro lado, por el sistema patriarcal en que vivimos debemos demostrar que no somos culpables de la violencia contra nosotras, aunque en el imaginario social merecemos ese castigo por ser malas mujeres.

La propuesta de Mujeres Creando para la reforma de la Ley 348 plantea allanar el camino para salir del círculo de la violencia con celeridad, gratuidad, oralidad, inmediatez y continuidad, protección, economía procesal, accesibilidad, verdad material, reparación. Es decir, con varios de los principios y garantías procesales que están incorporados en la 348 y que no se han aplicado durante toda la vigencia de esta norma, que cumplirá ocho años el 9 de marzo.

No se trata solo de una reforma, sino de una transformación total de la mirada sobre la víctima. Se trata de que se les restituya a las mujeres la capacidad de elegir qué quieren en sus vidas al ofrecerles dos opciones para resolver su situación de violencia, sin promover impunidad y sin conciliar: la vía civil y la vía penal. Para que elijan entre una u otra, para que elijan las dos, o primero una y después la otra; según la gravedad del delito, según sus fuerzas económicas y emocionales, según el tiempo que tengan para dedicarle al proceso.

Por la vía civil, una mujer que denuncie violencia, y sus hijas e hijos, podrá acceder al divorcio, tenencia y asistencia familiar en unos tres meses, en una sola audiencia y con un solo proceso, su gasto será mínimo, accederá a garantías desde el momento de la denuncia y no será obligada a abandonar su casa ni sus cosas, ni tampoco a recluirse en un albergue, porque quien saldría sería el agresor.

La vía civil no implica la impunidad del agresor, pues se aplicarían sanciones y el registro en el Sistema Integral Plurinacional de Prevención, Atención, Sanción y Erradicación de la Violencia en razón de Género (SIPPASE); así se contaría con estadísticas reales de la violencia machista en el país, lo que ahora no ocurre. Además, el delito no prescribiría y las mujeres —si así lo deciden— podrían iniciar luego el proceso penal. Esa es la propuesta.

En cambio, ahora, ni bien mencionan violencia son arrastradas al sistema penal y sin haber salido del círculo de la violencia terminan en un círculo de corrupción, de maltrato y de humillaciones que se prolonga por años, durante los cuales vives acosada por el agresor y, muchas veces, por la familia de este. Conseguir el divorcio, la tenencia de hijas e hijos, y pensiones en medio de un juicio penal es mucho más difícil, porque el victimador pone trabas. A pesar de eso, la mayoría de las mujeres inician esos procesos.

Por la vía penal, eres la “víctima” y te la pasas rogando, como si de la lotería se tratara, que te toquen fiscales y jueces o juezas honestas, que no formen parte de consorcios cuasi mafiosos con peritos y abogados. Por esta vía, las mujeres terminan como clientas eternas —que nunca tienen la razón— de abogadas y abogados a quienes, con honrosas excepciones, les da lo mismo defender a la víctima o al agresor. O terminas como usuaria de servicios, incluidos los estatales, donde eres “carga laboral” y luego te vuelves “carga procesal”.

El lugar de la “víctima” en el sistema penal y en el imaginario social es uno de los más humillantes y denigrantes que hay, porque la idea que se tiene de ella es que es un ser sin voluntad, sin conocimientos, sin capacidad para decidir por sí misma. Es sentirse como el monigote que utilizan para la “reconstrucción de los hechos”, ese muñeco que ponen aquí y allá, al que ignoran y no escuchan. Por ejemplo, tienes que repetir tu historia de violencia una y otra vez, hasta que terminas asumiendo que la revictimización es la normalidad.

Las voces que en los últimos días han pretendido confundir el elegir con el conciliar no están pensando en las mujeres que necesitan salvar sus vidas, sino en sus propios intereses. Quienes plantean que un divorcio puede ser parte del mismo proceso penal no tienen idea de cómo funciona el sistema, pues eso sería considerado anticipo de sentencia o admisión de culpabilidad, lo que iría en contra de la presunción de inocencia. Quienes convocan a protestas contra el derecho de las mujeres a elegir, no se ponen en sus zapatos porque una cosa es dedicarle dos horas un día y otra es sostener y acompañar a diario la búsqueda de justicia durante años. En todo caso, lo que ignoran u omiten esas voces es que las mujeres nunca hemos dejado de elegir y de decidir.

El problema es qué estamos eligiendo. Entre enfrentar un proceso penal caro y largo o seguir soportando la violencia, muchas han elegido la segunda opción, y no sabemos cuántas son ahora un número más en las estadísticas de feminicidio. En lugar de la vía penal, muchas han elegido un divorcio callando la violencia para liberarse del agresor, y no sabemos cuántos de esos “divorciados” impunes están agrediendo a otras mujeres. Hemos elegido denunciar y seguir hasta el final, y también hemos elegido desistir, porque un proceso penal es insostenible para la mayoría de las mujeres.

Incluso en el delito más grave como es el feminicidio hemos elegido. Algunas madres, hijas y hermanas han elegido dejar el proceso a medias, porque no pudieron más, y el sistema archiva esos casos como si fuera un segundo entierro de las mujeres asesinadas. Otras, como yo, hemos elegido ir hasta el final y entre las que me han sostenido en la búsqueda de justicia para mi hija, aunque sea paradójico, han estado también esas mujeres que cargan la culpa de haber desistido.

Habrá voces que digan que hay tratados internacionales, que hay protocolo para juzgar con perspectiva de género, sí, pero un solo juez    —Willy Arias— les ha asestado un golpe mortal al decidir que no se aplican para las medidas cautelares en casos de violencia. Así, lo que la vía penal te da, también te lo quita, y se lo entrega en bandeja al agresor, como darle libertad, aun siendo feminicida condenado, aunque hayas invertido tu vida para lograr una sentencia.

(*) Helen Álvarez V. Es periodista, integrante de Mujeres Creando