MERCOSUR, 30 AÑOS
El Mercosur es el instrumento de política exterior más relevante de las últimas décadas
DIBUJO LIBRE
En 2021, el Mercado Común del Sur (Mercosur) cumple treinta años desde su fundación, la que tuvo lugar a través de la firma del Tratado de Asunción en 1991. El Mercosur es un logro histórico de los países que lo conformamos, nos ha permitido avanzar desde una lógica de rivalidad hacia una de cooperación.
La integración regional tiene en América Latina una larga tradición; podríamos mencionar los trabajos teóricos de Raúl Prebisch, desde la década del cincuenta, o la fundación, en 1960, de la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC). Posteriormente, en 1980, se crea la actual Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI) y, a mediados de esa década, comienzan los acercamientos entre Argentina y Brasil (Acta de Iguazú de 1985). A estos dos países se sumarán posteriormente Paraguay y Uruguay para culminar con la creación del Mercosur en 1991.
El bloque nació en un clima de retorno a la democracia en América Latina y desde un principio nuestros países lo entendieron como una herramienta central de cooperación regional para dejar atrás el peligro de las dictaduras y los gobiernos de facto. Nuestros gobiernos entendieron que la eliminación de barreras en nuestra región sería importante para mejorar nuestro bienestar económico y también para eliminar las hipótesis de conflicto que anteriormente existían entre algunos de nuestros países, a través de un proceso amplio de construcción de confianza mutua. Justamente, la lógica detrás de las hipótesis de conflicto que existían previamente en la región es la creencia de que la única forma de ganar algo es sacárselo a otro. Se cambió tal lógica por la de construir intereses comunes sobre la base de necesidades también comunes.
Era la creencia de que las relaciones entre países son un juego de suma cero. Frente a esta forma de pensar, nuestros gobiernos democráticos plantearon un modelo de beneficio mutuo en donde el comercio generaba ganancias para todos los países a través de la ampliación del mercado y de las economías de escala y de especialización, haciendo más competitivos a nuestros sistemas productivos y beneficiando a todas las partes. Lo mismo, se entendió, podía hacerse en materia política, social, cultural y educativa. Se trata de un modelo de cooperación frente a otro de conflicto.
La cooperación dentro del Mercosur se extendió a numerosos ámbitos: la cultura, la educación, la ciencia y la tecnología, la confianza lograda en materia de defensa y de desarrollo de la energía nuclear (aspecto fundamental en la década del ochenta), la construcción de una ciudadanía común, la coordinación de políticas sociales y económicas, etcétera. Los ámbitos de trabajo conjunto en el bloque son múltiples y variados y se van modificando a medida que los cambios en el contexto internacional y en el de nuestros países así lo requieren.
Comenzando en 1991, creamos una zona de libre comercio para que nuestros bienes y servicios circulen sin restricciones, y también un arancel externo común que permite administrar el intercambio con el resto del mundo. Esto permitió que nuestro comercio mutuo creciera vigorosamente. Conseguimos también promover un intercambio de productos con valor agregado entre nuestros socios, lo que permitió dinamizar actividades de exportación no tradicionales y creadoras de puestos de trabajo de calidad (biocombustibles, química y petroquímica, plásticos, productos farmacéuticos, siderurgia, automotriz, entre otros rubros). Efectivamente, mientras que los países del Mercosur son tradicionalmente fuertes exportadores de productos primarios, muchas de las exportaciones que se realizan entre los socios del bloque son productos industrializados, destacándose el comercio automotor (casi un 50% del comercio entre Argentina a Brasil).
Al mismo tiempo, trabajamos en la armonización de reglamentos técnicos para que éstos brinden seguridad a la producción y a los consumidores, sin impedir innecesariamente el comercio. En materia de salud pública, la coordinación entre nuestros países ha sido siempre importante, y más aún durante la actual pandemia de COVID-19. Nuestros ciudadanos pueden también radicarse en otro país del bloque y trabajar libremente de manera fácil, algo que no es común en el resto del mundo.
Por otro lado, desde sus primeros años el Mercosur buscó acuerdos comerciales con todos los países de la región, lo que permite que hoy día haya construido un área de libre comercio con la mayor parte de los países de América Latina. Asimismo, hemos negociado acuerdos comerciales con la Unión Europea, la EFTA (Asociación Europea de Libre Comercio, por sus siglas en inglés), Israel, Egipto, India, los países del sur de África, entre otros. El Mercosur no es un bloque cerrado al comercio exterior, sino una plataforma para que nuestros países se proyecten al resto del mundo.
Así sucede con el Estado Plurinacional de Bolivia, el cual es parte del Mercosur como Estado Asociado, aunque se encuentra en proceso de adhesión como Estado Parte desde 2015; su Protocolo de Adhesión ya fue firmado por la totalidad de los Estados Partes, restando para su incorporación la confirmación final por parte del Congreso brasileño.
La adhesión de Bolivia no solo responde a una fuerte vinculación comercial —siendo Argentina y Brasil dos de sus socios más importantes—, sino también como base sólida para tener mayor peso en el escenario global a la hora de impulsar negociaciones, tanto para Bolivia como para el Mercosur mismo.
Creemos que el sentido de la integración es buscar acuerdos, respetando la diversidad de nuestros países. Aun cuando pensemos de manera diferente en ciertos temas, prima en última instancia la voluntad de querer integrarnos, nuestra agenda común. Nuestros países impulsan un regionalismo solidario en materia política, económica y social porque sabemos que enfrentar las dificultades unidos nos hace más fuertes.
El Mercosur es el instrumento de política exterior más relevante de los últimos treinta años para nuestros países. Se trata, en definitiva, de una política de estado que se ha preservado más allá de los cambios de gobierno. En estos treinta años hemos logrado muchas coincidencias: el compromiso con la democracia como una condición fundamental para la vida de nuestros pueblos; el respeto por los derechos humanos como un valor esencial e irrenunciable para la convivencia; el reconocimiento de nuestra diversidad; la coordinación de nuestras políticas de crecimiento para integrar nuestras estructuras productivas. Este es un trabajo que debemos seguir realizando día a día, para que dentro de treinta años podamos mirar hacia atrás, tal como hacemos ahora, y sentirnos orgullosos de lo que hemos construido.
El mundo se encuentra experimentando una reconfiguración de la estructura del poder mundial, junto con una crisis de las instituciones internacionales que nos han regido en los últimos setenta años. Frente a los desafíos e incertidumbres que plantea este escenario, no tenemos dudas de que la integración de nuestros países seguirá siendo el mejor camino para impulsar nuestro desarrollo, preservar nuestra soberanía y promover el bienestar de nuestros pueblos. Todo poder es débil, a menos que permanezca unido.
(*) Felipe Solá es ingeniero agrónomo, actual Canciller de Argentina