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DIVERSIDAD E INERCIA POLÍTICAS

CARA Y SELLO

Foro de la Fundación Friedrich Ebert (FES): “Fin del ciclo electoral: ¿qué nos deja? ¿qué sigue?”

Con los comicios subnacionales termina un largo ciclo electoral que ha reconfigurado la distribución del poder y la representación política. Hay bastantes continuidades con relación a las tendencias observadas desde hace 15 años, pero también se perciben cambios importantes en los actores del sistema y una mayor inestabilidad en el apoyo de los votantes a las fuerzas que lo conforman.

En estos días, se ha estado discutiendo sobre quiénes serían los derrotados y vencedores de las elecciones municipales y departamentales. Las respuestas no son únicas y hasta pueden resultar contradictorias, pues dependen del criterio de evaluación que se use en cada caso.

Un primer equívoco consiste en comparar sin contexto las cifras de las elecciones nacionales con las obtenidas a nivel local, pues se trata de procesos con ofertas partidarias de diferente naturaleza y en las que importa mucho la personalidad de cientos de candidatos y su enraizamiento en la comunidad.  

Los oficialistas sostienen que el resultado habría sido positivo debido al 43% de votos agregados que consiguieron en la primera vuelta de los comicios para gobernadores, levemente por encima de lo que obtuvieron en 2015, el control de 7 de las 9 asambleas departamentales y el incremento del número de alcaldías en las que se impusieron: 240 de 335 (72%), 13 más que en 2015.

Por su parte, los opositores afirman que el MAS fue derrotado por el bajón en su votación municipal, de 39% en 2015 a 33% en este año, la probable pérdida de varias gobernaciones y la ratificación rotunda de su gran debilidad en las urbes más pobladas.

Hay que anotar las paradojas que produce la aplicación del sistema electoral de mayorías simples en alcaldías y de mayoría calificada en gobernaciones (victoria con el 50% más uno o con una gran diferencia): el MAS mejoró su voto para gobernadores, pero controlará menos gobernaciones al final del día, aunque obtendrá más alcaldías con menos votos que hace seis años debido a la fuerte división de sus contrincantes.

Complejidad del voto y renovación. En general, se ratifican tendencias ya vistas en 2010 y 2015: el masismo nunca ha logrado mantener sus votaciones nacionales y sus retrocesos siempre fueron grandes a nivel municipal, ratificando que existen problemas de fondo en ese partido para seleccionar candidatos locales y particularmente en entornos muy urbanizados. Con todo, siendo la única fuerza con presencia nacional, su capacidad para ganar la mayoría de las alcaldías y asambleas legislativas departamentales no tiene rival. Por su lado, las oposiciones se han fragmentado en liderazgos locales aislados y se percibe una cuasi desaparición de los referentes partidarios nacionales.

Sin embargo, lo más novedoso ha sido la gran complejidad y diversidad del voto y la notable renovación de actores del poder territorial. El denominado “voto cruzado” ha sido muy elevado: el MAS tuvo, por ejemplo, casi medio millón de votos más en sus listas de candidatos para gobernadores con relación a lo que obtuvieron sus postulantes a alcaldes. Ese comportamiento ha producido fenómenos extraños, como el gran número de cochabambinos que optaron, al mismo tiempo, por Manfred Reyes Villa para alcalde y por Humberto Sánchez del MAS para gobernador. Algo similar pasó en la ciudad de El Alto, donde los electores de Eva Copa se dividieron, en la votación para gobernador, entre el Tata Quispe, Franklin Flores y el candidato de Jallala. O en la ciudad de Sucre, en la que muchos optaron por el candidato del MAS para el municipio, pero por Damián Condori para el gobierno departamental.

Estas combinaciones, algunas improbables, tienen mucho que ver con la aparición de fuerzas alternativas autónomas que surgen del seno del MAS. Mientras las derechas tradicionales, divididas, han mantenido mayormente sus posiciones y plazas fuertes, la ciudad de La Paz o el departamento de Santa Cruz, son esas nuevas organizaciones las que lograron triunfos emblemáticos frente a la maquinaria azul, en El Alto o en los departamentos de Chuquisaca, Beni y Pando.

Equilibrios y fuerzas alternativas. Muchos dicen que en estos comicios se habría buscado equilibrar el poder nacional masista, pero en varios lugares los electores han equilibrado también mayorías regionales. Es el caso de Santa Cruz, donde la victoria de Luis Fernando Camacho ha venido acompañada del triunfo de los azules en 28 de sus 56 municipios y de una numerosa bancada del MAS en la asamblea departamental.

Ha sido también una oportunidad para jubilar a un gran número de líderes y fuerzas que habían hegemonizado varios territorios por más de 15 años. Eso sucedió con Rubén Costas y Percy Fernández en Santa Cruz, con los herederos de Juan del Granado en La Paz o con la vieja elite adenista en Beni y Pando.

Estas postales de la contienda ilustran la lenta evolución del sistema de partidos boliviano hacia un escenario más pluralista y complejo, si se lo ve desde un lente optimista; pero que podría augurar también más desorden e ingobernabilidad, en el cual se mantiene la predominancia del MAS, con ciertas señales de agotamiento si no hay renovación y un campo político no-masista que se ha diversificado con la aparición de fuerzas que escapan a la polarización. Han sido los propios electores los que están definiendo estos nuevos equilibrios, obligando a los partidos a funcionar en contextos menos dicotómicos de lo que suponen sus elites dirigenciales.

Hay pues mucho por reflexionar. El mayor error sería hacerlo aplicando marcos analíticos caducos, pues el juego político se está diversificando. El MAS tiene el gran reto de manejar su diversidad interna con mayor inteligencia y enfrentar a fuerzas que se le parecen mucho y que pueden competirle el favor de los votantes nacional-populares. Los nuevos llegados al tablero tienen un potencial pero que debe ser aún confirmado y consolidado, sin que en el camino pierdan su identidad política. Y las oposiciones de derecha deberán resolver su fragmentación y la ausencia de un hilo común que no sea solo el rechazo del masismo.

(*) Armando Ortuño Y. es economista. Magíster en Econometría en la Universidad de Ginebra, Suiza. Fue investigador del Informe de Desarrollo Humano del PNUD.