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REYERTAS EN EL CAMPO NACIONAL-POPULAR

DIBUJO LIBRE

En los tres últimos lustros, si la presencia del Movimiento Al Socialismo-Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos (MAS-IPSP) fue hegemónica en el campo político boliviano, también fue predominante en el campo nacional-popular, a pesar del alejamiento de varias organizaciones indígenas/campesinas del “Instrumento Político”. Esas grietas dentro del partido liderado por Evo Morales se acentuaron en el curso de los últimos comicios subnacionales, a pesar de un momento de cohesión que sirvió para resistir al golpe de Estado; luego, quizás por desaciertos en la designación de candidatos, se ahondaron las diferencias internas, desembocando en la gestación de nuevas corrientes — muchas de ellas provenientes de las mismas entrañas del partido oficialista—, no solo le disputaron parcelas de poder en los gobiernos locales, sino, algo más profundo, el mismo sentido del campo nacional-popular.

Las victorias en los balotajes de Santos Quispe y Damián Condori para las gobernaciones de La Paz y Chuquisaca son indicadores inequívocos que al interior del campo nacional- popular hay un remezón que se explica, por un lado, por la acumulación de las fricciones dentro del “Instrumento Político” y, por otro, por el fortalecimiento de otras tendencias (muchas de ellas conformadas por exmasistas) que encontraron en esta coyuntura las condiciones propicias para interpelar política y electoralmente a las propias bases del MAS. Aunque las fricciones del MAS con sectores sociales del campo nacional-popular tienen una larga data, pero con sus propios matices.

En el periodo posgolpe de Estado, el despliegue de los movimientos sociales vinculados al campo nacionalpopular posibilitó la rearticulación interna del MAS y, a la vez, permitió establecer alianzas estratégicas con aquellos sectores populares, especialmente indígenas/campesinas alejadas del “Instrumento Político” (“Tenemos que votar para nuestros propios hermanos” decía, el malogrado Felipe Quispe). Tener un “enemigo común” represivo producto del golpe de Estado posibilitó, a pesar de los roces internos, la cohesión del campo nacional-popular.

Esas fricciones internas se develaron, por ejemplo, el momento de la designación del binomio presidencial del MAS para las elecciones nacionales de 2020. Se escuchaban tambores de guerra en la estructura interna revelando desencuentros, por ejemplo, entre aymaras y cocaleros, lo que se logró zanjar. El eslogan proselitista: “Lucho y David, un solo corazón” quizás sirve como metáfora de la cohesión.

A meses del golpe de Estado y en medio de un ambiente de persecución y violencia estatal, el Pacto de Unidad —enclave articulador de sectores sociales indígena/campesinos y periurbanos que forman parte de la base social del MAS, a través de la cual se configura la acción política del bloque popular— recobró su fuerza organizativa, que venía aminorada antes del golpe. Esta revitalización popular fue decisiva para enfrentar el autoritarismo gubernamental en curso y en el ámbito discursivo posibilitó recuperar la consigna de la democracia.

El papel de los movimientos indígenas/ campesinos y periurbanos fue significativo para revertir la ruptura constitucional. A la sazón, la movilización de agosto de 2020 puso en evidencia la vocación democrática del bloque popular. Esta movilización provocó fricciones entre las organizaciones sociales y la cúpula del MAS. Ésta esgrimió un discurso moderado y ambiguo en la movilización, inclusive cuestionando la radicalidad de los dirigentes de la COB y del Pacto de Unidad. Éstos, a su vez, acusaban a esta dirigencia de negociar con el gobierno de Áñez a “espaldas de ellos”. Las masas de agosto fueron decisivas para “asegurar” los comicios de octubre y, luego, la victoria electoral del MAS.

La llegada apoteósica de Morales a Bolivia, en noviembre de 2020, dejaba entrever que el evismo encarnado en la figura del expresidente iba a tomar el timón directo del MAS para zanjar el malestar interno. Pero, no fue así. El clímax que desató posiciones irreconciliables fue el momento de la designación de candidatos para la disputa electoral subnacional. Allí, las acusaciones de falta de democracia interna en el MAS se amplificó a doquier. Esas tensiones internas revelaron dos cuestiones determinantes: por un lado, que las dirigencias departamentales del MAS (que en la mayoría de las ocasiones se hacen mediadores para la cúpula partidaria, o sea, del propio Evo Morales) operan como andamios antidemocráticos que no permiten fluir la energía política “desde las bases” y, por otro lado, que el denominado “dedazo” del jefe del partido también es otro factor decisorio.

Quizás el efecto político más ilustrativo de esta falta de democracia interna en el MAS fue la separación de Eva Copa como candidata oficialista a la Alcaldía alteña, lo que desembocó en su alejamiento partidario y, como efecto colateral, su alianza estratégica con El Mallku —y luego con su sucesor— para conformar el frente electoral Jallalla, que arrasó en las elecciones ediles de El Alto y, luego, en la segunda vuelta de los comicios para la Gobernación paceña; o el caso de la victoria de Damián Condori en Chuquisaca, exdirigente del MAS — igual que Félix Patzi en La Paz, en las elecciones subnacionales de 2015—, todo esto reveló fracturas internas, reflejadas en guarismos electorales poco favorables para el MAS.

Estas derrotas electorales del MAS son internas al campo nacional-popular, no significan victorias opositoras del bloque oligárquico. Los guarismos electorales dan cuenta de que hay “tensiones creativas” (Álvaro García Linera dixit) en las entrañas del partido del expresidente, que si no se encara una reforma moral y política podrían conducir a unas “tensiones degenerativas” (José Luis Exeni), pero, a la vez, aunque suene paradójico, es un remozamiento del campo nacionalpopular, por la impronta de nuevas corrientes políticas.

(*) Yuri F. Tórrez es sociólogo